Aldana prendió el walkman y dio play a su tema favorito. Sonaba a todo volumen aquel éxito de Los Twist que decía: "pensé que se trataba de cieguitos".
El día anterior había discutido muy fuerte con su novio, a menudo, él tenía reacciones agresivas que la atemorizaban. Le había puesto un límite sensato. Era justo.
Sin motivos para que ella lo perdonara, Adrián la invitó al parque de diversiones que visitaba la ciudad de Bahía Blanca. El Parque de Mayo estaba decorado como nunca, el municipio se había jugado gran parte de su reputación en este evento.
Por supuesto, aceptó ir. Ya saben, como una forma de que se den una nueva oportunidad, sin tantos tapujos. La idea le pareció incómoda pero ella seguía con la ilusión de que todo funcionara.
A las ocho de la noche comenzaban los juegos para adultos, aunque también era el límite de la salida de los más chicos. De todos modos, siempre algunos adolescentes se quedaban dando vueltas esperando que se fueran sus padres del lugar.
A esa hora, estaba allí esperándolo, cruzada de brazos, mientras veía llegar a los autos que se estacionaban en la vereda de enfrente. Un Ford Falcon, un Peugeot 405, un Renault 12, ninguno traía a su novio. Con su remera de Atari y un jean tiro alto, tenía aspecto de llegar a su primera cita. Acomodó la bandana roja con la que recogía su cabello y mordió sus labios rojos carmesí.
A lo lejos pudo divisarlo, ahí estaba, como de costumbre con el cabello despeinado al mejor estilo de la época. Llegaba caminando y agitado, con una pequeña extraña mancha en su manga derecha. La sorprendió por completo.
Comenzaba a oírse la música proveniente de los juegos, entre ellos la rueda de la fortuna. El barco pirata era el que se robaba toda la atención. Se acercó lentamente y en ese momento él la vio, más bella que nunca. Se enterneció.
Aldana lo saludó, un poco distante por lo sucedido pero interesada por esta nueva salida juntos. Le propuso que comenzaran a recorrer los juegos, Disfrutaron del barco pirata, como era obvio, su preferido. Más tarde, se subieron a una impactante montaña rusa, aunque no era como las del extranjero pero daba los suficientes motivos para gritar en la cima. Y al salir de esos juegos esquivando la multitud de gente, Adrián le dijo que lo esperara, que necesitaba ir al baño.
Qué oportuno, pensó ella. En el mejor momento. Cuando él parecía tomar el control de las circunstancias, una tendinitis le tensaba la mano hasta hacérsela sudar, eran nervios quién sabe por qué razón. Algo inconsciente o quizá un presentimiento. Bueno, como sea, caminaría unos minutos para hacer tiempo esquivando a la multitud de gente que llegaba.
La noche comenzaba a oscurecer el cielo. Se levantó viento, las hojas de los árboles crujían, comenzó a hacer frío. Aldana se sacó la campera que llevaba atada en la cintura y decidió abrigarse.
Ya no se sentía cómoda entre las personas que pasaban rápidamente y volteaban sus refrescos, o le chocaban los algodones de azúcar en la cara. Prendió un cigarrillo muy delicado. Los payasos la perseguían con los papelitos promocionales del tren de los horrores. Ella revoleaba los ojos y escupía al piso para que en su acto desagradable no la molestaran por un rato.
Fue en ese instante, que cansada de tantas vueltas, se acercó a la arboleda. El tiempo parecía detenerse, dio unos pasos en seco y se internó completamente. Una sombra se acercaba hacia el punto en el que ella, muerta de miedo, se había quedado parada.
Una mujer, rubia, joven. Sí, Martina, la ex novia de Adrián. ¿Qué diablos hacía allí?
Al fin pudo divisarla, pálida, muda. Cuando la vio corrió hacia ella, le quería avisar algo. Un cuchillo le atravesaba el estómago, colmando de sangre su remera blanca de puntillas. Auxilio, habría querido pedirle, escapando. Y así, al ver que ella no reaccionaba ante la situación, la esquivó por completo y siguió caminando ensartada con el delineador de los ojos corrido de tanto llanto.