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LUNA
Escucho a mi propio corazón repiquetear dentro de mi cabeza.
Al terminar de bajar del barco, el vértigo se apodera de mí y tengo que quedarme quieta para evitar un mareo. Inhalo con profundidad, estar en un lugar nuevo me asusta y no soporto que haya tanto silencio a mi alrededor.
El chofer es quien me indica el camino que debo de seguir, puesto que me encuentro desorientada y mi confusión empeora al reconocer que aquí el carruaje no es el método principal de transporte. La carrocería del automóvil es de un tono mate oscuro, negro y con algunos toques de azul metálico.
De niña, anhelé subir a uno con tal de experimentar qué era viajar sin que el coche fuese de un lado a otro por culpa de los caballos.
Permanezco pegada a la ventanilla para admirar las calles limpias, el metal de cada farol está en perfecto estado y todo se construyó a detalle.
Las mansiones permanecen al lado de vistosas tiendas cuyos rótulos fueron escritos con caligrafía fina y llevan al emblema del imperio en un rincón de la placa de oro. Algunos caminos son empedrados y la fachada de cada casa es delicada, hechas de concreto y pintadas en tono crema.
Las montañas se alzan con imponente grandeza, cubiertas de nieve eterna que brilla bajo el resplandor de las estrellas, que llegan a ser visibles en pleno ocaso. Los ríos serpentean entre los valles, sus aguas cristalinas reflejando el resplandor plateado de los últimos rayos del sol.
A la lejanía, el palacio se alza como toda una maravilla arquitectónica, pintoresco a causa de sus múltiples torres y cúpulas que resplandecen bajo la acogedora luz del sol. El emblema sobresale en una de las muchas banderas que ondean gracias a la fresca brisa y el cielo se encuentra inundado de un azul perfecto. La gigantesca estructura consta de cinco o seis pisos que se sostienen a base de cimientos hechos de piedra caliza.
Mi nariz capta un aroma dulce en el aire, a ron de frambuesas. Supongo que así huele un continente que no ha sufrido los estragos de múltiples saqueos, el aire no te produce mareos ni puedes percibir el olor a basura acumulada.
Bajo del automóvil con piernas temblorosas sólo para verme intimidada a causa de los criados que han salido a recibirme. Me resulta antinatural que no se atrevan ni a verme.
—Es un honor estar frente a la futura emperatriz de Géminorum del Sur, presento mi lealtad y mi servicio ante usted, soy Laelia, su sirvienta personal. —Saluda una chica joven, quien las faldas de su vestido al momento de hacer una reverencia donde inclina hasta la cabeza.
Me aturde que este sea el trato que recibiré de los demás y que me digan que seré su emperatriz, porque siento que no es un título que me corresponda.
—Yo... —Meneo mi cabeza al balbucear, no tiene caso ser tan insegura—. Me alegro de conocerte.
Laelia me brinda una sonrisa animada. Su cabello es oscuro, mucho más que el mío, y lo lleva atado en una coleta alta que es adornado por una cofia. Sus ojos son almendrados, de iris oscuros, y pareciera que también sonríe con ellos.