Correr.
Era en lo único que podía pensar, aún cuando mis articulaciones comenzaron a doler, no dejé de correr por el bosque que me atormenta en todos mis sueños.
Era oscuro, solitario, muerto.
Las ramas me raspaban los brazos y mis descalzos pies sangraban con el roce de la tierra.
Al final del bosque había una casa, con el suficiente valor conseguí entrar, analicé todas las habitaciones hasta llegar a la última, era fría, escalofriante, avancé hasta el fondo, como se encontraba vacía me di media vuelta y salí del cuarto.
Unas cadenas chocaron en la habitación y me paré en seco, con miedo me di la vuelta y en el fondo de esta se encontraba una muchacha de rodillas, con las manos atadas y con ropa muy desgastada.
Le pregunté su nombre.
Silencio.
Volví a preguntar y la figura me respondió con un gemido de dolor y un pequeño movimiento que me dejó ver parte de su cara.
Su mandíbula estaba morada, su ojo café claro desprendía lágrimas y su nariz chata estaba enrojecida, su cara se me hacía familiar, pero dejé de pensar en eso porque la muchacha se incorporó y dio lentos pasos hacia mi.
Colocó sus manos sobre mis hombros y levantó la cara quitando el resto de pelo de en medio.
Me quedé anonadada, la chica habló por primera vez mientras yo di mi último suspiro.
- Soy libre - dijo, poniendo su mano sobre mi corazón, empujándome al vacío.
Me desperté sobresaltada, mire a mi alrededor, inquieta, paré mi vista en el espejo, ahí estaba ella, la muchacha de mis pesadillas, era yo.
ESTÁS LEYENDO
somos cicatrices
Poesíaeste libro es para todo ser, que alguna vez en su vida se ha sentido rechazado, solo, vacío y exhausto, para alguien que le han arrebatado sus sueños, querido amigo, he aquí las memorias de alguien roto.