El ritual satánico más penoso de la historia.

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-¿Quién es esta chica? Tiene el pelo muy corto.

Rodé los ojos sin que mi abuela lo viera. Sentí como una profunda indignación recorría mi garganta, pero la parte racional de mi cerebro me dijo que mi pobre abuela nunca podría entender mis gustos y que lo menos que podía hacer era tener paciencia y explicárselo.

-No es una chica abuela, es un chico- dije, acercándome al póster que estaba mirando, colgado a los pies de la cama.

Mi abuela entrecerró los ojos, como cuando le costaba leer algo y así lo veía mejor. Frunció el ceño.

-Pues, en ese caso... tiene el pelo muy largo.

-Es posible- le di un beso en la mejilla-, pero a mi me parece muy guapo.

Mi abuela volvió a fruncir el ceño unos segundos, pero pronto sonrió y me devolvió el beso.

-Ya me he dado cuenta. Casi no se ve el color de las paredes con tantos dibujos colgados.

Sonreí, satisfecha. Era la verdad. Tenía toda la habitación forrada de posters. Me había gastado un dineral, pero no me arrepentía de nada.

-Es que me gusta mucho- sonreí.

-Bueno, si tú eres feliz, yo soy feliz- echó una última mirada al póster-. Aunque sigo pensando que parece una chica.

Soltó una risita y caminó hacia la puerta de mi habitación. Antes de salir, se despidió con la mano. Yo le devolví el gesto y me quedé mirándola hasta que hubo cerrado la puerta tras de sí.

Escuché. Se oían los pasos de mi abuela al bajar las escaleras, cada vez más flojo. Tap, tap, tap... silencio.

Suspiré, aliviada. Cómo me fastidiaba que mis familiares entraran en mi habitación y empezaran a criticar mis preciados tesoros.

-¡Mi amor!- exclamé, lanzándome a abrazar el póster que había estado observando mi abuela- ¡Lo siento mucho!

La típica sonrisa tonta que se me ponía siempre al mirarle apareció en mi rostro. ¡¿Cómo podía alguien haber pensado que ese semental era una chica?! Había visto muchos animes, había leído muchos mangas, pero, sin el más mínimo atisbo de duda, Sebastian Michaelis era mi personaje favorito de todos los tiempos. Y el más guapo, por descontado.

Ese pelo negro como el carbón, rebelde pero a la vez perfectamente compuesto, como es de esperar de un mayordomo que se precie; esos ojos rojos cual llamas de fuego, tan ardientes que son capaces de congelar el tiempo; un cuerpo esbelto, inmortal, increíble hasta el último centímetro de su ser; salvaje, indomable, pero ante su amo tan dócil como un perro bien entrenado. Pura y perfecta perfección eterna.

Hacía tiempo que ningún chico de carne y hueso despertaba en mí sentimientos tan intensos cómo hacía él. Sentimientos absurdos, sí, puesto que no existía, era fruto de la imaginación de la mujer con la que estaré en deuda toda la vida. Pero, aunque fueran unos sentimientos locos, no me avergonzaba de decir que estaba locamente enamorada de un personaje de ficción.

Empecé a reírme como una tonta, como hacía cada vez que pensaba en él. Estaba loca, completamente loca. Loca por él.

Me tiré sobre la cama, atrapando al vuelo mi móvil que estaba sobre la mesita de noche. Lo encendí y ahí estaba él, con sus ojos felinos y su boca sonriente enseñando aquellos colmillos que, más que miedo, despertaban en mi un intenso calor en el pecho. Apagué el móvil, le di la vuelta, y ahí estaba de nuevo, en aquella funda que tanto me había costado convencer a mis padres para que me compraran. Fueron los dos meses más largos de mi vida los que pasé esperando a que llegara, pero, nuevamente, no me arrepentía de nada.

Kuroshitsuji (Sebastian x lectora): Crazy in loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora