Aunque mis decisiones parezcan veredictos al prenuncio de mi propia muerte, son tomadas cuando mi cerebro y mi corazón piensan juntos por primera vez.
Soy un triunfo para la mayoría, pero quienes conocen mi interior, contemplan una premonición de lo sucedido en otras vidas ajenas a la mía. Que tuvieron un fracaso desde el momento de nacer.
Me catalogo como una persona introvertida en este mundo de plagas abortivas, criada al pensamiento de la antigua, con ideas surrealistas que me enredan en el sufrimiento de lo que imagino a diferencia de lo que puede suceder.
Medito a detalle, pienso con todas las herramientas, sufro con recuerdos, entrego sonrisas, planeo la vida, razono mí tiempo, comprendo lo pasado y me debato con los sucesos en mi ferro interno. Considero mi conciencia, con esperanza de encontrar un día la normalidad; no la común, no la que todos viven a diario. Busco mi normalidad, con personas que piensen al momento de encontrar su otra alma perfecta, que ambos fueron hechos para estar juntos en la eternidad.
Comprendo a quienes han vivido esto, quienes como yo han sentido su propia maravilla. No lamento a quienes fracasamos en el intento, pero si envidio a quienes lo han conseguido y también maldigo a quienes causan el dolor profundo. Quienes como yo han tomado su tiempo empujando los dedos dentro de sus propio ojos, descubriendo que es la única manera de detener el dolor en un lapso muy corto de tiempo.
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Cada cumpleaños, pido un solo deseo: Encontrar un amor que no mate, que viva su normalidad junto a la mía, que descubra conmigo las pequeñas maravillas de la vida y si en nuestro mundo es tarde para hallar de eso, crearlas más con nuestra propia historia.
Entendí que cuando hay una razón para seguir, meditar, pensar, sufrir, entregar, planear, razonar, comprender y debatir no son cosas que haces por sí solo, sino que desde el momento que conoces a esa alma perfecta, la normalidad del mundo deja de ser solo tuya, se convierte en un Nosotros, que junto, se preparan para afrontar la eternidad.
