3. Vas con Bruno al monte, y se olvidan de sus edades (Bruno x Lectora)-Parte 1

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En general me incomoda la diferencia excesiva de edades, pero por lo que he visto, a muchas les gusta la idea de agarrarse a Bruno cincuentón, así que a darle átomos 😏
En esta historia, la lectora tiene unos 18-20 (era niña cuando Bruno se fue), y el tiene sus 50 años bien puestos. Esto ocurre depues de la película cuando Bruno ya volvió a Casita y a convivir con el pueblo.

Esta historia me está saliendo algo larga, así que la dividiré en dos partes.

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Era curioso.

Te parecía totalmente lógico que tuviera los mismos años que Pepa, que, aún a su edad, se veía radiante como un sol. Él tenía una candidez y una disposición tan mansa como la de cualquier jovencito ingenuo, y una ternura en su semblante de la que muchos chicos de tu edad ya carecían. Irónicamente, también te hacía sentido que tuviera la misma edad de la señora Julieta, que, si bien seguía siendo bella como una rosa, tenía cada una de sus cinco décadas marcadas a fuego en la piel. Así mismo, los ojos de Bruno parecían haber visto pasar miles de años frente a ellos.

El tío de Mirabel parecía muy joven y a la vez muy mayor, y te provocaba sentimientos confusos. Confusos pero fuertes.

No recordabas mucho cómo eran las cosas hace diez años, antes de que él desapareciera. Sólo observabas a los adultos tratándolo como una presencia indeseable, que debía evadirse a toda costa. Sin embargo, desde que ocurrió todo el desastre de la casa Madrigal, y él regresó al pueblo, lo habías visto mezclarse entre la gente con mucha más naturalidad, a veces incluso yendo al café de tu familia.

Tus padres siempre te recordaban la obligación de ser amigable con los clientes, especialmente si eran de la familia Madrigal, y vaya que lo habías aprovechado con Bruno: Algo en él te atraía mucho, a pesar de la enorme diferencia de edades entre ustedes, y habías llegado a preferir su presencia por sobre la de cualquier otra persona.

Cada vez que iba al café, y había pocos clientes, ibas a sentarte en su mesa y se quedaban largos ratos hablando. Cualquiera que lo viera desde afuera sólo pensaría que eran dos personas llevándose bien, pero lo que ocurría dentro de ti era totalmente distinto: Mientras más tiempo pasabas con él, más necesidad te causaba su presencia, y más te dominaba esa urgencia de estirar tu mano y acariciar sus cabellos.

Esa tarde, un grupo grande de jóvenes de tu edad celebraban el comienzo de diciembre en el café, unos con un vaso de ron y otros disfrutando del popular café con leche de cabra que tú misma preparabas. Los temas de conversación variaban y se desviaban como hojas volando al viento, y las horas pasaban rápido. Sin embargo, el momento se te agrió cuando alguien mencionó haber tropezado sin querer con el tío de los Madrigal en la calle, y otros tantos comenzaron a advertirle de posibles desgracias y maldiciones que le caerían si no iba a disculparse inmediatamente.

- ¿Que eso no lo decían sólo los viejos? - Rezongaste- Dejen de decir esas cosas. Ese hombre no es capaz maldecir a nadie

- ¿En serio? ¿Cómo lo sabes? - Preguntó uno de tus amigos.

En ese momento, notaste que todos tenían los ojos fijos en ti, y habían dejado sus vasos sobre la mesa para escuchar tu respuesta. Sin embargo, no te dejaste sentir intimidada

- Siempre hablo con él. Es muy agradable, y no mata ni una mosca-Sentenciaste, cruzando los brazos- Deberían conocerlo mejor

El grupo de jóvenes todavía procesaba tus palabras, cuando una de las chicas rompió el silencio.

- ¿Así que no le tienes miedo? – Preguntó.

- No, nada de nada- Declaraste con firmeza.

- Si eres tan valiente...- Comenzó a cuestionarte- ¿Por qué no lo acompañas en el día de las velitas?

- ¿El día de las velitas? - Preguntaste, descolocada.

- Sí, ya se acerca ¿No te acuerdas?

- Es verdad- Admitiste, cohibida.

En Encanto, el día de las velitas se celebraba tal como siempre se había hecho en el resto del país, pero con una pequeña particularidad: Al caer la oscuridad, un grupo de personas se dirigían a la falda de las montañas, y allí encendían velas en honor a quienes habían quedado atrás cuando se fundó el pueblo. Una vez encendidas, las velas debían permanecer así por una hora, y se consideraba un pésimo augurio si se dejaban abandonadas y alguna se apagaba. Durante esa tradición, la familia Madrigal se dividía en grupos: Unos se quedaban organizando la celebración en la Casita, y los demás se separaban para ir en cada uno de los cuatro puntos cardinales hacia los montes, siempre muy bien acompañados por otras personas que no eran de la familia.

- Si este año él es uno de los que van a ir, deberías acompañarlo- Afirmó la chica-Digo, si de verdad no hay nada que temer

- Sí, no debería importarte acompañarlo esa noche al monte- Agregó uno de los chicos.

- En medio de la oscuridad- Dijo otro.

- Lejos de todo el mundo- Se entrometió un tercero.

Los cuatro te miraban desafiantes, como esperando que te quebraras. Ya habías notado que todo lo que querían era una excusa para seguir hablando mal de Bruno en tu presencia, y vaya que no ibas a darles ese gusto.

- Pues sí. De todas formas, tenía ganas de ir al monte esa noche- Declaraste.

La sonrisita de suficiencia con la que lo dijiste borró toda la altivez de sus rostros, y los hizo quedarse callados como niños regañados.

Luego de eso, nadie volvió a tocar el tema de Bruno, y la velada siguió como si nada hubiera pasado. Sin embargo, en un momento en el que todos estaban distraídos, una de tus amigas aprovechó para hablarte.

- Deberías ir por un hechizo de buena suerte- Susurró, cuidando que nadie más pudiera oírla.

- No va a pasar nada. Quizá ni siquiera va a ir al monte esa noche- La tranquilizaste.

Lograste sonar muy serena, pues tenías claro que lo más probable era que realmente no pasara nada. Sin embargo, una parte de ti, esa que siempre debías mantener a raya cuando tenías a Bruno a sólo unos centímetros de tu tacto, sí quería que pasara algo. No sólo quería que fuera al monte esa noche, y te dejara acompañarlo, sino además que pasaran cosas. Y no el tipo de cosas que te habían advertido que podían pasar, sino otras mucho más prohibidas. Cosas que le permitieran saciar esa enorme necesidad de intimidad y afecto que sentías en cada uno de sus gestos, y contigo. Sólo contigo.

Por supuesto, esos deseos debían mantenerse bien ocultos mientras aún tuvieras tus pies sobre las baldosas de Encanto. Pero ahora, tenías la excusa perfecta para pasar esa noche con Bruno, lejos del pueblo, y sin que a tus amigos se les hiciera extraño.

CONTINUARÁ...

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Gabriel García Márquez debe estar mirándome orgulloso desde el más allá por escribir esta mierda 🤣🤣🤣🤣🤣 (Las que hayan recorrido su literatura entenderán).

Encanto y Tú [Personaje x Lectora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora