Prólogo

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El fin del mundo comenzó hace trece años, yo había cumplido cuatro apenas.

Según me han contado, la cosa fue (para sorpresa de nadie) casi exactamente como Hollywood cuando aun existía lo había profetizado tantas veces: En algún rincón del mundo, una estúpida bacteria decidió que no quería morir tan fácilmente así que mutaría. Y la muy desgraciada lo logró, mutó y se adaptó tan bien que para cuando menos nos dimos cuenta fue demasiado tarde para detenerla.

Miles de millones de dólares fueron invertidos por gobiernos de todas partes para frenar el avance de la epidemia pero finalmente La Infección salió a la luz, o mejor dicho a las calles, donde el contacto entre las personas que sin saberlo la portaban comenzó a esparcirla fatal e irremediablemente.

Cuento todo esto ahora solo porque ha pasado ya suficiente tiempo para hablar del tema sin causar ningún tipo de pánico, pues a estas alturas coexistir con los infectados se ha vuelto parte de la cotidianidad. Claro que no siempre fue así.

Al principio todo el mundo creyó que se trataba de una epidemia común como las otras que habían asediado a la humanidad durante las últimas décadas, una fiebre como cualquier otra que se podía controlar con una píldora y un trapo húmedo en la frente. No lo era. A la fiebre, que no dejaba de subir hasta dejar al infectado inconsciente se le sumaba al poco tiempo una hinchazón y enrojecimiento anormal de los ojos y los labios, de los cuales eventualmente empezaba a brotar una asquerosa espuma maloliente y así el cuerpo comenzaba a pudrirse de adentro hacia afuera. Para este punto lo único que quedaba era huir lo más lejos posible de aquella monstruosidad que en el pasado fuera tal vez un ser querido y del cual no quedaba más que el cascarón andante y rabioso de una criatura a media descomposición e impulsada solamente por los más básicos instintos de cazar, devorar y atacar a quién fuera que se atreviera (o corriera con la mala fortuna) de invadir su territorio. Eso o tirarle de un tajo la cabeza antes de que te mordiera.

Letal en el mejor de los casos, La Infección no necesitó contagiar a toda la población de una ciudad para colapsarla, el pánico se encargó rápidamente de eso. ¿Qué más podía esperarse cuando un día sin previo aviso aparecieron juntas las palabras "EPIDEMIA" y "ZOMBIES" en todos lo noticieros del mundo?

En un último esfuerzo por controlar la situación muchas ciudades fueron bombardeadas por sus propios gobiernos, otras amuralladas, gaseadas, rociadas con químicos letales y todas aquellas cosas horrendas que tanto tiempo atrás la humanidad había jurado (y firmado en el Acuerdo de Versalles por cierto) que jamás volvería hacer. En fin, el remedio resultó peor que la enfermedad.

Una vez asolada nuestra hermosa Madre Tierra, y tras un par de décadas ya tratando de remediar las cosas ineficazmente, ahora solo nos queda una cosa por hacer: cruzar el portal, huir al Arca, comenzar de cero en un mundo nuevo y esperar que realmente hayamos aprendido de nuestros errores aquí. Al menos es lo que algunos pocos podrán hacer, aquellos que con su ingenio, sus méritos o (seamos realistas) con sus costales de dinero consigan un boleto dorado para cruzar. Pero para la mayoría de nosotros, simples y pobres mortales que apenas conseguimos vivir al día es solo cuestión de tiempo para pasar de ser un sobreviviente del apocalipsis a ser un infectado más.

Al menos pensaba que así sería para mi y para mi familia, hasta ahora.

DANZER - El fin está por comenzar - EN ESPAÑOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora