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Tres meses habían pasado desde aquella inesperada confesión y Atsushi se hallaba en las nubes.
Akutagawa -ahora Ryuu- no era nada menos que un perfecto caballero, cada momento juntos parecía sacado de un sueño y el albino tenía que pellizcarse a cada rato para saber si no había pasado a un mundo idílico en la otra vida, para gran diversión del mayor.
El perfume de las flores de mandarina animaba el ambiente cálido de la estación, haciendo que el más joven sonriera optimista. Después de mucho tiempo parecía que la vida por fin le tenía compasión, dándole aquel amor que tanto había anhelado como un sueño imposible.
"Atsushi, ¿sigues aquí?" Una voz que ahora ya no sonaba molesta lo sacó de su ensoñación.
Frente suyo se hallaba su novio -su novio- ofreciéndole un helado de vainilla y chocolate que habían ido a buscar para su cita.
"Estoy aquí." Le dolían las mejillas de la gran sonrisa que no dejaba su rostro. No recordaba la última vez que había sido tan apreciado como cuando estaba en los brazos del mayor, mirando películas en su apartamento con el ventilador prendido para no empaparse de sudor.
Si la cálida presencia del azabache era amor, entonces no quería dejar de amar nunca.
Mientras las iris amarillas florecían, las blancas se marchitaban.
***
Si el amor era como una llama, Atsushi sólo podía imaginar que su amor ardía como aquella estrella dorada que coronaba el cielo con su presencia. Cálido de día
"Ryuu, espera ah-"
"Atsushi, entrégate a mi."
Frío de noche
"¿Tienes que irte?"
La luna iluminaba la habitación donde dos amantes compartieron su momento de pasión.
Un par de ojos que llevaban el atardecer en su iris observaban a la otra persona en la habitación que se preparaba para irse.
"Sabes que tengo que terminar este proyecto, tonto Jinko." Aquel apodo que antes era dicho con veneno ahora llevaba sólo cariño, mientras el hombre mayor se despedía de su joven pareja con un último beso en aquellos labios hinchados y rosados como cerezos en flor.
