Prólogo

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Noviembre 2018

Ya era hora de estar en el baile, ¡que emoción! Estábamos festejando el último día del taller con mis compañeros. Éramos seis en total, sin contar al profe que también estaba presente. Me encontraba nerviosa, pero al menos no estaba sola.

– Vamos, Mel, es hora de bailar; dudo que hayas venido para quedarte quieta. – escucho que me dice Valeria mientras se paraba del asiento que estaba a mi lado. Valeria es una mujer joven, cabello largo y oscuro, facciones bonitas, sonrisa encantadora y energía para la noche. A pesar de ser quince años más grande que yo, siempre es la que tiene la iniciativa de todo.

Me presento, mi nombre es Melody García, cumplí mayoría de edad el 25 de octubre de este año y es la primera (o tal vez segunda) vez que salgo a bailar en mi vida; aunque nunca había venido a un lugar así. El rincón del sur, así es su nombre, desde afuera no dice mucho; una simple puerta oscura que al abrirla te lleva a unas escaleras las cuales debes subir para entrar al local. Es pintoresco, tiene un ambiente latino por todos lados. Hay dos barras, una principal y una secundaria que es mucho más pequeña. Cuando entramos, ya era pasada la media noche y las personas que estaban ahí se encontraban en el auge de la noche. Había gente de todas las edades, sinceramente, creo que yo era la más joven de ahí.
Verán, he sido parte de un taller de salsa hace seis años, aunque ahora me dedico más bien a ayudar a los alumnos nuevos a entender y perfeccionar los pasos y figuras que se enseñan. Soy un soporte para los profesores que son voluntarios en el taller; me usan de ejemplo y siempre estoy dando ideas para mejorar en el correr de las clases.

– ¡Ya voy, Vale! Déjame agarrar un poco más de confianza – le respondo a mi amiga mientras me aferraba torpemente a mi taburete en el que estaba sentada.
– ¡Qué confianza ni que ocho cuartos! – dijo tirándome prácticamente de mi asiento. – Te vienes a bailar conmigo ahora y sin excusas. – Suspiré.

– ¡Está bien!

Valeria me conduce zigzagueando hasta la mitad de la pista mientras comienza a sonar una canción de salsa rápida. Yo aún estoy un poco vergonzosa y me muevo poco, pero mi amiga no iba a permitirme estar de ese modo por mucho tiempo: tomó mi mano y comenzamos a bailar en pareja, empleé el papel de hombre ya que era lo más usual y no quería destacar mucho. Hicimos un par de figuras, me hizo girar, le devolví el giro y cuando quise darme cuenta; la canción había acabado.
Ya volviendo a nuestros asientos, comenzó a sonar por entre los parlantes una canción de bachata. Alguien de la multitud de gente que no conocía tomó mi mano y me di vuelta para encontrarme con un hombre de ojos oscuros y de unos treinta años, sonriéndome.

– ¿Bailas? – Me preguntó animado
– No sé bailar muy bien bachata – confesé amablemente
– No te preocupes, solo déjate llevar.

Acepté un poco temerosa, pero, ¿qué sería lo peor que puede ocurrir?
"Equivocarte y hacer el ridículo" dijo una voz en mi cabeza.
"Bueno, no importa, ya estoy en el baile, no puedo tenerle miedo a bailar" me regañé sin piedad y seguí al hombre a la pista.
Puse mi mejor sonrisa y dejé que mi cuerpo me guiara, el desconocido era bueno bailando y sabía guiar muy bien a una chica con el compás de la música; la misma me transportaba a otro mundo, parecía que no había más nadie en la pista, nadie me miraba, nadie me juzgaba. Descubrí cuál iba a ser mi ritmo favorito.
El hombre resultó llamarse Raúl, iba seguido Al rincón y le gustaba mucho conocer gente nueva. Tenía 33 años e iba a una academia de por ahí cerca — sinceramente, no escuché mucho de lo que me habló, me había sumergido demasiado en la música, aunque a veces tenía que desconectar para responder unas pocas preguntas —

– ¿Cómo te llamas?
– Melody.
– ¿Cuántos años tienes?
– Dieciocho.
– ¿De dónde eres?
– De aquí.
– ¡Wow! De verdad que eres una chica de pocas palabras.

Tal vez era medio descortés pero quería seguir disfrutando, no hacer sociales de esa manera.
La canción terminó y Raúl se despidió de mí con una sonrisa.

– Gracias por bailar conmigo, Melody.
– Gracias a ti por invitarme, Raúl. – Respondí sonriendo.

La noche continuó así; bailaba con mis compañeros, mis amigas y con algún que otro desconocido que mostraba interés y curiosidad por bailar conmigo. Ya había encontrado un rinconcito en el mundo en el que podía sentirme como en casa.
Esto, recién comenzaba...

Al hombre que por tonta perdíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora