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Al día siguiente, Jimin salió de casa a la misma hora de siempre, con la esperanza de encontrarse nuevamente con el joven del día anterior

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Al día siguiente, Jimin salió de casa a la misma hora de siempre, con la esperanza de encontrarse nuevamente con el joven del día anterior. Aunque sus clases no comenzaban sino hasta dos horas después, decidió ir con antelación. Esta vez, se tomó el tiempo de comprar dos paquetes de galletas, decidido a reponer el que había comido sin permiso. Cada vez que recordaba el malentendido, se sonrojaba de vergüenza.

Llegó a la parada del autobús con la mente despejada y el corazón esperanzado. Se sentó en el banco con calma, observando el entorno mientras esperaba que el chico guapo apareciera. El tiempo pasaba lentamente y, a medida que el sol ascendía en el cielo, la espera se hacía interminable. Sin embargo, el joven no llegó. Jimin sintió una mezcla de decepción y desánimo mientras el reloj marcaba la hora en que el autobús azul se acercaba. 

Jimin continuó con su rutina y, al llegar el sábado, decidió intentar nuevamente. Había pasado una semana desde la última vez que lo vio y no quería parecer un acosador, así que se saltó varios días, esperando al sexto de la semana, cuando no tenía clases. Repitió el mismo recorrido a la misma hora, con la esperanza de encontrar al pelinegro. Cuando llegó a la parada, se encontró con una agradable sorpresa: allí estaba el joven, sentado en el banco, esperando. Jimin sintió una oleada de alivio y entusiasmo. Sacó ambos paquetes de galletas de su bolso y, con una mezcla de nervios y determinación, le tendió uno mientras se sentaba a su lado.

—Lo siento por lo del otro día —Jimin murmuró con un tono de disculpa. El joven lo miró con una sonrisa que iluminó su rostro. Su expresión era cálida y relajada mientras le respondía con un tono juguetón: 

—Gracias a ti, hoy voy a desayunar doble. 

Jimin soltó una risa ligera, pero la alegría se desvaneció rápidamente cuando vio que el autobús verde estaba a punto de llegar. Se levantó de inmediato, siguiendo al chico para no perderlo de vista. Mientras se acercaban al autobús, el pelinegro se giró ligeramente y gritó:

—¡Gracias...! —con algo de duda, mientras camina hacia el vehículo.

—Jimin —aclara el pelirosa, con las manos sudorosas apretándose entre sí.

—Gracias Jimin, yo soy Jungkook —alcanza a decir antes de que las puertas se cierren, y mientras camina para buscar un asiento agita su mano en forma de despedida hacia Park.

 El autobús se alejó y Park se quedó allí, con las mejillas ardiendo y el corazón latiendo con fuerza. Caminó de vuelta a casa, sintiendo una mezcla de satisfacción y ansias. Había dado el primer paso para enmendar su error, y ahora, con el nombre de Jungkook en mente, esperaría con impaciencia el próximo encuentro.

 Había dado el primer paso para enmendar su error, y ahora, con el nombre de Jungkook en mente, esperaría con impaciencia el próximo encuentro

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