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s e p t e m b e r

Hacía un año que no veía a mi hermano pequeño. Mis padres le habían puesto Rain por una razón: querían que sus hijos llevaran nombres significativos para lo que había sido su relación. Su intención era ponerle April a su primera hija y Rain al segundo hijo (en el caso de ser niña y niño respectivamente), pues se habían conocido un lluvioso día de abril (april's rain, lluvia de abril) y querían que sus hijos fueran un recordatorio de ese momento romántico. Pero salí yo en la misma bolsa que la que se iba a llamar April, así que me llamaron September (sí, un mes conocido principalmente por haberse llevado a cabo ataques terroristas). Era el mal tercio, pero nunca me había molestado demasiado.

A lo que iba, que me enrollo como las persianas.

Hacía un año que no veía a Rain, por lo que el lunes había pasado de ser "el día temido" por culpa de la exposición, a "el día deseado" gracias a mi hermano. Lo dicho: sorprendente lo que puede cambiar el día gracias a una sola persona.

Estaba delante de la clase en la que debería hacer la exposición, media hora antes, solo para relajarme. Tenía el móvil en las manos y le daba vueltas y vueltas mientras repetía en mi mente toda la teoría. No fue hasta que faltaban quince minutos cuando recibí un mensaje de voz de Conway. Lo abrí sin dudarlo y me puse los auriculares para escucharlo.

Ey, September. Iba a llamarte, pero no tengo tu número para hacerlo. Solo quería desearte mucha suerte, aunque considero que no la necesitas. Vas a bordarlo, vas a dejarles a todos con la boca abierta y vas a salir de allí orgullosa y satisfecha, ya verás. Ayer me dijiste que hoy verías a tu hermano y por lo ansiosa y feliz que estabas deduzco que hace mucho que no os veis. Piensa que, en cuanto termines, irás a verle por fin. Piensa en ese encuentro como una recompensa por tu buen trabajo. Espero que me digas algo cuando acabes. Quiero saberlo todo.

Me llevé la mano al corazón de forma inconsciente. Me quité poco a poco los auriculares y respiré profundamente, repitiendo sus palabras en bucle en mi cabeza. No me dio tiempo a procesarlo mejor y a responderle, porque la puerta se abrió y asomó la cabeza una señora pelirroja con cara de haberse fumado un canuto y medio.

―¿September Knight? Es tu turno, cielo ―me dijo con una sonrisa amable.

Puede parecer una chorrada, pero su tono me tranquilizó. Metí las cosas en mi bolsa y me levanté como un resorte del asiento.

Lo único que tenía en mente mientras me dirigía a aquel pequeño escenario fue una de las últimas frases de Conway: "Piensa en ese encuentro como una recompensa por tu buen trabajo".

***

No había tenido ningún ataque.

No me había ahogado.

No habían tenido que llamar una ambulancia.

Y tampoco estaba en coma porque no me había llegado el oxígeno al cerebro.

Salí de la facultad respirando, pues los nervios me estaban atacando una vez había acabado. Me metí en los jardines pequeños, allí donde nadie podría verme, y me apoyé en la pared de ladrillo de la biblioteca. Respiré profundamente cinco veces. No me hizo falta más.

Lo había hecho.

Y creía que lo había hecho bien. Tenía un poco borroso lo que había ocurrido allí dentro, pero tenía la corazonada de que me había salido bien. Sabía que no me había olvidado de nada y que había hablado de forma pausada, respirando sin problemas.

Y, joder, quería saltar de alegría.

Decidí que ya era hora de marcharme de la universidad para emprender camino a los jardines del Museo de York. De camino, me paré a buscar un café latte para llevar en la cafetería que había casi a la salida del campus, y, por supuesto, saqué el móvil y busqué la conversación de conwayway en Instagram.

55 días de septiembre ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora