Entrada 01

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No creo que vaya a ser capaz de contar todo lo que me ha ocurrido, por eso he decidido escribir lo más importante de todo aquello y de lo que me ocurrirá.

Empecemos por el principio.

Me llamo Alika Abara, nací el 13/07/1996 en Maiduguri, del noroeste de Nigeria. Me crie junto a mi madre y mi padre en un entorno feliz, mi familia era de clase media-baja, pero nunca faltaba comida en la mesa. Fui a la escuela desde muy pequeña dado que mis padres trabajaban tanto que no podían ocuparse de mí.

En la escuela nunca tuve amigos debido a que, a la edad en la que empezábamos a interaccionar entre nosotros, mi vida cambió drásticamente. Mi padre desapareció tras pegarle una paliza a mi madre. Yo lo escuché todo, pero me pudo el miedo y no fui capaz de salir de la habitación y protegerla.

Nunca supe la razón de aquella discusión ni por qué mi padre perdió el control, no se drogaba, no bebía y, lo más importante, parecía que nos quería. No volví a verle jamás, mi madre no volvió a hablarme de él, no recuerdo siquiera su rostro, solo su nombre.

Cuando mi padre se fue, vinieron otros hombres al hogar, hombres que daban mucho miedo. Mi madre trabajaba en casa, o eso decía. Siempre que venía un visitante me refugiaba en mi habitación, guardando silencio, obviando lo que escuchaba. El hogar se volvió un desastre y yo hacía lo que podía por limpiar los restos de cigarros, drogas y botellas de alcohol que acababan tirados por el suelo. 

A mis 9 años tuve que dejar de ir a la escuela debido a la falta de ingresos ocasionada por el derroche monetario que mi madre invertía en drogas para ella y sus visitantes.

Todo era soportable, hasta que un día, ese hombre metió un pie en casa. Medía alrededor de 2 metros, parecía implacable y estaba armado de pies a cabeza. Oí a mi madre gritar, pero, esta vez, de pánico. Cuando salí vi a la bestia arrastrando a mi madre por el suelo hacia la entrada, agarrándola del pelo y amenazándola con un cuchillo al cuello.

A pesar de que yo solo tenía 12 años, arremetí contra el agresor y le mordí el cuello hasta hacerle sangrar. Él reaccionó rápido estampando a mi madre contra la puerta para dejarla inconsciente y, cogiéndome con rabia para clavarme a la entrada, atravesando la palma de mi mano y la superficie de la puerta con su cuchillo. Pude ver sus ojos negros llenos de rabia mirándome fijamente mientras todo mi cuerpo temblaba descontroladamente. Me desmayé de dolor cuando me descolgó de la puerta.

A continuación, solo recuerdo asfixia y frío. Al recobrar la conciencia me percaté de la bolsa que cubría mi rostro mientras me ahogaba, sentí las cuerdas hiriéndome muñecas y tobillos al apretarlos con fuerza. Estaba metida en un entorno pequeño y cerrado, en un inicio pensé que se trataba de un ataúd hasta que sentí los baches.

Grité con insistencia, intenté soltarme, pero nada fue suficiente, solo perdí oxígeno y fuerzas.

El vehículo se detuvo, escuché el maletero abrirse y me quedé paralizada. Sentí sus manos cogiéndome a hombros, escuché dos puertas abrirse y cerrarse. Me tiró al suelo sobre lo que parecía ser una manta y me quitó la bolsa de la cabeza.

Estaba todo oscuro, no había ventanas, era una sala pequeña con un ventilador, una puerta abierta que daba a un baño y tres bolsas transparentes grandes, de lo que parecía suero, colgadas a la pared y uniéndose en una misma vía.

El hombre me dejó en el suelo, atada, y se marchó. Vino un joven de unos 20 años, blanco, rubio, de ojos azules, con una bata médica. Me desató, me inyectó anestesia en la mano y la cosió tras desinfectarla. No pronunció palabra hasta que le pregunté "¿dónde estoy?", me hizo una señal de que me callara y me dijo que solo podía hablar él en aquel lugar, que nosotras solo teníamos que obedecer. Continuó diciendo "voy a inyectarte esta vía en vena, si te la quitas, te resistes o intentas escapar desearás estar muerta". Yo asentí y le dejé inyectarme lo que no sabía que era droga. Me quedé allí sola mirando a la puerta hasta que empecé a ver borroso, dejé de sentir la cara, las manos, la lengua, tuve náuseas y me desplomé sobre aquella manta.

Diario de Alika Abara. Entender a la víctima.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora