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- ¿Diga?
- Hola.
- Ah. ¿Ahora te dignas a llamarme? ¡La última vez que te vi fue en el funeral de mamá!
La afirmación de su hermana la tomó desprevenida.
- ¿En su fu-funeral?
- Sí, Sara. En su f-fu-fune-eral - La imitó, exagerando el tartamudeo.
- No es necesario que te burles de mí,
- No es necesario que me burle de tí, ¡No es necesario que sea parte de tu vida en absoluto.
- ¿De qué hablas? ¡Eres lo único que me queda!
- Claro. Ahora que te quedaste sola como perro me buscas. ¡No es mi culpa que tu éxito financiero te llevara a la ruina social!
Una pequeña lágrima rodó por su mejilla y un sollozo escapó de sus labios.
- Alondra...
- No, Sara. Ya me sé de memoria esto. - Aunque escuchó el dolor en sus palabras, Alondra colgó antes de que Sara pudiera notar lo mucho que le afectaba no estar con su hermana.
"Pudiste haber evitado todo esto ¿Lo sabes, no? Pudiste haber mantenido tu bonita boca cerrada y nada de esto estaría pasando." Su tono burlón y sarcástico de siempre se había desvanecido, dando paso a una rabia palpable.
"Pudiste no decir nada. pudiste ser sensata y dejar las cosas como estaban, pero tenías que ir y destruir todo lo que había planeado y construido con tanto cuidado."
"¿Y no puedes arreglarlo? ¿No puedes regresar y hacer que ese momento taaaaan trascendente en mi vida cambie de nuevo?"
"¡No puedes cambiar lo sucedido, estúpida! Lo que hiciste fue un error, ¡Está mal! No estabas pensando, ¡Ya. Pasó!"
"Pues cámbialo."
"¿Sabes el tiempo que me tomará volver a planear cada miserable detalle de tu vida?"
Y Sara recordó.
- ¿Estás segura de esto, querida?
- ¡Claro que sí!
- De acuerdo. - Dijo la mujer mientras, sobresaltada por su impetuosa respuesta, tecleaba algo en su computador. - Listo, ya está. Empiezas ahora mismo, ve al cuarto privado número siete para atender a Raúl Solís.
-Muchas gracias - Dijo Sara, levantándose torpemente de la silla, enderezándose la minifalda y tomando su bolso para salir del cuarto acondicionado como oficina tambaleándose sobre sus tacones rojos.
"¿CÓMO HICISTE ESO?"
"¿Hacer qué?"
Un dolor agudo y desgarrador en la cabeza, en el vientre y en las piernas la hizo desmayarse. Su cuerpo no resbaló de una silla de piel de oficina como esperaba, sino que cayó de lado sobre un suave sofá de gamuza.

***

En donde fuera que se encontraba, olía a limpiador para pisos y a vitamina B.
Bueno, a limpiador para pisos, a vitamina B, a metal, a algodón y a colonia.
Su respiración era pausada y regular, sus ojos permanecían cerrados y podía sentir los latidos rítmicos de su corazón en el pecho, en el cuello y en las sienes, pero sentía el resto del cuerpo agradablemente adormecido, como si todo el dolor hubiera sido reemplazado por una esponjosa almohada de espuma.
Su consciencia continuó volviendo a paso lento y plácido y se percató de que estaba recostada en una cama dura e incómoda, cubierta por una prenda de algodón que más bien parecía papel y una sábana que desprendía un olor a lavandería, su insensibilidad temporal se desvaneció al tiempo que notaba un dolor punzante en el dorso de la mano y en el interior del codo, al igual que una presión incómoda en el dedo índice.
Uno a uno fue haciendo consciencia de sus sentidos, tenía la lengua seca y un sabor metálico en la boca que bajaba por el esófago hasta perderse en la profundidad.
- ...Y no me importa que no te quieras casar conmigo y no me importan las razones, te amo... Te amo más de lo que piensas, más de lo que me gustaría aceptar... Te extraño tanto...
Una mano áspera se deslizó por su costado e hizo que pequeños toques eléctricos recorrieran su cuerpo.
- Cuando te vi por primera vez en la escuela, creo que supe inmediatamente que eras para mí.
En el fondo, el tictac de un reloj y el pitido regular de una máquina le daban a todo un ambiente tenso y deprimente.
A Sara le entraron ganas de llorar, pero sus lagrimales no respondieron.
La mano en cuestión le rozó la mejilla y luego le tomó la mano.
- Cuando veo todo esto, de alguna manera siento que es mi culpa ¿Sabes? Ya sé lo que dirías "No seas tonto, ¿como puede esto ser tu culpa?" Y sé que es absurdo, pero así me siento.
Sara abrió los ojos y observó a un Gabriel con ojeras y barba de unos cuantos días, sus rizos pelirrojos estaban despeinados y apuntaban en mil direcciones distintas y sus ojos ambarinos estaban tristes. Eran los ojos más tristes que Sara había visto jamás, inyectados en sangre y con apariencia de no haber dormido en varios días.
De repente, su rostro se inundó de alegría y alivio y pareció que iba a saltar de la silla de plástico en la que estaba sentado.
- Sara, bebé... ¿Me escuchas?
Un sonido gutural escapó su garganta por respuesta, no podía mover los labios.
- ¡Doctor! ¡Doctor ¡Despertó!
Gabriel se levantó de un brinco y abrió la puerta del cuarto, sin salir ni quitarle a Sara los ojos de encima.
Con los ojos abiertos, Sara comenzó a examinar el cuarto, o al menos parte de él, pues un collarín le impedía cualquier movimiento del cuello.
El cuarto era tal como lo había imaginado: Paredes y techo de yeso blanco, baldosas blancas en el suelo y un reloj de pared sobre la puerta de triplay también blanca, aparatos ruidosos a su alrededor, sueros y medicamentos que se le administraban por los tubos insertados en su piel.
-A...
Los ojos de Gabriel se dispararon hacia Sara, al igual que el resto de su cuerpo
- ¿Cómo? - Su mano trazó en un movimiento suave la mandíbula de Sara
- A...j...a...
- Aja?... ¡Agua! ¿Agua? ¿Quieres agua?
- Mhm...
Hablar le costaba horrores, la lengua seca y la mandíbula hinchada no ayudaban.
Gabriel salió y regresó un momento después con un vaso de plástico lleno de agua, Sara no podía mover las manos, así que él sostuvo el vaso frente a su boca mientras ella bebía. Su lengua, como el resto de su boca, fueron recuperándose poco a poco y en unos minutos, después de dos vasos más, ya estaba en condiciones de hablar con menos dificultad, pero su mandíbula seguía hinchada.
- Gracias - Probó a decir, la voz le salió a trompicones, difícilmente entendible, cualquiera que hablara con ella por teléfono diría que estaba borracha.
- Por nada.
En eso llegó el doctor; enfundado en una camisa, una bata, pantalones y zapatos deportivos, todos blancos.
- Hola, Sara. ¿Cómo te encuentras? - Preguntó como si no hubiera estado inconsciente por un rato.
- Hecha polvo.
- Es normal, considerando lo que te sucedió, me sorprende que no hayas entrado en un coma.
- ¿Lo que me sucedió?
-¿No lo recuerdas?
-No.
-Estábamos sentados en el sillón del cuarto hablando acerca de nuestra relación y de repente sólo te desvaneciste, tu cabeza se comenzó a inflamar y te pusiste morada, así que entré en pánico y llamé a una ambulancia. De eso hace unos cinco días. - intervino Gabriel
-Vaya.
-Yup.
"¿C...cómo... hiciste eso?"
"¿Cómo hice qué?"
"¿CREES QUE SOY IDIOTA? ¿CÓMO LO CAMBIASTE?"
"No sé de qué estás hablando."

- ¿Estás segura de esto, querida?

- Sí supongo que sí.

- ¿Estás segura de esto, querida?

- Sí supongo que sí.

Sara sonrió tímidamente.

- ¿Estás segura de esto, querida?

- Sí supongo que sí.

Sara abrió mucho los ojos.

- ¿Estás segura de esto, querida?

- Sí supongo que sí.

Sara no tenía control de su cuerpo, ni de sus labios, ni de su rostro.

- ¿Estás segura de esto, querida?

- Sí supongo que sí.

- ¿Estás segura de esto, querida?

- Sí supongo que sí.

- ¿Estás segura de esto, querida?

- Sí supongo que sí.

- ¿Estás segura de esto, querida?

- Sí supongo que sí.

- Sí supongo que sí.

- Sí supongo que sí.

- Sí supongo que sí.

- Sí supongo que sí.

- Sí supongo que sí.

- Sí supongo que sí.

- Sí supongo que sí.

- Sí.

- Sí .

- Sí.

- Sí.

- Sí.

- Sí.

- Sí.

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