PRIMERA CITA

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Llegó la noche, y los nervios estaban a flor de piel. Ya era difícil para Diana diferenciar entre el nerviosismo o el frío ligero de un otoño recién llegado. Allí estaba ella junto a la estación en la dirección acordada, muy puntual como siempre, esperando la llegada del chico que le revolcaba todo por dentro.

Ya habían pasado once minutos desde las ocho en punto, así que Erik llegaría en cualquier momento. Ella tenía mucha fe de eso. Su mente solo tenía lugar para pensar en su comportamiento en las próximas horas. No quería arruinar nada. Quería que todo fuera especial.

Llevaba puesta su chaqueta marrón favorita, pues contrastaba perfectamente con su cabello rubio ondulado, el cual reposaba hasta un poco más abajo de sus hombros.

Mientras miraba su reloj, un indigente se le acercó pidiendo algo de dinero. El hombre tenía un aspecto algo sucio y escalofriante, y más a esas horas de la noche. Era imposible no pensar que llevaba mucho tiempo sin bañarse. Diana sintio pena y miedo, más miedo que otra cosa. Pero aún así, decidió dar un paso atrás, y su noble corazón la obligó a abrir su bolsa para sacar un dólar. Miró para todos lados a manera de precaución, haciendo parecer que hacía un intercambio ilegal de drogas. El hombre tomó el dinero, y sin dar las gracias, como era de costumbre para los indigentes de Nueva York, se marchó lentamente.

- Muy noble tú. - Apareció una voz a sus espaldas que provocó un espanto inmediato por parte de Diana.

A la misma vez que se dio la vuelta, pegó un grito ahogado. Para su sorpresa y despreocupación, era él. Era el hombre que estaba esperando. Y de pronto sus sentimientos se resumieron a alivio, vergüenza por lo sucedido, y nervios nuevamente por tenerlo de frente.

- Lo siento mucho. - Se disculpó Erik. - No fue mi intención asustarte. - Comenzó a reír entre dientes mientras se acercaba para abrazarla sin preguntar.

Ella permitió el abrazo, y protegida entre sus brazos, soltó su risa nerviosa.

- No es tu culpa. - Dijo aún recostada sobre él. - No estoy acostumbrada a estar sola a estas horas de la noche.

- Ya no estás sola. - Respondió él, alejándose un poco para verla de frente. - ¿Llevas mucho tiempo esperando?

- No, solo unos minutos.

- ¡Qué bien! ¿Estás lista? - Extendió su brazo como todo un caballero para que ella lo tomara.

- Sí... Sí lo estoy.

Ambos caminaron tomados de los brazos, y entre conversaciones tontas sobre actividades de ocio, intereses, y razones por las que vivían en la ciudad,  llegaron finalmente a un lugar muy hermoso a los ojos de la chica. Se trataba de una barra abierta en un muelle con vista panorámica de todos los puentes icónicos que cruzaban sobre el East River hasta Brooklyn.

- ¿Es aquí? - Preguntó ella muy emocionada.

- Es aquí. - Afirmó él.

- Es hermoso. ¡Me encanta!

- Es uno de mis lugares favoritos en toda la ciudad. Puedo comer algo, tomar algo, y disfrutar de toda esa vista. - Decía mientras señalaba los puentes y edificios iluminados al otro lado del río.

- Es maravilloso.

- ¿Vas a tomar algo? - Preguntó Erik cerca del oído de la chica, que sentía cosquillas al tenerlo tan cerca.

A sus veintidós años, Diana solo había experimentado fugaces encuentros sexuales con un novio que había tenido en su primer año universitario. Pero eso había sucedido casi cuatro años atrás, así que era muy normal que la cercanía de un hombre la hiciera sentir muy exitada. Sus necesidades fisiológicas gritaban.

Deseo de Luna Llena Donde viven las historias. Descúbrelo ahora