08. El museo del Limbo

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El museo del Limbo

Importante: van a tener la parte en inglés traducida en los comentarios.

Sabía que el aniversario de mi muerte iba a ser un día impactante de presenciar, los últimos meses me había intentado concientizar de ello. Sin embargo, nada nunca me preparó realmente para lo que iba a sentir.

Harry no abandonó el cementerio ni un sólo segundo, fiel a su promesa de estar allí todo el día. Parecía ser que sabía que mi existencia estaba anclada a la suya y que, para yo poder ver a todos los que me visitasen, debería él estar justo en ese lugar.

Es por eso que pude visualizar a todos amigos, a los cuales no había visto en mucho tiempo. Algunos habían cambiado ligeramente, otros se mantenían hasta con el mismo corte de cabello.

Pude ver a mis abuelos, que me dejaron flores con una sonrisa de añoranza. Mi abuelo le susurró a mi tumba que estaba feliz porque, si bien siempre le temió a la muerte, ahora había derrotado a su mayor miedo, porque enfrentarlo sería encontrarse conmigo, y no podía esperar para verme de nuevo. Dijo que me extrañaba. Quise poder abrazarlo.

Quizás lo más doloroso fue la visita de mis padres. Habían llegado en el horario que habían anticipado. Mamá acarició el cabello de Harry, en forma de saludo, antes de arrodillarse frente a mi tumba. Mi padre la imitó.

Siempre los había visto como los seres más fuertes e indestructibles de todo el universo, pero aquel día fue el momento en el que esa imagen idealizada se derrumbó. 

Ambos rompieron en llanto, cayendo casi al mismo tiempo acostados junto a la lápida. Parecían querer abrazarla, por lo que me acosté justo sobre ella, quedando entre ellos. No sentía las lágrimas correr por mis mejillas, pero sabía que no estaba bien, mi interior se retorcía en dolor, en angustia y en nostalgia, porque aquella imagen de nosotros tres, juntos, casi me hacía acordar a las tardes en las que los tres nos echábamos sobre el césped del jardín para hablar.

—Ay, mi chiquito —lloriqueó mi madre, acariciando las palabras que formaban mi nombre en la piedra que estaba incrustada en el suelo— Mi vida, te extraño tanto.

Santísimo, yo también lo hacía.

—Desde que te fuiste no me he sentido con vida ni un sólo día —admitió ella.



No era una persona que solía estar mal, pero a veces, sólo a veces, la tristeza lograba derrotarme. Supongo que era algo normal ¿No es así? No puede estarse feliz siempre, y yo lo sabía, mis padres también. Entonces, si alguno se sentía desanimado, los tres nos sentábamos en el sofá a reconfortarnos mutuamente y ver alguna serie que nos distrajera, era una suerte de tradición.

Es por eso que yo, con dieciocho años, me encontraba sentado entre mis dos padres con un gran pote de chocolate entre mis manos. Frente a nosotros se reproducía algún capítulo de Los Simuladores, a pesar de que mi cabeza no podía concentrarse en ello. En mi mente pasaban imágenes de una persona que me gustaba y que moría por hacer algo al respecto, pero que simplemente no podía. Porque era mi mejor amigo y no quería espantarlo.

Mordisqueé mis labios, sintiéndome pésimo por aquel amor no correspondido. Evidentemente, mis padres no conocían la causa de mi malestar. Tampoco me lo habían preguntado, teníamos la implícita regla de que no hablábamos de ello si quien estaba triste no mencionaba el tema, para no incomodar, sólo mostrábamos nuestro apoyo.

la noche que nos conocimos // larryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora