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Irene

Estuve despierta toda la noche. Esperando por ella. Esperaba que viniera a mí, pero no lo hizo, y no me atreví a ir a ella.

Sin embargo, quería hacerlo. La cama vacía a mi lado era como un dolor físico. Podía sentirlo, justo al final del pasillo, fuera de mi alcance.

Las próximas dos semanas iban a ser un infierno.

A la mañana siguiente me vestí con cuidado, con pantalones de lino y una blusa rosa

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A la mañana siguiente me vestí con cuidado, con pantalones de lino y una blusa rosa. Me recogí el pelo en un moño. Todo era muy apropiado, muy poco apropiado para mí.

Miré la calle Newbury desde mi ventana. Las aceras estaban
limpias. Parecía que había llovido ligeramente la noche anterior, pero ahora el cielo estaba glorioso y claro.

Decidí que iba a sacar lo mejor de esta situación. Comencé a formar un plan mientras me maquillaba. Me lo apliqué con cuidado, para no parecer la prostituta que era, y salí a buscar a la soltera más sexy.

—Tienes un aspecto adecuado-, dijo Seulgi cuando entré en la cocina.

-No es mi estilo habitual-, admití. Fui y me serví un café.

-Me gusta más tu chándal-, dijo Seulgi.

-A mí también.

Seulgi llevaba otro traje, con el pelo perfectamente arreglado. Parecía como si estuviera a punto de pasar por un centenar de reuniones corporativas, no de asistir al almuerzo de pre-boda de su hermano.

-¿Estás trabajando hoy?- le pregunté.

-Tengo que hacer algunas llamadas-, dijo. -Aparte de eso, tengo mi agenda despejada.

-Yo también estoy libre-, dije, bromeando, -si quieres pasar el rato.

-¿Salir?- preguntó Seulgi y se rió.

-Sí-, dije. -¿Cuándo fue la última vez que no tuviste nada que hacer en todo el día?

¿Y la última vez que no tuve nada que hacer en todo el día?

-No me acuerdo-, dijo.

-Yo tampoco-, dije. Me senté y bebí mi café; tenía que enfrentarme a su
madre y sus clavículas pronto. Necesitaba estar bien cafeinada.-Entonces hagámoslo. Después del almuerzo podemos cambiarnos. Podríamos ir al parque, caminar
por ahí... probablemente podríamos ir a un partido de los Red Sox. Si te gustan ese tipo de cosas.

-¿Te gustan los Red Sox?-, preguntó. Me miraba como si tuviera tres cabezas, todas ellas gloriosas y hermosas.

-Nací y me crié aquí, y tengo un corazón que late-, dije y me persigné. -Por supuesto que me gustan los Red Sox.

Ella ya estaba en su teléfono, pulsando, probablemente pidiendo entradas. Las mujeres éramos en realidad mucho más fáciles de manejar de lo que nos gustaba creer. Incluso las súper ricas, aparentemente.

Acompañando a la multimillonaria • SeulReneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora