Capítulo 3

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Con cuidado pero veloz quita mi mano de la perilla de la puerta y de igual forma aleja mi cuerpo de la entrada, cerrando él la puerta.

Sin pedir permiso se encamina a mi sala-comedor-cocina.

-Claro, puedes pasar.

-Gracias.

Una carcajada, de esas que no habían salido de mi desde hace mucho, broto desde mi garganta, inundando la habitación de mi poco agraciada risa.

-Serás cínico. ¿No debes estar en el hospital?

-Se supone – un encogimiento de hombros para después posar su trasero en el sofá.

-Te escapaste – es un hecho y de solo pensarlo me provoca dolor de cabeza, lo más sensato es llevarlo de regreso para que lo mantengan vigilado y le den un diagnostico a esas idas al espacio que tiene, pero mis fuerzas están por lo bajo y mi estomago está rugiendo cada vez más fuerte.

-Todo un genio – es la primera vez que lo escucho burlarse de algo, en este caso de mí, me está dirigiendo la palabra que es lo más extraño.

-Si te pasa algo no te llevare al hospital, pero preferible no te mueras en mi sofá, es mi favorito.

-Y el único.

-Exacto – lo apunto con mi índice, dándole completamente la razón -. Preparare huevo, ¿quieres?

-No, gracias.

Una sonrisita que creo yo, y es que le pongo esmero en hacerlo, burlona se dibuja en mis labios cuando su estómago hace presencia y rebobina las palabras del chico.

-Ya lo creo.

En tarareos me pongo a preparar la comida. No mentía cuando dije que tener a alguien en casa no me parecía una mala idea y lo sigue sin ser, aunque el invitado sea más silencioso que una roca. Hace que el lugar de paredes beige tirando a volverse en poco tiempo grises se sienta un hogar pequeño y menos frio.

Cuando volteo a verlo está mirando la foto que tengo con mis hermanos y mi sensei. El sonido de los vasos siendo puestos sobre la mesa logra alejar su vista del recuadro ahora regalándomela a mí.

-Deja te ayudo.

Pasa de largo para buscar los platos y cubiertos en las pocas puertas que hacen de cocina en la habitación y colocarlos de forma alineada sobre los manteles de la mesa. Siempre se escuchaban murmullos diciendo lo ordenado e impecable que era el chico huérfano, que su hogar, a pesar de asemejarse al mío solitario, se mantenía limpio y pulcro.

Dejo que me ayude un poco mientras yo tomo la sartén con un paño para comenzar a servir el contenido en los platos.

Se sienta frente a mí, tomando los palillos entre sus manos y dando gracias por la comida, lo imito tomando mis respectivos utensilios antes de postrarme en el suelo a merendar.

Cuando al fin mi trasero toca algo plano en lo que reposar después de un muy largo día vuelvo a escuchar su voz.

-¿Quién eres? – una sonrisa tonta se pinta en mis labios, que insistente.

-Dai Fukoshi – mi mano interrumpe entre nuestros cuerpos.

-Nunca había oído hablar de ti – podría decir que no duele que siempre lo digan, incluso los ancianos que parecen vejestorios caminando por las calles, esos mismos que presumen de una muy buena memoria a pesar de su edad ya avanzada no me conocen y afirman, cada vez que paso a lado de ellos, que en su vida no me han visto. Ya estoy acostumbrada al dolor que personas ajenas me causan con sus palabras. Un poco desanimada regreso mi brazo a su lugar, donde mis dedos comienzan a jugar con la alfombra debajo de la mesa.

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⏰ Última actualización: Jan 29, 2022 ⏰

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Los ojos de la tinieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora