1. Algo ha cambiado

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I

La casa se expandía y crujía mientras el viento ululaba, parecía que quería hacerle recordar a esa casa todos los años que llevaba en pie, amenazándole con el poder de derribarla si la golpeaba con más fuerza, la casa le respondía enfurecida junto con sus crujidos, dejándolo pasar entre las rendijas, como si de nadie se tratara. Ella despertó por uno de esos crujidos, desconoció el lugar donde se encontraba, miró sus manos primero, tocó su pelo largo y ondeado que caía por sus hombros, suspiró y tomó su celular, nada había cambiado, ninguna notificación que hiciera que sus ojos almendrados se abrieran más de lo normal, dejó el celular a un lado y se levantó. Era de noche, el reloj marcaba las diez y media, caminó sigilosamente hasta el baño y lavó su cara. Tenía la mente aturdida, su maquillaje corrido y un parche en el brazo que indicaba el hecho de que algo le habían inyectado, revisó su cuerpo, encontrando círculos alrededor de sus pechos, y en el corazón. Recordó entonces, vagamente, la angustia que la perseguía la noche anterior, su expresión se tornó rígida.

Había intentado suicidarse y, además, había fallado. Sus pensamientos corrían rápidamente, buscando algo que la conmoviera, pero solo se topaba con la frustración y la vergüenza. Volvió a su pieza, se dio cuenta que no era la misma de la que se había despedido antes de quedar inconsciente, ahora no estaban sus pastillas, ni nada cortopunzante, solo peluches, rebuscó entre los cajones, con la esperanza de encontrar algo, lo que sea, sin embargo, no quedaba nada.

—¿Cómo te sientes? —. La voz de su padre la sacó de su ensimismamiento. Se volteó, aparentando que nada sucedía y que estaba tranquila, pero la verdad era que le costaba sostenerle la mirada a quien le hablaba. Siempre habían sido cercanos, de contarse las vivencias, cuando a uno le pasaba algo el otro lo sabía inmediatamente. La mirada de su padre se notaba cansada, pero aún así mantenía ese dulzor con el que siempre la había mirado desde niña.

—Bien— respondió, una sonrisa torpe se asomaba, viendo que su figura paterna no emitía ninguna respuesta, agregó —, mañana es Navidad.

—Sí, tu hermana está con su pareja terminando de envolver los regalos. Voy a estar en la pieza de acá al lado por si necesitas algo, no bajes sola. —Fue lo último que le dijo antes de retirarse de la pieza, dejando el aroma a cigarro y perfume que lo caracterizaba.

Tomó una libreta rosada del tamaño de su palma, en la portada tenía gatos dibujados y la abrió en la página marcada por una tela, su sorpresa creció cuando se dio cuenta que su letra parecía la de otra persona, y no lograba entender nada de lo que ahí contaba, agitó su cabeza de lado a lado, rebuscando entre su memoria algo. Al rendirse, se tiró de espaldas a la cama cerrando los ojos, fue entonces que recordaba haber visto a su hermana tratando de vestirla, con la tenue luz que se colaba por las ventanas o por efecto de algo, todo se veía muy azul. Se sorprendió a sí misma cuando notó sus cejas fruncidas al tratar de poner énfasis en una de las palabras que le decía su hermana mientras su padre la sostenía del otro lado, la sorpresa fue más grande aún cuando notó que la palabra que no podía diferenciar era su nombre.

Sintió un leve golpeteo en una de las ventanas de su pieza de las cuales daban al techo. La había ido a visitar un gato gris con unos ojos muy claros, su figura se percibía imponente detrás del vidrio, casi como si le estuviese reprochando algo a la silueta de la joven que se encontraba enfrente abriéndole la ventana para dejarlo pasar. Bajó del marco de la ventana de manera elegante, en su pata delantera izquierda llevaba un cascabel, y de su cuello, amarrado iba un pequeño papel, al desenvolverlo, se encontró con un pequeño mensaje de aparentemente, alguien de la casa de atrás:

"Este es mi segundo intento de contactarte, sé que no has estado bien, pero espero que eso vaya mejorando, recuerda que saldremos el sábado. Tengo un mal presentimiento, algo sucederá. O peor, algo ha cambiado. Ven a verme, de preferencia antes de Navidad."

Cerró el papel y lo arrugó entre sus manos, una de sus cejas se mantenía elevada, demostrando su confusión. No dudaba, claro, porque no creía que los gatos pudiesen cometer tales errores de confundirse de personas, eran muy quisquillosos respecto a ello.

Interrumpida nuevamente por los pasos de su padre, el gato volvió a saltar a la ventana y ella, se movió hacia el marco de ella, elevó los ojos y encontró a su padre tendiéndole una mano, en ella se encontraban dos pastillas blancas y una azul, su corazón dio un vuelco, de no ser con la ligereza con la que su padre le entregaba lo que veía, no se habría atrevido a recibirlas, y era verdad, detrás de la bondad que escondían sus oscuros ojos, había pena y preocupación, sin embargo, él no sabía lo que cargaba su hija.

A estas alturas, ni ella lo sabía.

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