Capítulo 5

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—Hola...—saludó Marinette con timidez, asomándose tras la pared que ocultaba la cama de Adrien de la entrada del dormitorio.

—¡Marinette! —exclamó Adrien, levantando la vista de la consola—. ¡Hola!

—Te he traído una caja de croissants recién hechos. Y macarons de maracuyá —explicó Marinette, levantando la caja con su mano, como si de por sí no fuera lo suficientemente grande y visible—. También he traído café con leche.

Adrien se rio suavemente ante el repentino despliegue.

—Más que recibir una paliza, cualquiera diría que he estado en una huelga de hambre —bromeó Adrien, dejando la consola a un lado de la cama e invitando a Marinette a acercarse—. No tenías por qué molestarte.

Marinette se encogió de hombros y se sentó en la silla que había junto a la cama de Adrien. Abrió la caja, que estaba dividida en dos compartimentos, y se quedó mirando la habitación en busca de algo donde apoyar la comida y el café sin riesgo de dejarlo todo perdido o, peor aún, acabar volcándole el café caliente encima a Adrien. Ya bastante mala suerte había tenido el pobre.

—Aunque por cómo huele esto, no es que me vaya a quejar —continuó Adrien, ajeno a los pensamientos de Marinette.

Vio a Adrien inclinarse para coger la bandeja de madera que había al lado de la cama con expresión dolorosa.

—Espera, yo me encargo —lo detuvo Marinette rápidamente.

Le dio el soporte de cartón con los cafés para que no se quejara ni ella pudiera armar algún desastre y cogió la bandeja. Era pesada, de madera pintada de blanco y formas rectas. Tenía unas patas en la base que se desbloqueaban con unos enganches. Se la puso sobre el regazo de Adrien y él colocó al momento los cafés encima.

Marinette le tendió un par de servilletas con ademán nervioso. Adrien se rio y tosió, tapándose la boca, por haber sido pillado in fraganti comiéndose un macaron.

—Perdón —se disculpó Adrien, con la voz entrecortada, Marinette no sabía si por la tos o por la risa—. Son mi debilidad, gracias— Tomó el pañuelo de papel que le ofrecía Marinette.

—Para eso los he traído —contestó Marinette, quitándole hierro al asunto.

Adrien cogió un croissant y se lo tendió, quizás por cortesía, quizás porque se temía que si no Marinette no probaría bocado. Después de todo, siempre hacía lo mismo. Llevaba una caja llena de dulces y delicias a clase y las repartía, pero rara era la vez que ella probaba algo. Siempre esperaba a ser la última porque quería que todos tuvieran su parte, pero al final siempre se las apañaba para ver a alguien más a quien regalárselo.

Marinette lo cogió y tomó un trozo para llevárselo a la boca. Estaban calientes por dentro, tiernos y suaves.

—No traje nada para acompañarlos —recordó Marinette de repente, casi como una disculpa.

—Ni falta que le hace, están riquísimos por sí solos —le aseguró Adrien.

Entonces Marinette se dio cuenta de que Adrien ya se había terminado uno e iba en busca de otro, así que estuvo segura que no lo decía por mera amabilidad. Intentó tapar su sonrisa tomando un sorbo de su vaso, pero aún así Adrien se dio cuenta. No comentó nada, pero el vistazo de aquella sonrisa le calentó el estómago muchísimo más que el trago de café caliente y espumoso.

—Bueno, ¿y cómo te encuentras? —le preguntó Marinette—. No he sabido nada de ti desde que te llevaron al hospital.

—Ya, Nathalie me ha quitado el móvil —se quejó Adrien—, según ella no descansaré si estoy hablando con ustedes todo el día. Ni siquiera dejó entrar a Nino cuando vino a verme ayer.

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