22

1.2K 233 33
                                    

s e p t e m b e r

Las personas que a lo largo de los años habíamos recibido poco cariño, nos abrumaba bastante tener a gente preocupándose por nosotros. Para mí siempre había sido normal que Tanner se preocupara, pues era como un hermano mayor y lo comprendía, ya que yo era de la misma forma con Rain. Cuando llegó Tiana y congeniamos tan rápidamente, también me sentí abrumada, pero me acostumbré a ella y su diferente carácter gracias a lo que empaticé con su historia. Pero, sin duda, la persona con la que más abrumada me había sentido había sido Conway.

Conway, ese chico con nombre de niño pijo y rico, estudiante de una universidad de élite, que se burló de una pregunta que hacía totalmente en serio. Ese chico de rizos rubios, ojos caídos y tatuajes en sus brazos. Había llegado a mi vida como un vendaval y se había instalado en ella con parsimonia y confianza. En la segunda videollamada que hicimos, ya sentía que confiaba en él, cosa que me extrañó y me sigue extrañando.

Cuando me lo encontré en la puerta de mi habitación, nervioso y preocupado, sentí algo en el pecho que no había sentido nunca. Amor, quizá. Creo que sí, que fue en ese momento cuando me di cuenta que Conway no solo me gustaba. Me sentí mal y quise pedirle perdón durante horas. Ya no solo por haberle preocupado tanto durante más de una semana, sino también por haberle ocultado una parte de mí de la que me avergonzaba.

Siempre me había gustado mucho leer y ya había leído un par de libros sobre escorts a lo largo de mi vida, por lo que ya sabía qué eran cuando mi ex compañera de clase me contó sobre ello. Pero jamás pensé lo que verdaderamente sentirían esas personas al ejercer ese "trabajo". Hasta que no me vi en esa situación, no supe lo agotador que era para la mente. Fueron años que, a pesar de haber coincidido con varias grandes personas, me resultaron muy difíciles, especialmente mentalmente, pues acabé machacada por completo.

No sabía cómo reaccionaría Conway al contárselo, pero fue inevitable mantener la mirada baja mientras se lo contaba. Me daba vergüenza reconocer en voz alta que recurrí a ese mundo para conseguir dinero, aunque por otra parte era consciente de que no era algo de lo que debía sentirme avergonzada. No podría haber reaccionado mejor y creo que en ese momento me di cuenta de que, efectivamente, eso que había sentido en el pecho al abrirle la puerta era amor.

Se había quedado conmigo durante el fin de semana y no dejó de abrazarme y besarme, lo cual había necesitado con urgencia y desesperación. Estaba asustada y él lo sabía, pero ya se estaba encargando de hacer lo que la policía no había hecho por mí cuando más los necesité. Ya había obtenido mi tarjeta antigua y mi número PIN, y le había informado de la situación a su tío, el cual se había comunicado conmigo a los pocos días, de forma muy amablemente, por cierto, para que le contara bien mi situación.

El siguiente jueves, como cada tarde, recibí una solicitud de videollamada de Conway. La acepté mientras me sentaba en la silla de mi escritorio. No negaré que se me subieron los colores al rostro, porque el señor Conway Augustus estaba sin camiseta, mostrándome con descaro los dos tatuajes de su pecho: una araña justo en su esternón y unas letras que desconocía qué ponía.

―Buenas tardes, señorita Knight de St John ―saludó con su usual y resplandeciente sonrisa.

―Buenas tardes, guapo ―sonreí―. ¿Qué tal ha ido el día?

―Muy bien, aunque estoy un poco cansado. Acabo de darme una ducha y no tengo pensamiento de hacer absolutamente nada lo que resta de día, salvo hablar contigo. ¿Y tu día qué tal?

―Un poco igual que el tuyo. Lo he pasado casi por completo en la biblioteca estudiando porque han faltado dos profesores que tienen un virus estomacal.

Conway suspiró.

―El lunes empieza lo gordo. ¿Querrás que estudiemos un poco este finde?

―Me parece genial, necesito ayudita en algunos temas.

55 días de septiembre ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora