Oscuridad. Silencio.
El viento sopla hamacando las ramas, provocando su susurro. Un tenue crujido se oye en la noche, cada vez más audible, cada vez más cerca. Ya viene.
La señora de cabellos desordenados la ha traído a este lugar; la ha levantado mientras todos dormían y, aún descalza y enfundada en sus pijamas, se ha adentrado en la espesura del bosque, llevándola en sus brazos, ignorando sus chillidos, deslizándose con la destreza de un felino.
Ahora calla, teme lo que pudiera ocurrirle, ha visto la oscuridad en el fondo de sus ojos. Intuye que cualquier error en su situación puede ser fatal. Ignora cuántos kilómetros han recorrido en esa frenética carrera, no sabe cuánto tardará su madre en encontrarla en la inmensidad del bosque.
La oscura figura se acerca serpenteando a lo largo de la arboleda, y se detiene de pronto al borde mismo del claro en el que ella la espera, inquieta y angustiada. Ríe suavemente, y su risa hace vibrar hasta la última fibra del alma de la niña; lleva los labios manchados de oscura sangre, será mejor que no se pregunte qué indefenso animal ha servido para su sustento. El muñón de su brazo izquierdo ha cicatrizado, mas aporta a su silueta un aspecto grotesco, y le resta humanidad al conjunto. El hedor que emana de su piel es casi insoportable, una mezcla de putrefacción y muerte.
—¿Cómo te llamas, preciosa? —susurra, y el sonido de su voz produce en la pequeña una sensación extraña. La entonación cavernosa, producto de tantos años de permanecer guardada en el fondo de un abismo, había ido desapareciendo poco a poco a causa del uso reciente, cada vez más frecuente, adquiriendo ahora un matiz sutil y seductor, un millón de veces más terrible.
Los movimientos de su cuerpo tampoco la dejan incólume; acostumbrada a ver a esa mujer bambolearse y tropezar por la casa, no entiende el porqué los gráciles pasos de bailarina de que ahora hace gala llegan a perturbarla en tal grado.
—Angie —responde con un hilo de voz.
La sonrisa se pronuncia aún más en el demacrado rostro.
—Ángela, claro que sí —dice con un suspiro y una risilla—; tu mami tiene buena mano para los nombres.
Sus garras atrapan los sedosos cabellos de la niña, los dedos jugando con los tersos mechones, en un gesto carente de hostilidad, preñado a cambio de curiosidad y deleite. Aspira con fuerza el aroma que desprende la fresca piel, y despide lo que sólo se puede describir como un ronroneo. Entonces Angie exhala un lloriqueo involuntario.
—Shh, shh, shh, shh —emite, la sonrisa no ha abandonado su rostro; desliza sus dedos con suavidad, en un gesto casi maternal—. Calma, calma, tranquila, pequeña.
La jovencita se estremece ante el contacto con la bestia; el mero hecho de permanecer en su cercanía produce un desagradable sentimiento, un malestar que se aloja en el centro mismo del alma de la muchacha, y hace vibrar una fibra en su interior que ni siquiera sabía que estaba allí. Toda su inocente carne clama por escapar, grita de impotencia contra la maldad encarnada que se alza frente a ella, que desafía todo lo bueno y puro que existe en este mundo.
Sólo entonces nota el desigual cúmulo de objetos que, a un lado del claro, reposan sobre una rasgada manta. Algunos de ellos alteran el ánimo de la niña, en la anticipación de lo que se avecina en su futuro inmediato, a menos que logre escapar de tan terrible situación. Observa con ansiedad el brillo que la luna arranca a la filosa superficie de varios cuchillos, cuchillas y herramientas de carpintería. No quiere imaginar con qué finalidad han sido escogidas. Una soga se enreda en el montón, una gruesa soga capaz de soportar nudos resistentes.
Los negros ojos siguen la mirada de la niña, y sonríen al tropezar con tan grata imagen: una serie de elementos listos para ser utilizados, dispuestos para un propósito más alto que aquel para el que fueron fabricados en primer lugar. Alarga su mano y alcanza un cuchillo de pronunciada punta; lleva mucho tiempo guardado en el cobertizo, el óxido ha comenzado a hacer mella en él, mas deberá de servir esta noche, no queda tiempo que perder.
El filo recorre las delicadas muñecas dibujando un preciso tajo hasta los hombros, surcos de brillante sangre aparecen con violencia, un grito infantil quiebra el espeso silencio estival.
Angie observa las heridas en sus brazos, se concentra en el rojo líquido que la cubre; percibe la tibieza de su sangre, un sabor metálico se instala en su garganta, siente repentinas náuseas y un insistente mareo. Se sienta sobre el césped; luego levanta poco a poco la vista, encuentra esos ojos, profundos como pozos, atrayentes como abismos.
El rostro de la mujer sufre un espasmo inesperado, el lado derecho de su cara se contrae de forma dolorosa, su mano tiembla impulsivamente, no ha soltado el manchado cuchillo. Lleva la hoja a sus labios, saborea la sangre con los párpados entornados, suspira con fuerza, los nudillos tan apretados que se han puesto blancos.
De pronto, la extraña criatura pega un salto, como si recordara algo por largo tiempo olvidado. Se dirige al centro del claro, clava el puntiagudo cuchillo en el suelo y dibuja una imagen ligeramente circular, claramente ritualista; su pulso no falla, el trazado es tan perfecto que no pudo haber sido hecho por una mano humana.
Toma con fuerza a Angie, mareada y confusa, y con un brusco tirón la posiciona en el centro exacto de su dibujo, dejando en el suelo un río de sangre a sus pies. Los plateados rayos de la luna caen oblicuamente sobre las hebras de su cabello, y generan un efecto doloroso por lo bello: parece todo menos una niña asustada, secuestrada y desangrándose en medio de un bosque, produce más bien la impresión de pertenecer allí, de ser la princesa de las hadas que ha salido a pasear por la espesura, olvidando por error su cetro y su corona. O un ángel, sí, un ángel; jamás su nombre había sido más apropiado. Los nervios atenazan su estómago, pero ella se mantiene firme, en una inmovilidad que raya en la catatonia.
La afilada mano se posa en la mejilla de la niña, y la sostiene con fuerza, dejando un rastro de pegajosa sangre sobre la sonrosada superficie; los dedos recorren los rasgos de su rostro con placer morboso, y cierto aire de posesión anticipada. Un escalofrío recorre la espina dorsal de Ángela cuando percibe el aliento de esa cosa cerca del suyo, la respiración sobre su garganta, los dientes que se apoyan con gula sobre su delicada piel. Ahoga un grito, y la mano que la sostiene comienza a temblar con sacudidas frenéticas.
Una niña se paraba en el centro de la habitación, el terror hacía presa de su ser, sabía de lo que eran capaces, no se detendrían ante nada. Doce niños se ordenaban a su alrededor, la faena había sido iniciada, dos ya yacían muertos en el suelo, la sangre derramada por doquier. Doce. Trece. Trece en total. Son necesarios doce niños además de la pequeña. Si el ritual no se cumple al pie de la letra, si la niña muere sin más, su alma se elevará al Paraíso, escapando de sus garras para siempre.
“No funcionará, no funcionará”, susurra con los labios apretados, sacudiendo la cabeza con irritación.
Pero, ¿qué otra cosa podría hacer? No quedan muchas opciones.
Se acerca reptando al montón de objetos que permanecen sobre la manta, con mano trémula sostiene la gruesa soga. Su cuerpo sigue sacudiéndose, su mente trabaja a un ritmo vertiginoso. Una idea se ha encendido en su cerebro, si funciona podría ser su última oportunidad. Tiene que apurarse.
Ahora lamenta haberse cortado la mano de una manera tan irreflexiva, sería de mucha ayuda una segunda mano en este momento. Con movimientos torpes enrolla la soga sobre sí misma, con tesón y paciencia introduce el extremo a través de la abertura resultante; un ligero tirón y está lista, una exhalación escapa de sus labios al ver el resultado: un limpio nudo corredizo que se balancea ominosamente en su mano.
Sybil dirige su mirada hacia Ángela; la expectación, el anhelo, la determinación, la esperanza brillan en sus ojos; sabe lo que debe hacer, su voluntad no flaqueará ante nada, nada la detendrá hasta que haya acabado con este asunto de una vez por todas.
—Ángela —pronuncia con voz clara, como si fuera un mantra—. Enid —agrega luego con amarga sonrisa—. Los nombres contienen la esencia de quien los porta; tu mami eligió bien.

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Si el demonio quiere [Completa] DISPONIBLE EN FÍSICO
خارق للطبيعةYa disponible en físico: https://a.co/d/ivoAX94 Una terrible catástrofe se avecina. El fin del mundo como lo conocemos está próximo; pero el doctor Hanson Murray cree tener la clave para solucionarlo. Los planos para la máquina salvadora están en su...