Felicitación pendiente.

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Estuvo bastante bien. Fue gratificante y muy disfrutable si dejamos de lado lo moralmente cuestionable que resultaba toda la escena.

Pensé que algo saldría mal, porque uno nunca sabe: quedar con un montón de desconocidos en ir a una "fiesta de citas" en Nochebuena, de la cual podrías salir acompañado, apelando al natural nihilismo de nuestra época, pensando en absolutamente ninguna consecuencia luego de un encuentro casual, pues obviamente se podría quedar frente a un escenario bastante adverso: acercamiento al abuso del alcohol, las drogas, enfermedades venéreas, y desde luego, a que la chica resulte ser otra cosa y quiera cerrar su noche jugando "a los espadazos".

¿Que si eso me asustaba?

Desde luego que me asustaba. Porque no era el estereotipo que todo mundo creería al ver mi apariencia, así que perdón por ser apuesto, perdón por ejercitarme con regularidad, y perdón por tener dinero. ¿Qué clase de mundo es este donde el éxito debe ser excusado?

Pero volviendo al momento, todo había salido bien: la fiesta de Nochebuena fue amena dentro de la esperada indiferencia, hablé con un par de chicas enmascaradas, y una de ellas me resultó particularmente simpática, era de mi edad, y bebía con más moderación que las otras, además de que no usaba nada en el amplio catálogo de sustancias que eran ofrecidas en el lugar, igual que yo. Tal fue el éxito de la conquista, que pudimos establecer una conversación... bueno, en tanto pueda llamársele de esa forma a una interacción constantemente interrumpida por la música estridente y los intentos de otros fulanos por llamar su atención.

Decididos a dejar eso atrás, optamos por irnos a otro lugar, lo que nos llevó hasta donde estábamos. La fiesta, como parte de sus servicios, daba transporte seguro al hotel, motel, hotel del amor, o domicilio del solicitante, evitando que el festejado condujera ebrio, y ayudándolo a mantener el anonimato por lo que quedaba de la celebración.

Desde luego, pedí un buen hotel en una parte más o menos céntrica de la ciudad, porque me pareció una buena chica, y no iba a llevarla a uno de esos horribles tugurios a los que cercanos míos menos preocupados acostumbraban a llevar a sus conquistas, según me contaban.

Entre conmovedoras caricias, la mañana nos alcanzó unas horas después, habiendo dormido las últimas dos. Ya con más lucidez, alguien enunció lo que yo sentía, en medio de aquella ofuscante resaca:

—Ay, demonios... la cabeza me va a estallar... —La voz, aunque cavernosa por el contexto, era agradable, y sólo hasta que la acompañante de lecho se levantó, dejándome ver su espalda, es que noté que tanto ella como yo seguíamos llevando encima la máscara de tela que protegió nuestras identidades desde la noche anterior—. No puedo creer que hice esta estupidez... ¿en qué estaba pensando? Voy a colgar a Tomoyo del cabello.

Esa declaración fue reveladora. Al parecer, la joven era más parecida a mí de lo que pensaba, pues yo tampoco acostumbraba o siquiera sabía de esa versión avanzada de una cita a ciegas. La vi quitarse el antifaz con pesadumbre, desarreglando aún más su caótica cabellera castaña, mientras pensaba que yo mismo había conocido a una Tomoyo años atrás.

—Si te sirve de consuelo, yo la pasé bien —dije, lanzando a un lado mi propia máscara con pereza.

La chica respingó al escucharme, seguramente se pensó sola, y con ojos bien abiertos se giró hacia mí. El reconocer su rostro, junto con sus siguientes palabras, quedarían grabadas en la infamia histórica del universo de las citas:

—¿Li? —preguntó con voz temblorosa, abriendo los ojos aún más.
—¿Kinomoto? —la cuestioné también.
—Ay, no, por favor... de entre todos los patanes del mundo, ¡Tú no! —se cubrió los ojos con las manos, aterrorizada.
—Bueno, hace un rato no parecías tan contrari... ¿cómo que "patán"?

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