El primer avion

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No hay nada como el primer amor, o en este caso, el primer avión; deja que te cuente esta historia, en la que dos niños emprenden su vuelo, pero antes, tienen que crecer. 

Todo empieza con un niño cuyo nombre es Jake Greyson, tenía unos increíbles ojos azules, un cabello de un tono similar a las zanahorias, una sonrisa sin tres dientes, y una simpatía que enamoraba.

Amaba ir al jardín de infantes, que las maestras le leyeran cuentos, jugar con sus compañeros y al llegar a casa, llevar siempre un dibujo a su madre.

Era de esos niños que se emocionaba cada que llegaban compañeros nuevos, los invitaba a jugar, les mostraba las instalaciones del kínder, donde se ubicaban los baños; e incluso les mostraba su escondite para pantalones, solo por si acaso; lograba que las cocineras le dieran una ración extra de postre a ese niño nuevo y los incluía en cada actividad que en clase hacían. 

Era tan amable y educado, se ganaba el cariño de cada persona que lo veía.

Como era el caso de las maestras, quienes solían observarlo y visualizar un grandioso futuro para él pelirrojo. 

Aunque no solo eran las educadoras las que estaban encantadas con el niño, por qué había una linda niña, tímida y tartamuda, que prefería sentarse al fondo del salón; pasaba las mañanas admirando al pequeño pelirrojo destacar, sonreír y hacer amigos. Lo envidiaba tanto como lo quería. 

Se sentía mal cada que llegaba un niño o niña nuevo, notaba como aquel amable Infante siempre los recibía, los incluía y les sonreía. Es que, a ella nunca le había prestado esa atención.

Nunca le había hablando, o tomado de la mano, mucho menos dado algún postre de bienvenida, ella pensaba, que siquiera la había mirado.

Y lo peor, ella no sabia del escondite de pantalones. 

No era así, por qué aquel Niño de nombre Jake, la admiraba desde lejos, con un sonrojo en sus mejillas, y unas ganas de hablarle, que se quedaban en su garganta cada que lo intentaba.

No sabía qué era lo que le gustaba tanto de esa niña, pero sospechaba que eran las lindas olas que su cabello azabache tenía, o esa nariz pequeñita, similar a un botón de tamaño reducido, tal vez, esos grandes ojos, con aquella largas y rizadas pestañas.

Tenía grandes sospechas de que era una princesa, y la primera vez que la vio estuvo apunto de preguntárselo, pero cuando vio aquellos ojos, no pudo articular palabra alguna.

El resto de la tarde en que la conoció, se debatió el día entero tratando de descubrir de qué color eran esos ojos, por qué, veía tantos colores en ellos que solo podía compararlos con una hermosa obra de arte. Eran cafés, a simple vista así eran, pero tuvo la oportunidad de verlos de cerca, descubrió destellos verdes y azules que le encantaron.

Ese día, le llevo a su madre un dibujo de esos ojos, no se distinguían, a ojos de un adulto era un garabato, pero para él, era una obra de arte que no le hacía justicia a lo que le inspiró.

Desde ese día, no dejaba de pensar en esa niña, de emocionarse cuando la veía llegar al salón de clases, y sin embargo, los nervios no le dejaban hablarle.

Así que, un día le contó a su padre.

—ella es bonita, papi, como esa de ahí— señaló la pantalla, Bella y la Bestia se reproducía, su hermana mayor siempre los hacía verla, nunca se quejaba —Es una princesa–. Dijo seguro, su padre río.

—¿de quién me hablas, Jake?— le pregunto, intrigado, si bien, su hijo tenia una simpatía y carácter extremadamente social, nunca lo había escuchado hablar de una niña de esa forma, no creía que el fuese de los niños enamoradizos a tan temprana edad, pero tampoco le alarmo demasiado, luego le contaría a su esposa, seguramente se reirían mucho de esa historia.

Como aviones de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora