El espectro

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Érase una vez que se era, una cigarra, que tranquila y relajada descansaba sus fatigas al sol del estío. El aire era límpido y brillante, y tañía con hilos de oro melodías de estrellas, y cantos de diamantes, y sonatas de luz, e himnos de fuego.

Yaciera así la cigarra, feliz bienaventurada, abatida y malhadada, en inquieto sosiego. Pues la felicidad de la cigarra es efímera, y desluce cualquier felicidad que pueda sentir, por conocer la brevedad de su dicha, el fin cercano de su tranquilidad, de su placidez, de su libertad.

Sus ojos se removían bajo los párpados, bajo aquel sol veraniego, limpio el aire y azul el cielo, fértiles los pájaros, fértiles y generosos, regalando sus cantos al prójimo y al lejano. Y la cigarra con las manos extendidas al cielo, convertidas en garras, intentando atrapar el momento y olvidar el futuro.

El futuro, que se cernía sobre la cigarra, velando el sol y ensordeciendo los pájaros, aferrado en sus recuerdos, recuerdos del futuro imborrables e imperecederos. Pues el futuro de la cigarra estaba escrito como lo está el de los hombres, que se convierten en cigarras, que se convierten en hormigas. Mas breve y efímera es la vida del hombre, y la vida de la cigarra, tanto como larga e interminable es la vida de la hormiga.

Entonces cerró su mano la cigarra, y su mano atrapó el momento, y el recuerdo del futuro desapareció. El sol brilló brioso y los pájaros cantaron con brío, con suavidad, acariciante el sol, suave y acariciante la melodía del estío: Calor, placidez, reposo y calma, y suavidad, y caricias y confortable ser.

Así transcurrieron las horas, con calma, sin prisa pero sin pausa. La cigarra siendo y existiendo, pensando, riendo, llorando, cantando y bailando. Libre viviendo.

Desde la aurora, el sol en su continuo tic tac llegó al mediodía, y en eso que descendía trotando hacia el ocaso cuando una sombra se cerniera sobre la cigarra, estorbando su reposo.

Abrieronse los ojos de la cigarra y giraron en sus órbitas, buscando el objeto que le tapaba el sol y vieron una sombra, una sombra umbría que le hacía sombra, negra, redonda y con antenas.

La sombra habló, y entonces la cigarra se dio cuenta de que era en realidad una hormiga, la sombra de la hormiga, que se cernía sobre la cigarra, velando el sol y ensordeciendo los pájaros, aferrada en sus recuerdos, recuerdos del futuro imborrables e imperecederos.

- ¡Muévete haragana! ¡Tu pereza es tu vileza y de lo vil tú haces virtud! – imprecó la hormiga. – Álzate y abandona tu iniquidad, pues el trabajo no descansa, y el trabajo es virtud, mas no la vileza ha de serlo.

- ¡Aléjate de mi, espectro! – repuso la cigarra incorporándose y retrocediendo de un salto, asqueada por la proximidad de la hormiga. – No me hables de trabajo, ni de virtud, pues qué sabrás tú de virtud, si la virtud pertenece a los vivos y a los libres, no a los muertos ni a los esclavos. ¡Tú, espectro! ¡Que no vives más que una muerte en vida! viva en la muerte, viva para sufrir y viva para llorar, y viva para el dolor y viva para el tedio, mas muerta para reír y muerta para cantar ¡Muerta para vivir!

A eso que la hormiga retrocedió un paso ante la vehemencia de la cigarra, pues un espejo en su interior se había roto, mas al instante se recompuso, y avanzó de nuevo en su negrura, pues el caparazón de la hormiga es duro, cubierto con apologéticas capas de antigua sabiduría, de antigua necedad.

- Con bonitas palabras escondes un oscuro sendero – contraatacó la hormiga – Un oscuro sendero de maldad, maldad en el camino y maldad en su fin. Dulce veneno pecaminoso de quien no crea y sólo consume, solo consume pues en su egoísmo no ha de haber más compañía que la de él mismo, pues la cigarra no ha de existir sin la hormiga, pues la hormiga crea y no consume, y siembra, y recoge, y trabaja. Trabaja para crear pues ¿cómo no ha de existir lo que no ha sido creado? La hormiga crea lo que no ha sido creado por sí solo, para que los inviernos sean veranos y los otoños primaveras, para que la escasez sea abundancia y la abundancia sobreabundancia. La hormiga es la culminación del ser, y la cigarra algo que debe ser superado ¡Sumérgete en tu ocaso y conviértete en hormiga!

Dicho esto, la hormiga avanzó otro paso hacia la cigarra, envalentonada por sus propias palabras, cerniéndose sobre la cigarra, velando el sol y ensordeciendo los pájaros, aferrada en sus recuerdos, recuerdos del futuro imborrables e imperecederos.

- ¡No me hables de superhormigas ni de superhombres! – respondió la cigarra – ¡Ni de creación ni de consumo! Pues la hormiga sólo crea necesidad en el hombre, necesidad de consumir, consumiendo lo necesario para consumir la necesidad que ha creado, creando sólo vanidad, pues todo es vanidad. Vanidad que obliga a la cigarra a convertirse en hormiga. ¡Y a eso lo llaman civilización! Lo llaman progreso y lo llaman humanidad. ¡Pues yo digo que el hombre y la hormiga deben ser superados! y sólo cuando la cigarra pueda ser cigarra y seguir siendo cigarra, será la supercigarra, cuadrada de pies y de manos, de mente cuadrada y moral intachable, pues el hombre debe ser superado y no podrá ser superado mientras esté lleno de hormigas.

Así habló la cigarra, y un nuevo espejo se resquebrajó en el interior de la hormiga. Un diamante bailó en su ojo, y un gemido quejumbroso escapó de una pequeña grieta abierta en su caparazón. Mas la hormiga no se dio cuenta de que su alma lloraba encadenada, ciega y sorda como estaba, pues el caparazón de la hormiga es duro, cubierto con apologéticas capas de antigua sabiduría, de antigua necedad.

- Mas continúa tu camino. – prosiguió la cigarra – Que el sol no se detiene en su tic tac, y el tiempo de la hormiga no es suyo. La hormiga vive tiempo robado, robado al reloj y robado a si misma, ¿Y no querrás seguir robándote a ti misma?

- Razón tienes en eso. El tiempo es oro y tú me estás robando mi oro con tu apología de la pereza, de la pereza y la pobreza. Y para pobres no tengo yo tiempo, puesto que yo no soy pobre. Pobre es quien no tiene nada, mas yo tengo trabajo.

Y con estas palabras se puso en marcha la hormiga, continuando su camino. Y la cigarra se sentó al sol del ocaso, viendo como los últimos rayos del astro se le escapaban de las manos esquivos, huyendo con pies ligeros y alas efímeras, y sintió pena de la hormiga, porque no era pobre. Pues pobre es quien no tiene nada, y la hormiga tiene trabajo.

Y la pena se convirtió en tristeza, y la tristeza en pavor mientras despuntaban las primeras estrellas, las estrellas agoreras del día del señor muerto ha, y que marcan la transformación de la cigarra en hormiga. Así, abatida y melancólica, recordando los placeres del día, la cigarra se adentró en la noche, para dirigirse a su cueva, donde cobijarse de las malhadadas estrellas que le recordaban recuerdos del futuro, velando el recuerdo del sol y el recuerdo de los pájaros, aferrando sus recuerdos, recuerdos del futuro que se hace presente, presente imborrable e imperecedero.

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⏰ Última actualización: Apr 05, 2015 ⏰

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La cigarra y la hormigaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora