Capítulo 4

67 15 55
                                    

La princesa y el león.
Castiel

Salí de la columna tras la cual nos habíamos ocultado, evitando ser retenido nuevamente por la princesa. La cara de Nicolas pasó de la confusión a la molestia en menos de un segundo, viendo a su hermana menor aparecer detrás de mí.

—¿Qué hace ella aquí?

—La encontré espiando durante la reunión —dije, caminando hacia él—. Estuvo a punto de interrumpir la sentencia de su Majestad; por fortuna la detuve a tiempo.

Era mi culpa en parte que ella estuviera aquí: la había notado esperar en el recibidor de mármol al otro lado de la puerta y mentiría si negara que distraje a los guardias para ayudarla a entrar. No había escuchado más sobre ella desde el atentado y tenía curiosidad de lo que deseara hacer en esta reunión.

Claro está que no esperaba una casi intervención a mitad del juicio. La pequeña princesa era más impulsiva e imprudente de lo que imaginaba.

A mi espalda, acercándose con parsimonia haciendo susurrar la falda de su vestido, Vesper resopló por lo bajo ante mi comentario. Volteé para mirarla, atraído por ella sin poder evitarlo. La princesa utilizaba un vestido de terciopelo azul con mangas largas, una falda sencilla ajustándose a sus caderas. Su cabello largo y castaño reposaba detrás de una tiara dorada, mostrando las facciones firmes y decididas: ojos redondos, cejas rectas, pómulos altos y labios perfilados.

Antes no había tenido tiempo para pensarlo, pero ahora frente a ella solo pude pensar en que la princesa era hermosa, como las flores de Alnilam durante las noches de novilunio.

Tampoco pude evitar reparar en el parecido que compartía con su hermano: ambos tenían la piel morena -herencia de su padre zhasminiano-, los ojos negros carbón como todos los Lyon y la nariz recta idéntica a la de su madre, la reina. Pero a diferencia de su hermano la princesa tenía un brillo en los ojos, uno que mandó un escalofrío por mi espina dorsal en cuanto sus ojos se fijaron en mí.

—¿No se cansa de hacerse el héroe? —inquirió, saliendo de nuestro escondite con la vista clavada en mí.

—No tengo que hacerme nada, princesa. Salvé su vida la otra noche y hoy la he librado de un castigo peor que la muerte. Soy el héroe aquí.

Levantó la barbilla, desafiante, dejando ver un hematoma bajo su mentón. Antes de que pudiera responder, Nicolas me hizo a un lado acaparando la atención de su hermana.

—No debiste venir aquí, Vesper. Es contra la ley.

Ella miró a su hermano.

—No puedes reclamarme por querer verte luego del ataque.

—Sabes que no pasó nada grave, no debías...

—¿Nada grave? Te apuñalaron en el pecho —miró el vendaje que se asomaba por su cuello—. Llevo días tratando de visitarte y los guardias tienen bloqueada la entrada a tu habitación.

—Pudiste enviar un mensaje con Adeena en lugar de espiar una reunión privada del consejo.

—Necesitaba verte, no leer unas palabras escritas por cualquier amanuense.

Levanté un poco las cejas; ella pudo interceptar a Nicolas antes o después de la reunión, espiar al consejo no era totalmente justificable.

Pero la mirada de Nicolas se ablandó.

—No era necesario; madre está organizando una cena para vernos.

—No sabía que debía esperar sus órdenes para poder visitar a mi hermano.

El legado del leónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora