Capítulo 4

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—Marinette, esto no me parece una buena idea —dijo Adrien, aunque no estaba muy seguro de que ella pudiera escucharlo. O que tuviera la intención de hacerlo, lo que, viendo la situación, era casi lo mismo.

Le dolía la frente de fruncir el ceño y los ojos de mirar hacia arriba, forzando la mirada a través de los rayos de sol que se colaban entre las ramas de aquellos árboles tan altos y tan poco frondosos.

—¡Marinette! —la llamó de nuevo, alzando un poco más la voz. Miró preocupado a su alrededor, temiendo que apareciera alguien y, a la vez, que no apareciera nadie—. ¡Por favor, baja de ahí!

Marinette ya debía de haber trepado dos metros a través de las ramas gruesas y pegajosas. Adrien solo podía mirarla aterrado y un tanto admirado mientras ella se desenvolvía con una destreza que jamás le había visto en clases de Educación Física.

—¡Ya casi llego! —le respondió Marinette, clavando con fuerza las manos en la siguiente rama para poder ascender un poco más.

En ese momento no podía estar más agradecida con su abuelo por aquel fin de semana de acampada donde la obligó a aprender a hacer fuego, pescar y trepar a los árboles. Aunque lo de pescar no le había terminado de agradar, descubrirse en las alturas por su propia fuerza, siendo Marinette y únicamente Marinette, le había dado un subidón de autoestima y coraje del que no quería separarse. Y Adrien solo podía observarla mientras se retorcía en aquellas ramas, lamentando la idea de haber tomado otro camino.

Habían terminado con las tareas de la ficha con algo de margen para volver al punto de encuentro. No era que lo hicieran en tiempo récord, pero sí les sobraba el tiempo suficiente para poder vagar un poco por la zona sin miedo al reloj. Adrien suspiró ante el recuerdo, él y su bocota.

—¿Por qué no vamos por aquí? —había preguntado Adrien, señalando el sendero que atravesaba un apretado y denso bosque—. Según el mapa es el camino más rápido.

—Pero es un sendero de tierra —había señalado Marinette, el mismo sendero que todos sus compañeros habían esquivado al llegar allí—. Dudo mucho que lleguemos antes que por donde hemos venido.

—Pero, ¿y la aventura? —había preguntado Adrien con una sonrisa traviesa que había brotado en sus labios sin darse cuenta—. Además, tenemos tiempo.

Marinette había suspirado, pero al final había correspondido su sonrisa y empezado a andar.

—Pues a qué esperamos —le había dicho ella.

Adrien solo podía observar horrorizado cómo trepaba por aquel árbol altísimo, sin medidas de seguridad, solo para conseguir una foto de aquellas flores que nacían del propio tronco en lugar de las ramas. Su único consuelo era poder abrazar la mochila de Marinette, aunque realmente no lo estaba haciendo de forma consciente.

Marinette, totalmente ajena a su angustia, finalmente alcanzó la altura de la flor. Se sentó en una rama gruesa y se dispuso a sacar una foto. Respiró hondo, llena del aroma limpio que se respiraba entre las ramas de los árboles, del perfume suave y sutil de aquellas flores que parecían esferas, conformadas por decenas de capas de pétalos delicados y cerrados sobre sí mismos.

Estaba tan ensimismada con la estampa que se sobresaltó cuando un fuerte golpe resonó bajo sus pies. Tuvo que agarrarse a la rama para no caerse.

—¡¿Adrien?! —lo llamó Marinette, preocupada.

—¡Quédate arriba Marinette!

La advertencia le puso los pelos de punta. Con cuidado y el corazón en un puño, escuchó las risas que ascendían por el bosque como el graznido de una bandada de cuervos. Miró hacia abajo y entonces los vio, un grupo de chicos rodeaba a Adrien y él... Lo habían derribado y estaba en el suelo.

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