El ascensor roto

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La primera vez que Joseph conoció a Aesop fue hace unos meses, durante un juego The Red Church.

El anfitrión le había informado previamente a Joseph que un nuevo sobreviviente, el embalsamador, iba a participar en el juego, por lo que Joseph estaba muy al tanto de su existencia. Después de todo, nuevos sobrevivientes seguían llegando a la mansión todo el tiempo. Joseph era solo una marioneta en las manos codiciosas del misterioso propietario, era un alma perdida que había perdido su humanidad, por lo que no vio ninguna razón para preocuparse por el juego, los otros cazadores o los sobrevivientes.

Es decir, hasta que llegó Aesop.

Durante ese juego, sucedió algo inesperado. Joseph estaba persiguiendo a la Cordinadora cerca del cementerio cuando escuchó la voz de alguien sollozando. Los gritos eran tan desesperados que Martha y Joseph se olvidaron del juego y siguieron la voz.

Pertenecía a Vera.

La perfumista lloraba frente al ataúd del embalsamador. Aesop, que era nuevo e inexperto, sostenía un pincel y la miraba en silencio, sin saber qué hacer.

—¡Vera! ¡¿Qué ocurre?! —Preguntó Martha, agachándose rápidamente a su lado. Era muy raro ver llorar así a la fría y calculadora perfumista.

—E-Ella... —Vera gimió entre llantos. —Se parece a ella...

—¿Qué?

Vera señaló el ataúd con su mano temblorosa. —Mi-mi hermana...

Martha miró la dirección que señalaba Vera y soltó un grito ahogado, ahora todo tenía sentido. Aesop había decidido embalsamar a la perfumista, haciendo una copia exacta de ella.

Sin embargo, lo que el embalsamador no sabía era que Vera solía tener una hermana gemela, así que cuando la perfumista pasó cerca del ataúd y vio esa copia, terribles recuerdos la asaltaron y se derrumbó.

—Lo siento mucho... —repitió Aesop, todavía sin entender qué hizo mal.

Al final, el juego tuvo que ser suspendido. Las puertas de salida se abrieron para que los sobrevivientes pudieran salir, pero antes de que Aesop atravesara la puerta, Joseph se le acercó.

—Me imagino que no esperabas que tu primer partida fuera así, Aesop Carl.

Aesop lo miró con los ojos entrecerrados. —Cazador Jonathan...

—Es Joseph.

—Oh, lo siento.

—Está bien... eres nuevo, después de todo. ¿Es esto lo que haces como embalsamador? —Joseph nunca se había interesado por ninguno de los sobrevivientes y, sin embargo, algo lo empujaba a hablar con ese extraño individuo.

Aesop también pareció sorprendido de que un cazador quisiera hablar con él.

—Sí, mi trabajo es asegurarme de que el difunto comience el viaje a la próxima vida con la mayor dignidad posible. —Murmuró, mirando hacia otro lado. Así que él era del tipo tímido.

—Lo que hiciste fue increíble. —Joseph elogió.

—No fue increíble, hice llorar a la señorita Nair.

—Eso no fue tu culpa. Probablemente no lo sepas, pero Vera Nair no ha superado la muerte de su hermana. Tu trabajo seguramente le recordó la cosa más preciosa que perdió.

Joseph sabía que la perfumista y él compartían la pérdida de un hermano gemelo, pero Nair tenía algo que hacía que Joseph desconfiara de ella.

Mientras que Vera quería olvidarse por todos los medios de su hermana, Joseph quería conservar para siempre el recuerdo de Claude.

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