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Era él. 

Cerré los ojos y me giré hacia el frente, el corazón me latía con una rapidez inusual. Internamente estaba en una batalla con mi subconsciente, solo quería levantarme de ese banco e ir a hacerle frente, pero esa parte consiente que le ponía freno a mi impulsividad me obligaba mantenerme sentada.

Sentía una sensación extraña. Debería alegrarme de verlo, pero con todas las cosas que habían sucedido mi fe en él iba en declive. Ya no sabía en quién creer, porque cada persona a mi alrededor solo sabía mentir.

Y tú no te quedas atrás, así como ellos, también guardas secretos.

En ese momento pensaba en contarlo todo, pero no quería que Engel y Tiago se enteraran. Solo habían dos personas que sabían de él, y ninguna quería saber de mí. 

Sentía tanta rabia conmigo misma, todas mis decisiones me habían afectado negativamente, alejando a todos de mí. 

Sabía que en cualquier momento estaría frente a frente con él, pero no quería que fuese ese día. No estaba preparada para confrontarlo.

Me puse de pie y comencé a caminar sin parar. Tenía la sensación de que me miraba, pero era estúpido, con todos esos trapos encima era casi imposible de que pudiera reconocerme. Sin darme cuenta, al cabo de varios minutos me encontraba frente al restaurante del pueblo.

Me asomé por la ventana de cristal, solo habían un cliente y el chico que quería ver detrás de la barra.

Respiré profundo y miré hacia los lados antes de entrar por aquella puerta. Una vez estuve dentro y Jay se dio cuenta de mi presencia, su rostro denotó lo que sentía por mí; desprecio.

Al ver su reacción lo primera impresión que tuve fue girar sobre mis talones y regresar hacia la casa. Me sentía humillada por estar allí, sabiendo que él no quería verme. Por más que le hubiera dicho que tampoco quería saber de él, era mentira, extrañaba a Jay.

—¿Puedes decirme que haces aquí? —susurró mirándome fijamente.

Estaba vestido con una camisa sin mangas que dejaba ver los tatuajes de sus brazos.

—Yo... no te preocupes, ya me voy.

Estuve a punto de irme, pero él maldijo por la bajo, rodeó la barra y llegó hasta mí. 

—¿Qué ha pasado?

Podría sorprenderme, pero Jay sabía cuando algo malo me pasaba.

—No pasa nada.

Volví a tratar de irme, pero él me agarró la mano y me miró severamente. 

—La chica tragedia no se toma el tiempo de ir visitando por ahí sin tener una buena razón. —Para mi sorpresa, sonrió—. Venga, hablemos.

Me condujo hasta una de las mesas y se sentó frente a mí. Estar hablando con él revivía viejos recuerdos.

—Él volvió —dije, sin rodeos.

Jay borró la sonrisa y apretó los labios. No me tomó la mirada y se quedó viendo por la ventana.

—Me buscas cuando tienes problemas y cuando no me necesitas me haces a un lado. Recapacita, Ade, no voy a estar...

—No te busqué porque quiero que hagas algo. Tú y Patricia son las únicas personas que saben sobre el ministro y nuestros asuntos, acabo de verlo y no sabía con quién hablar —le dije mientras gesticulaba con las manos.

—Hmm, ya veo. ¿Y cuál es el problema?

—Han pasado muchas cosas desde que estabas en la cárcel...

El misterio que me persigue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora