Capítulo I

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El Knido Vermicoso que se enroscó alrededor del ascensor de cristal se calcinaba conforme entramos en la atmósfera terrestre. A su vez, la superficie exterior también se sobrecalentó pues, adquirió una tonalidad semejante al hierro en su punto de fusión. Mis abuelos estuvieron al borde de un colapso nervioso. Excepto el abuelo Joe, que igual que yo, para ese punto estaba acostumbrado a las excentricidades del Sr. Wonka. Él estuvo ayudándonos a maniobrar los propulsores.

Aquella criatura alienígena que ardía en llamas emitía unos alaridos que aún en el interior del ascensor resultaban penetrantes para el oído. Me es difícil encontrar una comparación que se asemeje lo mejor posible. Bueno... a mí me desagradan todo tipo de rechinidos agudos, era parecido a una bisagra oxidada, pero mucho más potenciado y monstruoso. Los astronautas que estaban a bordo de la cápsula de conmutadora del Hotel Espacial que llevábamos arrastrando seguían atónitos, uno de ellos sostenía una videocámara, les hice una seña, pero ninguno respondió. Como íbamos en caída libre, a una velocidad que alcanzaba al menos unos tres mil kilómetros por hora. Dejábamos un rastro de espeso humo oscuro detrás de nosotros, hasta que el Knido se calcinó en una deslumbrante luz blanca y fue reducido a cenizas.

—¡Qué gran espectáculo es este! —exclamó el Sr. Wonka— ¡Mira la tierra allá abajo, Charlie, haciéndose cada vez más grande!

La vista debajo del traslúcido suelo en donde estábamos parados era impactante. Podíamos apreciar la exención de los reinos y océanos como se verían en cualquier mapa político. En cambio, eso fue mucho más allá. Todo comenzó a agrandarse porque cada vez nos acercábamos al impacto inminente. A pesar de que el Sr. Wonka mostró saber lo que hacía en todo momento, la verdad es que el miedo me invadió. Me abracé a la pierna del abuelo Joe en un impulso.

—En nombre del cielo, ¿Cómo va aminorar la velocidad? —gimió aterrada la abuela Georgina— No ha pensado en eso, ¿verdad?

—Tiene paracaídas. —intervine tratando de calmarla, además no me habría sorprendido que el ascensor estuviera equipado incluso con eso— Apuesto a que tiene unos grandes paracaídas que se abrirán antes de llegar.

Antes de acoplarnos al Hotel Espacial el Sr. Wonka había dicho que si tuviera que acoplarse a un cocodrilo, podría hacerlo.

—¡Paracaídas! —dijo el Sr. Wonka con desprecio— ¡Los paracaídas sólo son para los astronautas y los miedosos! Y, de todos modos, no queremos disminuir la velocidad. ¡Queremos aumentarla! Ya les he dicho que debemos ir a una tremenda velocidad cuando aterricemos. De otro modo, jamás conseguiremos atravesar el techo de la Fábrica de Chocolate.

El Sr. Wonka esperó que llegara el momento preciso y le pidió al abuelo Joe que desenganchara el cable de acero dejando que la cápsula amortiguara la velocidad de su caída liberando los paracaídas. Mientras que su plan era continuar cayendo sin reducir la velocidad para volver a agujerar el techo de la Fábrica de Chocolate. Nos sumergimos en una densa capa de nubes durante unos cuantos segundos que parecieron ser eternos. No se podía ver nada, cuando salimos de las nubes la Cápsula Conmutadora ya no estaba. Y aunque habíamos descendido mucho, quedaba un tramo considerable para aterrizar. Fue como hacer un zoom, había una extensión de tierra enorme, logré ver las siete montañas que colindan con el bosque del Spessart, y al otro extremo, mi pequeña ciudad.

—¡Allí está! —gritó el Sr. Wonka, con una singular emoción— ¡Mi Fábrica de Chocolate! ¡Mi amada Fábrica de Chocolate!

—Querrá usted decir la Fábrica de Chocolate de Charlie. —dijo el abuelo Joe, bajando la mirada para verme.

Yo no supe que decir en ese momento, así que me quedé callado. Toda aquella rareza espacial me hizo olvidar ese detalle. Por un momento pensé que podríamos terminar vagando por el espacio como le sucedió al Mayor Tom.

El Diario de Charlie Bucket [EAH]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora