II
Tomó sus pastillas, olvidando por completo el hecho de que debía ir a encontrarse con una amistad que probablemente sabía más de lo que pasaba que ella misma, claro que iría a ver de qué se trataba, pero tenía una idea muy arraigada en el fondo de su corazón, y es que mientras más drogada estaba, podía agradarles más a las demás personas, y a ella misma. Pensaba que lúcida solo sabía aburrir, pero, eso no reflejaba el pensamiento de los demás, lamentable era el que, nadie de sus conocidos lo percibiera así.
Cuando su padre estuvo completamente dormido, saltó al marco de la ventana de una manera como si hubiese flotado sobre las tablas, y siguió a su guía de esa noche, su buen acompañante gatuno. Casi era como si se deslizaran por las cerámicas de los techos, como si la casa se diera cuenta de que tiene que esconder y protegerles, no emitió ningún ruido. De todas maneras, ella se movía con el sigilo del gatuno que tenía enfrente, con muchísima concentración llegó a un muro, ambos, miraron a los costados y saltaron, el gato saltó de nuevo hasta el piso, sin embargo, ella se mantuvo sentada en el muro, esperando que su amistad apareciera.
—Llegas tarde —. Una voz detrás de un árbol se hizo presente, con un tono muy suave y amable para decir las cosas, cuando la figura avanzó hacia la luz se vio su altura, su tez morena y su pelo negro largo hasta la cintura, elevó las manos en dirección a la muchacha que se encontraba en el muro y esperó a que ella se lanzara con la misma confianza de siempre. Para su malestar, la vio desorientada, triste, su corazón dio un vuelco cuando la niña se fue inclinando hasta terminar saltando a sus brazos. Agregó—Estás drogada.
—Pero no tanto como siempre, amiga. —Susurró sonriendo, la habían pillado. —Ahora todo está controlado en mi vida.
—Kairi, este es un lugar seguro —, los ojos azabaches de su amiga le brindaron la confianza necesaria para hacer un recorrido por el patio trasero de su casa, a la que tan cordialmente fue invitada a asistir. Luces doradas colgaban arriba de una mesa, las murallas tenían enredaderas y se distinguía desde el piso un camino de piedras que guiaba al interior de la casa. Kairi siguió caminando y tocando casi cada planta que encontraba, maravillada, hasta que se percató de la mirada de su amiga, —¿Quieres una taza de té?
—Encantadísima, Srta. —Respondió.
Su amiga se fue y ella continuó revisando cada planta del sitio, sintiéndose en el lugar más tranquilo en el que había estado durante mucho tiempo, pensando en el ajetreo de la ciudad que ya la hacía temblar, no se sentía dispuesta a exponerse a muchos lados, y a nadie, le daba miedo. Prefería estar ahí, con su mejor amiga, toda la vida. Después de días se dio cuenta, que estaba en un lugar donde todo podía transcurrir más lento, a Kairi le gustaba llamarlo zona centro, algo opuesto a lo que sería la ciudad en la que ella vive, ya que en el centro normalmente hay harto tráfico y cantidades de autos que llegan a cansar a quienes ni los conducen.
—Este es tu segundo hogar, o el tercero— Su mejor amiga, a la que ella le decía Yuko, había aparecido sonriendo con dos tazas de té en una bandeja que dejó delicadamente en una mesa de madera, a esta mesa, la acompañaban dos sillas a conjunto, dándole al jardín un toque aún más mágico que le hacía volver el brillo a los ojos de Kairi.
El brillo de los ojos de la castaña se fue apagando de a poco, se le hacía complicado poner en orden los pocos recuerdos que tenía, sería un verdadero puzle, y ella no era buena para eso, necesitaría ayuda para poder lograrlo y no le gustaba verse dependiente hacia los demás, de alguna manera la soledad la tenía amarrada y cuando intentaba hablar, no salía nada, como si le taparan la boca.
—Necesito que me ayudes a dejar de sentir esta agonía al despertar. —Soltó, para luego tomar un sorbo de té y dejarlo nuevamente en la mesa, aprovechando de sentarse y viendo como su amiga se aproximaba a imitar su gesto. Yuko siempre fue de mirarla a los ojos al hablar, eso a Kairi no le complicaba, por eso supo en ese instante que serían mejores amigas. —No puedo seguir viviendo así, evadiéndome así, me he dado cuenta de que hice sufrir a las únicas personas que quería mantener felices, creyendo erróneamente que mi desaparecer sería algo bueno para ellos.
—¿Le querías hacer daño a alguien si es que concretabas? —Yuko frunció los labios y el ceño, era una persona muy expresiva, eso le gustaba a Kairi de ella — ¿Qué esperas de ti ahora?
—Yo solo quiero divertirme... —Kairi no pudo terminar de completar su frase cuando una mano movió su cara. Sintió que se le cayó el mundo cuando su amiga le dio un pellizco, pensó que no era nada grave, pero se encontraba llorando, llevó su mano en un acto reflejo hacia su mejilla, pudo jurar que por unos segundos había vuelto a sentir el peso de la vida, le tomó unos segundos recuperarse, atónita, sus ojos temblaban frente a la silueta que se mantenía erguida frente a ella — ¿Qué fue eso? No, ¿por qué fue eso?
—Día a día me levanto, reviso mi celular y lo primero que veo son mensajes tuyos, a veces son estupideces tuyas que se te ocurren en las noches y otras son dilemas, temas serios que te aquejan, —A medida que iba hablando Yuko iba relajando su cuerpo, haciendo un esfuerzo por mantener serena su voz—, rara vez me levanto sin responderte, el 23 de diciembre fue la primera vez que sentí que me estaban arrebatando algo del corazón, y eras tú, que tan callada andabas sin decirle a nadie lo que sentías.
A Kairi se le rompió el corazón o se le encogió, no sabe muy bien que sintió, por su mente lo único que se le ocurría para aliviar la congoja era tomar sorbos de té, una antigua idea que en su familia permanecía, que el té aliviaba las penas y las angustias, no supo qué decir, se quedó esperando a que su amiga le demostrara algo más, no hubo nada.
—¿Al menos tengo la piel suave?
—No seas ridícula, toma luego ese té que esta noche saldremos.
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Espacio en blanco
FantasyNo se me dan bien las descripciones, son para el final. Pero, cualquier parecido a la realidad es pura coincidencia.