Sophia se sentaba erguida al otro lado de la mesa, el formal uniforme hacía resaltar su esbelta figura. Llevaba sus cabellos oscuros recogidos por debajo de la gorra. Desayunaba con prisa, era su primer día de trabajo y estaba llegando tarde.
Hank tomaba su desayuno frente a ella, pasaría a dejarla en la estación en su camino al laboratorio. Angie debería quedarse en la guardería hasta que su madre terminara su turno.
El calor ha ido aumentando progresivamente a lo largo de los años; inundaciones, tormentas y diversos desastres naturales se han multiplicado de manera exponencial; el aire se estaba percibiendo cada vez más espeso y pesado. Incluso aquellos a los que se tenía por escépticos en las primeras temporadas, han acabado por capitular y convenir en que algo grave estaba sucediendo con la atmósfera terrestre.
En la cocina el ambiente era tenso, los hermanos no podían ponerse de acuerdo.
—¿Por qué no lo entiendes, Hank? Soy una mujer adulta, y puedo tomar mis propias decisiones.
—Entonces, deja de comportarte como una niña orgullosa, y soluciona las cosas con él —atajó Hank.
—Yo no tengo nada que solucionar —respondió ella, clavándole la mirada—. Después de todo fue él el que decidió no ser parte de mi vida.
—Eso no es cierto, y tú lo sabes —se indignó Hank, nunca había estado tan molesto con su hermana—. Intentó muchas veces acercarse a ti, ni tu ni mamá se lo permitieron.
—¡No metas a mamá en esto! —estalló Sophia—. ¡No tienes ni idea del infierno que tuvo que atravesar!
—Papá no tuvo la culpa de eso, nadie la tuvo —respondió él—; estás siendo ridícula.
—No estuvo ahí para ella, no estuvo cuando lo necesitó —rebatió Sophia—; sólo yo estuve allí.
—Papá no sabía nada, ella no se lo contó; ¿qué cosa podía hacer él? —refutó Hank conteniendo la rabia—. Ni siquiera estoy seguro de que sepa que mamá está muerta.
—No creo que le importe mucho si se entera —contestó Sophia con tono altanero.
—No estés tan segura —respondió Hank en un apagado susurro.
Hank se había llevado las manos a la cabeza, no estaba acostumbrado a las confrontaciones, por lo que éstas le producían migraña.
—Al menos piénsalo —siguió en un tono más calmado—. El pobre hombre ni siquiera conoce a su propia nieta.
—No tiene por qué hacerlo —respondió Sophia abruptamente, seguía alterada.
—Él está mejor, ha estado yendo a terapia —intentó explicarle Hank—. Sólo te pido que vayas a verlo una vez, con una vez será suficiente.
—¡Qué testarudo eres! —respondió Sophia con exasperación—. ¿Por qué siempre tienes que llevarme la contraria?
Hank se quedó estático, la mirada fija, inmóviles los músculos. Su cuerpo semejaba el de una estatua, una insistente luz luchaba por abrirse paso en su mente.
—Contraria —murmuró para sí.
Era tan obvio, ¿cómo no lo había pensado antes?
Una sonrisa iluminó su rostro, su corazón se aceleró a mil por hora. Se acercó súbitamente a su hermana y le plantó un sonoro beso en la mejilla.
—¡Vamos! —gritó entusiasmado, dirigiéndose al auto.
—¿Qué ocurre? —preguntó la joven, levantándose de la mesa.
La confusión era evidente en el rostro de Sophia.
—Tengo que ir al laboratorio, ya; sube al auto, rápido —respondió Hank a la carrera—. Y que sepas, hermanita, que acabas de salvar al Universo.
***
—¿Zeeman, dices? —considera Murray, dubitativo—. Por supuesto, tiene sentido.
—Nos enfocamos tanto en la desaceleración de los átomos por medio de la absorción de los fotones que contengan una energía menor a la de la resonancia producida por el efecto Doppler —explica Hank, moviendo las manos con entusiasmo—, que no consideramos que esos fotones provienen de la misma dirección que los átomos.
Murray se lanza contra la gran pizarra blanca y, tras borrar los extensos cálculos inútiles, inicia una nueva tanda de diagramas y combinaciones.
—Como este sistema depende exclusivamente de la velocidad —comienza Murray, subiéndose al halo de energía que proviene de Hank—, después de cierto lapso, el corrimiento Doppler no es suficiente para alcanzar la frecuencia de resonancia, por lo que la desaceleración se estanca.
—Pero si les llevamos la contraria —insinúa Hank con encantadora voz.
—Si agregáramos un desacelerador Zeeman, que funcione en la dirección opuesta al camino de los átomos —exclama Murray, su mano moviéndose a toda velocidad por la pizarra—, el campo magnético débil de sus bobinas afectaría los niveles de energía característicos, dividiéndolos en componentes varios.
—De esa forma, siempre estarían en resonancia y podría bajar su velocidad —concluye Hank, sin poder borrar la sonrisa de su semblante—, si sumamos la fuerza de arrastre presente en la melaza óptica, estoy seguro de que funcionará.
Ambos hombres se miran por eternos segundos, conteniendo la emoción. Se abrazan con fuerza, expresando con ese simple acto todo el amor, la felicidad y el agradecimiento que nunca han podido manifestar de otra manera.
El laboratorio, otrora tan frío y apático, el día de hoy se llena de luz, de energía, de movimiento, de entusiasmo. Una nueva esperanza está empezando a nacer en los corazones, las miradas se alzan con confianza y dicha, una voz susurra en cada oído que no todo está perdido.
—¡SYBIL! —grita Hank, en dirección a la cámara.
Sybil está recostada en su cama, fuma con parsimonia. No ha entendido nada de lo ocurrido, y tanto parloteo ha terminado por agobiarla. Supone que son buenas noticias, lo deduce por la tonalidad que capta en las voces de padre e hijo.
—¡Lo conseguimos, Sybil, lo conseguimos! —grita Hank en el apogeo de su alegría.
Sybil levanta el brazo derecho, permitiendo que su mano sea visible a través del vidrio. Alza el pulgar en un gesto que denota acuerdo y agrado. Rueda sobre su costado, y se dispone a descansar; hay mucho trabajo por delante.
Más allá de la intención sarcástica de su respuesta, se siente aliviada ante la perspectiva que se abre para todos. Sabía que la máquina tenía que funcionar y así sería, aunque se necesitara más de un Murray para ello. Suspira profundamente, y se queda dormida con una sonrisa en los labios.
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Si el demonio quiere [Completa]
ParanormalUna terrible catástrofe se avecina. El fin del mundo como lo conocemos está próximo; pero el doctor Hanson Murray cree tener la clave para solucionarlo. Los planos para la máquina salvadora están en su mente; pero se necesita aún una pieza para que...