La noche en la que su novia lo dejó, decidió alejarse para siempre. Tenía planeado desaparecer y generarle un vacío tan grande que jamás pudiera superarlo. Esa herida había hecho de él un hombre inseguro. Le temía al abandono pero más que nada aquel dolor tenía que ver mucho más con su idealización romántica del amor. Era consciente de todo y, sin embargo, la obsesión lo estaba matando por dentro.
Calculó cada detalle para vengarse. Tenía listas las maletas para viajar a un pueblo en el que alquilaban una cabaña antigua. Pasó las horas lavando el auto mientras las lágrimas caían por sus mejillas como lluvia ardiente y finalizaban en sus labios lastimados de tanto morderse. Se acostó a dormir y prometió que nunca más daría su brazo a torcer.
Al otro día, su ex novia lo llamó llorando desesperada para anunciarle que había sucedido una desgracia en su familia y para su mala suerte ni siquiera le reveló detalles. Le dijo que sus hijos se quedarían solos porque ella tenía que viajar y que a esta altura le importaban muy poco. En ese momento, la promesa que se había hecho a sí mismo se rompió por completo, con los hijos no.
La mujer le dijo que tenía veinte minutos para llegar a cuidarlos si no quería que les sucediera algo, que las criaturas no se pueden quedar solas porque siempre termina mal. Agarró las maletas y salió con el auto a fondo, horrorizado por la situación. Adiós al viaje planeado.
Llegó a la casa y los nenes estaban dormidos tal como si les hubiera mezclado somníferos con la comida, algo que sospechaba que antes hubiese sucedido. Dejó que se despertaran y se preparó para hacer la denuncia pero no pudo contener el llanto cuando vio la foto de ella en el modular. Su sonrisa, sus ojos brillantes, su cabello largo. La depresión lo invadió.
Cuando los nenes abrieron sus ojos lo miraban como si fuera el culpable de todo lo sucedido. Intentó explicarles que su mamá había tenido que marcharse por un tiempo pero solo logró que empezaran a llamarla a los gritos. Sus sonrisas diabólicas lo aterraban, se habían tomado de las manos y giraban en círculo mientras cantaban una canción que le resultaba familiar.
Decidió agarrar a los nenes e irse, la situación no daba para más. Demasiado dolor. Se acercó a la puerta y las llaves no estaban. Volvió la mirada hacia el baño y los pequeños las habían arrojado al inodoro. Entre varios intentos fallidos, se fueron por las cañerías. Corrió a la ventana y no logró abrirla, comenzó a marearse y se desvaneció.
Se despertó, prendió el celular y descubrió que había estado dormido por más de diez horas. Los niños no estaban. Se había quedado encerrado y no lograba salir. Se sentó y tomó todo el alcohol que encontró. La resaca lo volvió a dormir unas horas más, en un ataque de nervios rompió todo al levantarse. Las cartas, los regalos, los adornos, la mesa de vidrio.
Decidió que nunca más iba a sufrir por ella. Se levantó del suelo, arregló su cabello, se puso la mejor ropa que había traído. Subió el volumen de la música y cantó cada uno de los hits del momento, ese día se rió como nunca, comió todas las cosas ricas que encontró en la heladera.
Levantó la mirada, sonrío y puso la cámara a grabar. Se sentó en el suelo abatido de tantas cuestiones sin resolver y decidió contar su historia, nadie más iba a poder hacerle daño. Esa mujer estaba loca y a partir de este preciso momento todo el mundo lo iba a saber, tenía que dar testimonio de tantos años de maltrato. La tóxica, le decía... Y qué razón tenía. El video se viralizó instantáneamente en las redes sociales.
Se acercó a la puerta y vio el juego de llaves tal como lo había dejado. Los nenes salieron de la habitación, lo saludaron y lo despidieron. Un rayo de luz colmó el lugar y desaparecieron. Salió de la casa y la calle estaba vacía. Sintió que podía con todo, que de la violencia se puede salir.
Que a veces las historias no son lo que parecen, que el amor hace ruido, la rutina asfixia y que el cadáver de su novia siempre iba a quedar en la bañera, en aquel lugar que la vio por última vez. Y sí, nadie lo había llamado. El celular solo avisó que la alarma nunca se había desactivado. Sin embargo, ya se había encargado de borrar todas las huellas, de no dejar rastros. Su corazón se había fortalecido tanto que sentía cómo las llamas atravesaban la coraza que lo protegía.
Era el momento de despedirse de todos los que se habían cruzado en su vida. Cruzó la calle, se dirigió hasta el puente y saltó. La paz que sentía era inmensa, estaba despojado de todo el dolor. Una luz lo invitó a cruzar el túnel. Cuando llegó al final vio la cabaña que tanto había querido conocer y se lamentó por llegar más tarde y fue en ese momento en el que recordó que su cuerpo también yacía en la bañera desde aquel momento en el que le dieron la noticia de que había perdido a la mujer a la que consideraba el gran amor de su vida. ¿Y los nenes? Y los nenes, yo qué sé.