Capítulo 2: Las cicatrices del pasado

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Ethan se despertó en su cama de forma abrupta, completamente empapado en sudor y jadeando con fuerza.

—''Ese sueño... Otra vez...''-Murmuró en un tono triste y cansado.

Después de levantarse, Ethan abrió la persiana y miró por la ventana.

Aún no había salido el sol y era temprano. Podría regresar a dormir durante un rato más si así lo quisiese.

Pero, en lugar de hacer eso, Ethan ignoró la cama y se dirigió directo al baño.

Una vez se había quitado toda la ropa, él abrió el grifo de la ducha y se introdujo en su interior.

Cuando acabó de secarse con la toalla, él miró el reflejo de su rostro en el espejo.

Debido a que estaba acostumbrado a ducharse con agua fría, éste se encontraba inmaculado y sin una sola gota de vapor que lo empañase o enturbiase su imagen.

Su rostro ya no era el de aquel niño barbilampiño de 16 años, sino uno más maduro, el de un hombre de 21. Además, su cuerpo estaba abarrotado de cicatrices de todo tipo: cortes, agujeros de bala e incluso mordeduras y arañazos.

Ese cuerpo curtido de dolor correspondía más al de un veterano de guerra que al de un posible alumno de universidad de 21 años, pero eso no le importaba lo más mínimo a Ethan.

Después de observar su propio rostro unos segundos en silencio, él finalmente sacó una cuchilla de uno de los cajones del lavabo y la puso en su cuello.

—''(Que idiota fui)''-Pensó mientras comenzaba a afeitarse.

Aquella pesadilla sobre el día en que él lo perdió todo, seguía atormentándolo incluso después de 5 años.

Aunque él logró escapar de aquel infierno repleto de hedor a muerte, su mente jamás lo había abandonado del todo.

Apenas un par de meses atrás, Ethan finalmente fue rescatado por el ejército de los Estados Unidos.

Al parecer, esa epidemia que aniquiló completamente a su país no se había filtrado fuera de Australia, por lo que no se propagó en otros lugares.

Para la humanidad había sido una suerte, ya que de ese modo no afectó a los principales continentes del planeta y el mar actuó como cortafuegos natural para evitar la propagación de ese parásito que convertía a los humanos en bestias sedientas de sangre.

Sin embargo, Ethan no se sentía afortunado en absoluto.

Él ahora había sido acogido por el gobierno de los Estados Unidos junto con el resto de los supervivientes de la isla.

Ellos les ofrecieron alojamiento y una renta para vivir a cambio de su cooperación en la lucha e investigación del parásito que había causado aquella catástrofe en Australia.

Actualmente, los supervivientes se reunían en un centro especial en Carolina del Norte, designado por gobierno con diversos propósitos.

La mayoría eran interrogados por las autoridades sobre las experiencias que habían tenido allí, a fin de esclarecer el posible origen del parásito, su transmisibilidad y características principales. A otros se les pidió que instruyeran a los soldados estadounidenses sobre los puntos débiles de los errantes (Aquellos infectados por el parásito) para que sus tropas estuvieran preparadas para combatirlos.

Pero Ethan no hacía ninguna de las dos cosas.

Él era parte de un selecto grupo de personas: aquellos inmunes al parásito.

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