Capítulo 42

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El último en salir por la puerta fue Tul, quien le dirigió una mirada desaprobatoria al mayor.

Un estúpido pensamiento de impedir que se fuera el pelinegro había embargado la cabeza del mercenario. Pensamiento que desechó al instante.

- Mejor que se vaya ese pequeño bastardo, únicamente me desconcentra de lo importante.- Habló para sí mismo una vez se encontró solo en el gran loft.

Con paso tranquilo se dirigió a la habitación principal, ya que antes de que el pelinegro lo interrumpirse, se encontraba revisando un nuevo trabajo.

Aun no podía realizar su jugada hacia el maldito pez gordo que lo perseguía, pero cada vez estaba más cerca de dar el golpe final.

Una vez lo agarraron con la guardia baja. Eso ya no volvería a suceder.

Unos ligeros recuerdo de la vez en la que casi muere desangrado llegaron a él, e inevitablemente el rostro de Can apareció. Aquella persona tan miedosa había decidido arriesgar incluso su propia vida para poder salvarlo en una situación que cualquiera consideraría suicida.

- Ese mocoso.- Dijo negando levemente con la cabeza. Sin querer admitirlo había algunas características que le sorprendían del contrario.

Entrando en la alcoba, observó la gran cama desacomodada. Fue en ese momento en el que un ligero gruñido salió de lo más profundo de su ser.

Volvió su mente a hace menos de una hora. Tan siquiera pensarlo comenzaba a crearle un problema en los pantalones. Imaginó el cuerpo desnudo a su merced, en espera suyo, listo para recibirlo. El cómo había pronunciado su nombre entre gemidos llenos de placer con esos labios tan deseables.

Lo había tomado nuevamente, lo había hecho suyo una vez más y tal parecía sería la última. Esa idea no le agradó en lo más mínimo.

Ni siquiera lo entendía, el cuerpo del menor no era para nada el estilo que por muchos años tomaba referente a las personas con quienes se acostaba. Sin embargo, ese cuerpo lo calentaba como ningún otro, y era algo que no podía comprender. Lo que siempre ansiaba era poseerlo y macarlo como su propiedad. Pensar en bastardos como el imbécil de la discoteca teniendo lo que exclusivamente él podía hacer con Cantaloupe, lo enfurecía. No quería que nadie se acercara al pelinegro.

Pensamientos que evitaba darles la suficiente atención y que simplemente almacenaba en algún rincón.

Estaba volviendo a pensar en la persona en la que menos debería hacerlo.

- Maldita sea.- Se sentó en el escritorio, volviendo a mirar el monitor de la computadora frente a él.

Comenzó a leer el archivo que se le fue enviado mediante una red oculta.

Nuevamente se trataba de un trabajo simplón, sin mayor complejidad. Aunque no podía quejarse, era dinero casi regalado.

Su próximo encargo debía realizarlo dentro de media semana. Vio la ubicación y sonrió irónico.

Daba igual, no haría ninguna otra cosa a excepción de su trabajo. Era momento de volver a la rutina sin ningún pelinegro de por medio.


💥💥


Can se sentía extraño, sentía como si todo hubiese acabado cuando la realidad era que aun debía mantenerse de incógnito para evitar exponerse. El peligro se mantenía constante y seguir oculto era la mejor opción hasta que Tin acabase con el problema.

Iban de camino hacia el departamento de Tul. Ya habían pasado varios minutos desde que salieron del condominio. El mercenario no impidió que se fuera, pero le había sorprendido un poco la reacción que tuvo justo antes de que se marcharon.

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