En algún sillón, en alguna casa en los suburbios

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Relájate, has estado tenso desde hace un rato. Apretando la mandíbula, encajándote las uñas en la palma de la mano y con la espalda muy recta, como si fueras uno de esos soldaditos de juguete en posición de firmes. Cierras los ojos un momento y tratas de acompasar la respiración, apenas funciona y logras disminuir ligeramente la presión. Te recuestas un poco en el respaldo del sillón, esperando que el movimiento no parezca muy forzado.

– Maldición – piensas, pues notas que dejaste de prestarle atención a la chica con la que estás hablando.

Y, ¿quién podría culparte? Se necesitaría de una determinación sobrehumana para no perderse en esos ojos, tan profundos e indescifrables, que parecían cambiar de color con su estado de ánimo, yendo desde el castaño oscuro hasta un café muy brillante, casi ámbar. Su voz, que intenta arrullarte con sus melodiosos sube y baja de tono, acompañada por unos labios que bailan con cada palabra que pronuncian, invitándote a verlos, y sólo un loco o un necio podría resistirse.

¿Ves? Volviste a distraerte, ojalá pudieras oírla sobre el sonido de tu corazón retumbando en tus oídos.

Volteas a la ventana que está detrás de ella y ves que el Sol está a punto de ponerse sobre su hombro, tiñendo la habitación de un rosado pálido y confiriéndole un brillo sobrenatural a su piel en aquellos lugares donde los haces de luz más afortunados tienen la suerte de besarla. ¿En qué momento se hizo tan tarde?, ¿a dónde se fueron las horas que planeabas pasar ahí? Definitivamente hay algo mágico en esta sala de estar, pero no sabrías (o no querrías) decir qué.

El Sol termina de ocultarse tras el horizonte y la habitación pasa del rosa al azul en cuestión de segundos. Como llevaban varias horas ahí sentados no se habían molestado en prender ninguna luz, pues no hacía falta, así que lo único que quedaba para iluminar era el brillo de sus labios y el de sus ojos siempre cambiantes y caprichosos, así como algo que estaba empezando a encenderse dentro de ambos, pero aún era muy pronto para tratar de identificarlo.

Por supuesto que no era suficiente. Tal vez fuera por flojera, o tal vez fuera por casualidad, pero ninguno de los dos se levantó a encender la luz así que, para poder seguirse viendo a los ojos mientras hablaban, empezaron a acercarse un poco. Solo un poco. Muy lentamente. Tal vez estuvieran acercándose desde hace tiempo, pero no había forma de saberlo si no estabas prestándole atención a eso. Otro poco, apenas lo suficiente para poder distinguir sus facciones en medio de la creciente oscuridad, que parecía aumentar cada vez más rápido, obligándolos a acercarse más y más. Un poco más cerca, para este punto, ya estaban tan juntos el uno al otro que empezaron a bajar el volumen. Te acercas un poco más, y esta vez sus rodillas se tocan. Te sorprendes y la alejas en acto reflejo, pero tratas de recomponerte rápidamente y vuelves a poner tu pierna donde estaba, esta vez un poco más preparado, y dejas que tu rodilla descanse sobre la suya. Ella no se retira, así que te tranquilizas un poco, tal vez no se dio cuenta, pero parece no molestarle.

La conversación se reduce a un susurro, y ya no tienes idea de qué están hablando. La miras de nuevo, y esta vez a conciencia, a esta distancia no hay nada que pueda ocultarse. Te llega el olor de su pelo, a jabón y champú de flores ¿de frutas? No importa. La curvatura de sus pestañas y el cómo su delineado resalta la forma de sus ojos. No sabes nada de maquillaje, pero sabes que se ve hermosa. Lanzas una mirada furtiva a sus labios, simplemente porque no puedes evitarlo, y te das cuenta de que están inmóviles, detenidos en una sonrisa nerviosa.

– ¿Qué pasó? – te pregunta en un susurro – de pronto te quedaste muy callado.

Si tan sólo fuera consiente del efecto que tiene sobre ti no te haría una pregunta tan difícil. Si le confesaras tus sentimientos, ¿los aceptaría?, ¿se asustaría y alejaría de ti? Lamentablemente, no había forma de saberlo; aunque hubiera mucho que ganar, también tenías todo que perder.

– Yo- – logras empezar a decir. – "yo ¿qué?" – te preguntas. – es que- – tratas de continuar, pero las palabras te eluden. La ves inclinarse un poco hacia ti, ¿qué está haciendo?, ¿será para escucharte mejor? O tal vez... Dejas la pregunta a medias, observas como separa un poco sus labios y los vuelve a cerrar inmediatamente, como tratando de decidir si decir algo o no.

– ¿"Es que..."? – te incita a continuar, pero ya es demasiado tarde, cualquier idea que pudiera estarse formando ya se esfumó, simplemente es imposible concentrarse.

De repente te das cuenta de que tú también te estabas inclinando hacia ella, sus caras se encuentran a menos de un palmo de distancia, tan cerca, más cerca de lo que jamás habían estado. Ella cierra los ojos y se acercan un poco más, ni siquiera una hoja cabría en el espacio que los separa. Estás parado al borde del abismo sin estar seguro de qué hay del otro lado, así que haces lo que cualquier persona cuerda haría, cierras los ojos y das un paso, un salto de fe.

Y de pronto pasa. Una calidez húmeda que empieza en el punto donde sus labios se unen y que cubre todo tu cuerpo. Una corriente eléctrica que te recorre de los pies a la cabeza, todos tus sentidos en alerta, nunca habías tenido tantos pensamientos y emociones al mismo tiempo, y ninguno lograba decir nada coherente. Tu sangre hierve, tus mejillas arden, de pronto eres consciente de todas las partes de tu cuerpo y no sabes qué hacer con ellas ¿para qué servían las manos? Sientes sus dedos en tu nuca y tratas de imitarla, primero acariciando su mejilla – "Que piel tan suave tiene" – piensas. Sostienes su cabeza, enredando tus dedos en su pelo, no estás seguro de qué hacer ahora. Sus dientes chocan y ambos ríen nerviosos, pero sin separarse un centímetro. Respiran, y es el mismo aire, con sabor a menta e ilusiones.

Cuando por fin se separan te decepcionas un poco, querías quedarte así un momento más, uno que durara para siempre. Tu corazón sigue retumba en tu pecho y tus pensamientos apenas empiezan a alcanzarte. Tienes la cara entumecida y los labios hinchados. Te tiembla todo el cuerpo y tu respiración se ha vuelto pesada. La miras y ves que a ella le pasa lo mismo, nunca habías visto nada tan hermoso en toda tu vida. Ninguno puede borrar la sonrisa de bobo que se les quedó pintada en el rostro y necesitas usar toda tu fuerza de voluntad para no abalanzarte sobre ella.

– Al diablo – piensas. – ¿quién necesita cosas como "fuerza de voluntad" o "sentido común"?

Así que, por primera vez en tu vida, apagas todas las voces de tu cerebro y te dejas llevar por algo más irracional, algo primitivo dentro de ti, eso que empujó a los primeros hombres a escribir las primeras canciones y pintar los primeros cuadros. Tomas su cara con ambas manos y la atraes con firmeza hacia ti con los ojos cerrados, pero sin miedo a errar.

Sus labios se reciben como viejos amigos que llevaran mucho tiempo sin verse. Es imposible tratar de distinguir donde termina su boca y empieza la tuya. Recuerdas haber escuchado que el segundo beso solía ser decepcionante, claramente esa persona no sabía de lo que estaba hablando, o nunca había besado a esta chica.

La habitación desaparece, el tiempo deja de existir, la puerta se va, la ventana la sigue y hasta el sillón los abandona. Sólo quedan ustedes dos, siempre han sido ustedes dos. En medio de este caos y con los ojos aún cerrados no puedes evitar preguntarte si no será todo más que un sueño. Resistes el impulso de abrir los ojos para comprobarlo y te dices a ti mismo que, aunque no fuera real, al menos es la clase de sueño que vale la pena tener. Te permites ser feliz durante un momento más, hasta que tú también empiezas a desvanecerte, tu mente se detiene, ya no es necesaria, así que simplemente dejas de pens-

En algún sillón, en alguna casa en los suburbiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora