Capítulo 2

113 25 125
                                    

El león de Cala.
Vesper

Los pasillos del castillo estaban llenos de guardias, sirvientes y nobles. Estos iban y venían de un lado al otro, agitados o sosegados, algunos llorando y otros sin expresión en el rostro. Pero absolutamente todos esparcían el mismo rumor, susurrado como una oración en la iglesia.

«Han silenciado al león».

El león. Así se le llamaba al heredero de la corona. Y el rumor de su muerte comenzaba a hacerse tan fuerte que casi comenzaba a creerlo.

Casi.

Había amotinamientos frente a las puertas del castillo, miles de súbditos lloraban la muerte de su príncipe y yo solo quería gritar que seguía vivo.

«El león vive y ruge más potente que nunca». Pero no me creerían, nadie lo haría hasta ver al príncipe con sus propios ojos. No cuando ni siquiera yo estaba al tanto de su situación exacta.

Mi madre, la reina Eliana, había ordenado que solo el círculo interno de la corte tuviera acceso a Nicolas. Habían pasado dos días desde el atentado, dos días desde que había sido confinada al Ala Oeste, rodeada de guardias sin poder poner un pie fuera del lugar. Presa en una jaula de oro, seda y mármol.

Dos días donde mi Sombra me había mantenido informada, siendo mi única fuente de noticias sin filtro. Hasta el final de mis días, no dejaría de agradecer a los dioses que de alguna manera yo hubiera ganado la lealtad de Adeena.

Solo a ella, mi dama de compañía y espía personal, le debía cada gramo de valiosa información que me permitiría llevar a cabo mi plan. Recordé nuestra conversación de esa mañana.

—Los sirvientes en servicio durante el ataque han sido apresados —dijo mientras ajustaba el corset de mi vestido—. Dos sospechosos fueron sorprendidos en los callejones de la ciudad, pero eran meros borrachos.

¿Y no hay rastro del autor?

—Tienen un sospechoso en custodia desde anoche. Parece ser quién planeó los atentados.

—¿Qué hay de lord Castiel? —pregunté mirándola a través del espejo de cuerpo entero. Adeena se asomó sobre mi hombro, sosteniendo mi mirada. El contraste entre su piel blanca y la mía morena resaltó bajo la luz del sol, su cabello rojo brilló como una melena en llamas.

—Nadie lo conoce, nadie ha oído hablar de él hasta que tu hermano lo nombró consejero hace unas noches. Un grupo de soldados viajaba con él: tiene su propia escolta.

—¿Y Nicolas?

—Herido, pero no de gravedad. Los doctores dicen que la daga no tocó ninguna arteria. Hoy se le permitirá asistir a la reunión dónde juzgarán al sospechoso, luego volverá al confinamiento.

Ni siquiera tuve que preguntar, Adeena me conocía lo suficiente como para saber lo que haría, quisiera ella o no. Apretó los labios en una fina línea, renuente a soltar la información.

—En la Cámara del Consejo. Cerrarán las puertas al mediodía.

Ella sabía lo que tenía que hacer a continuación y yo también. Así fue como llegué a encontrarme frente a las puertas de madera tallada, esperando el cambio de guardia para deslizarme en la reunión sin ser detenida.

Burlar a mis escoltas había sido complicado, más no imposible. Adema se había encargado de distraerlos. Pero la seguridad en la sala del Consejo era algo completamente distinta. Me aseguré de retener bien la falda de terciopelo para que los guardias en la puerta no pudieran verme.

El legado del leónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora