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Un dolor de cabeza intenso se apoderó de ella por primera vez durante el cambio, un dolor que pudo haber durado un segundo, un minuto, una hora, cinco años. Cuando abrió los ojos de nuevo, se encontraba en un jardín gigantesco que rodeaba un edificio alto que parecía estar construido con plata y haber sido manufacturado por los mismos dioses. Su imponente prescencia opacaba a cualquiera de los edificios circundantes. Se dio cuenta de que los tubos se habían ido.
Revisó su muñeca izquierda, pero todo lo que encontró fue un lujoso reloj de oro.
Así, volvió a uno de sus chequeos habituales, que siempre eran tan incómodos de hacer en espacios abiertos (O sea en público), pero su única manera de averiguar el momento exacto de su vida en el que se encontraba. El chequeo físico sugería unos treinta años de acuerdo con el torso y las piernas, el cabello, ahora extrañamente pelirrojo, abundaba y tenía un tufo a tinte que se le hizo duro soportar.
Gracias al cielo, llevaba un bolso amplio color negro que hacía juego con su traje sastre con camisa blanca y falda corta, dentro del cual encontró una billetera que, además de una cantidad excesiva de efectivo y tarjetas de crédito, contenía una identificación que la certificaba como Sara Reyna Moreno de veintisiete años, registrada tres años antes.
Y ahí venía el deja'vu.
El mismo día del mismo mes del mismo año. El mismo día en el que Gabriel le proponía matrimonio.
En el bolso también encontró objetos de poco valor e importancia, tales como un cepillo, un espejo, una mascada, un libro, un folder con papeles que al parecer eran importantes y un iPhone 8 ace. Al navegar por sus contactos, encontró a su madre, a Gabriel y a Rory entre gente cuyos nombres desconoció.
— ¿Aló?
— ¡Rory!
— ¿Sara? ¿A qué viene esta llamada? de memoria sabes que en Amsterdam es medianoche.
— Lo siento, lo había olvidado.
— Más vale que sea importante.
— Desperté hace unos diez minutos con un dolor de cabeza espantoso, no encuentro mi brazalete y estoy en el jardín de un edificio altísimo que no me suena de nada.
— ¿De verdad me llamas para que te ayude a librar otra cruda? Lo siento, pero ahora no estoy disponible.
Y colgó.
¿Cruda?
-¡Aurora! — Le grito con desesperación a su teléfono.
— Ya déjala. Todos sabemos que su relación no está en su mejor momento. — Dijo una voz por detrás de alla en un tono condescendiente y provocador a la vez. Una mano que supuso de pertenecería al dueño de la voz le tomó la cintura por la izquierda, rodeándola con el brazo y el resto de él apareció a su derecha.
— ¿Por qué no vamos a mi oficina a arreglar el asunto que teníamos pendiente?
Perdiendo el control, Sara sonrió, provocativa y se pegó al desconocido que acababa de abordarla.
— Me parece una excelente idea. — Y comenzaron a caminar hacia las puertas del majestuoso edificio de más de 25 plantas frente a ellos.
Al ingresar, Sara notó inmediatamente un tufo a tabaco y perfume barato.
Mientras se aproximaban al elevador, una mujer bajita cuyo largo cabello rubio cenizo alzado en una coleta de caballo que ondeaba hasta la parte media de su espalda, sus ojos grises ocultos detrás de unos anteojos de pasta negros y su tez bronceada no aparentaban más de veinticinco años.
— ¡Sara! Los ejecutivos venezolanos anunciaron un ligero retraso en su vuelo, pero ya están en el avión con un ETA de cinco horas.
— Sólo me hacen perder tiempo.
Seguía sin tener control de sus labios.
— No quiero que nadie me moleste, Bay. Voy a hablar un momento con el señor Matthews.
— ¿Significa no gente y no llamadas?
— Qué bien me conoces. — Concluyó con una sonrisa de suficiencia.
En el interior, sin embargo, el edificio tampoco era nada modesto: Suelos de mármol, columnas de granito y grandes lámparas de cristal adornaban el lobby de techos altos.
Al entrar en un elevador de aspecto igual de resplandeciente y caro que el resto del edificio, Sara —incómoda— ignoró las miradas lujuriosas del "Señor Matthews" y comenzó a examinar el elevador.
El suelo era de un mármol blanquísimo, medias paredes de un laminado de cerezo de muy buen gusto y espejos en el resto de los costados.
No tenía idea de lo que había junto a ella, detrás de ella. No podía moverse, no podía ni girar los ojos. Él la tenía completamente dominada, sentía su presencia como un enorme traje de cuerpo completo que no la permitía hacer absolutamente nada más que lo que Él la obligaba a hacer.
Se ajustó la camisa que no necesitaba ajuste alguno, bajando el escote de la misma considerablemente. Lo cual (Por supuesto) no pasó desapercibido ante los ojos de Matthews.
"Me repugnas"
"No seas tan dura, cariño. Pasarás un rato agradable"
El trayecto se hizo insoportablemente largo. Ni siquiera sabía con exactitud cuántos pisos tenía el dichoso edificio.
— Nunca me ha agradado que el elevador tarde tanto en subir.
— Llevamos diez segundos aquí dentro.
— Sí, pero nos está retrasando.— Respondió acercándose, estiró la mano y le desabotonó el primer botón de la camisa cuidadosamente, rozando con delicadeza su pecho.
— Hay cámaras. — Dijo Matthews en un tono desafiante.
— Y la gente que las controla está a mi mando.
El elevador tardó otro minuto, cuatro botones de la camisa de él, su bragueta y los zapatos de ella en llegar al piso dieciocho

Al fin el elevador llegó a su destino: Las puertas se abrieron ante una segunda puerta de metal con unos cuantos botones con números en ellos. Sara levantó el panel de dígitos y descubrió un pequeño escáner sobre el cual puso su dedo pulgar sin romper el intenso beso que los unía en una bola de aire caliente.
La puerta se abrió con un clic y reveló ante ellos un escritorio amplio detrás de dos sillas de apariencia cómoda y con una silla aún más cómoda detrás, una computadora de última generación colocada a tres cuartos con la pantalla hacia atrás. Había una puerta que llevaba a un baño y una que parecía un gabinete de papelería. Pero no lo era.
Se dirigieron hacia la puerta del gabinete y al abrirla aparecieron un par de pliegos de cartulina y unos cuantos paquetes de papel, pero al empujar con el peso de ambos el tablón del fondo, se abrió como una puerta escondida y ambos cayeron al suelo de una alcoba de considerable tamaño con las paredes pintadas de rojo sangre, oro y hueso y una cama King Size con muchos almohadones y edredones de plumas de aspecto irresistible. Pero también había algo más -Y no eran precisamente las velas aromáticas que alguien encendía en secreto cada vez que Sara daba la orden "No molestar".
Las paredes que daban a la oficina (Que eran dos) y el techo estaban cubiertos de corcho de un grosor de 5cm pintado de la misma manera que el resto de las paredes y una gruesa alfombra negra forraba el suelo de la habitación.
Pero los ojos de Alexander Matthews mentían. Él no la amaba. Y Él lo sabía, pero no le pudo hablar

Recostada en la cama; cubierta tan sólo por las sábanas, colchas y cobijas, Sara lloraba silenciosamente con un roncante Alex a su lado, igual de desnudo que ella. O más bien menos. Ella estaba también desnuda de sentimientos, su mente vulnerable ante el trauma de una primera relación. De una relación forzada. Era obvio que ese cuerpo ya había sido utilizado antes, pero eso sólo la hizo más miserable.

Un Rayo de luz azul la despertó y al apartar las cobijas se descubrió vestida en las mismas ropas formales que antes del incidente. El puro pensamiento de Alexander vistiéndola le dio arcadas.
Examinó el cuarto más a fondo, había un pequeño tocador y un lavadero.
Se lavó, se maquilló y se peinó, luego salió de la habitación y se sentó en el escritorio
— Bay — Dijo por el intercomunicador.
— ¿Sí?
— Gracias.
— De nada Sara. — Casi la escuchó sonreír.
— ¿Cuanto tiempo me queda? —
— Aproximadamente tres horas y media. —
— Gracias, querida. —
— De nada, querida. — Después de una breve risita, se cortó la comunicación.

Al darse cuenta de que volvía a tener control de su cuerpo, decidió hacer una pequeña investigación acerca de lo que estaba a punto de hacer. Encendió la computadora y buscó entre sus archivos la palabra "Venezuela"

En ese momento, Sara se sintió más sola que nunca. Todo eso era suyo, todo. Ese enorme edificio que era sede de una enorme compañía, se sintió sola. Con tantas cosas; tanto dinero, tanta ropa, tantos lujos... Y todo a costa de sus seres queridos, a costa de su madre, de su novio, de su mejor amiga... La única persona que le quedaba era Bay, y ni siquiera estaba segura de cómo era su relación con ella.
Como por instinto, sacó su celular e ingresó un número de larga distancia.

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