OCTAVA CALLE

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Después de diez ramos de rosas,
cinco de tulipanes, veinte de gladiolas;
treinta litros de agua y el triple de lágrimas,
al fin, si, al fin, caminamos hacia casa.

Aún viene la multitud esperando alimento, esperan la paga por sus horas de rezo.
Es extraño, platico con ellos, o lo intento,
todo ha cambiado, ya no cala el hueso.

Ya estamos en casa, degustando la comida,
los tamales a todos encantan y más las tortillas.
Solo hay calma, empatía y una que otra risa,
estamos cansados; de tanto guisar, de tanta misa.

Doña Lulú me contó sobre tus bailes y tropiezos.
Fernando platicó sobre tu increíble consejo.
José jodió con mis ridículos de infancia,
no sé porqué, pero todo me causó gracia.

Todos tenían una historia contigo,
a todos les dejaste un curita en el corazón,
no eran desconocidos, eran tus protegidos,
tus secuaces para toda ocasión.

Seguía confundido por no haber llorado.
Sin embargo, don Casimiro se acercó y dijo:

Tampoco lloraste, ¿verdad?
No te preocupes, es natural,
En un principio lo vi mal,
después entendí con claridad.

La muerte no quita, la muerte da.
Nos da la oportunidad de ser algo nuevo,
de trascender, de olvidar esta vida de mierda.
La oportunidad de hacer nueva mierda mientras surcamos nuevo cielo.

Duele a los que nos quedamos aún en el juego,
y en verdad lo que duele no es la partida o la ausencia,
lo que duele es saber que no volverás a sentirte pleno,
pues cada aplauso, abrazo, risa o consejo, nos da paz, forma nuestra esencia.

Y da miedo no volver a sentirse uno mismo,
pero estate tranquilo, porque cada recuerdo es una semilla que con el tiempo florecerá.
Cuando estés en peligro sus consejos aflorarán,
y en la cima su ejemplo te salvará del egoísmo.

Así que si entiendes esto, no hay por qué llorar.
La debes honrar, crecer, ser felíz, mejorar y mejorar.
Para qué tu brillo lo presuma por todo el más allá.
Para que nunca más se tenga que preocupar.

Hasta que llegue el día en que lloren por ti los demás.

Nueve calles de lutoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora