1 - La noche que lo cambió todo

88 4 0
                                    

Tomé mi bolso y comencé a llenarlo con todo lo necesario para aquel día. Laptop, cargador, algunos libros de apuntes, útiles escolares, celular, auriculares y mi billetera. Qué me estaba olvidando... ah sí, mi pase universitario. 

Revolví en el cajón de mi mesa de noche y ahí estaba la tarjeta blanca plastificada con mi foto y mis datos personales. Me apresuré a meterlo en el bolsillo de mi pantalón. Eché una mirada a la cama, en donde Ronald dormía plácidamente. Que envidia le tenía por las mañanas.

El pitido de la cafetera me avisó que mi desayuno estaba listo para irse en un vaso portátil, el cual me acompañaba religiosamente todos los días de mi vida. No quería reconocerme como una adicta a la cafeína, pero muy en mi interior, sabía que lo era. 

Le puse la tapa, agarré una galleta con chips de chocolate de la encimera y me dispuse a salir de mi departamento. Eran alrededor de las seis y media de la mañana y hoy sería uno de esos días largos en los cuales terminaría preguntándome quién demonios me mandó a estudiar medicina. Tenía clases en la Universidad hasta el mediodía, luego me vería con Ron para almorzar juntos y de ahí debía partir al hospital para cubrir el turno de la tarde. Si todo marchaba bien, estaría en casa cerca de la medianoche, pero a veces surgían urgencias imprevistas y debíamos quedarnos muchas horas más. Rogaba porque hoy no fuera el día.

-¿Ya te vas?

Me di la vuelta sobresaltada. Ron me miraba desde el umbral de la puerta de la habitación con los ojos hinchados y el pelo castaño enmarañado. Llevaba unos pantalones de dormir a cuadros y una remera que decía "I love nyc" con la escritura gastada por los años. Me sonreí con simpatía.

-Si, tengo clases dentro de cuarenta minutos ¿Nos vemos para almorzar a la vuelta de tu oficina?

Ron asintió con la cabeza y luego se cubrió un bostezo con el dorso de su mano izquierda. Me acerqué y le deposité un beso en la mejilla.

-Adiós, luego nos vemos.

Me coloqué mi bolso al hombro y tomé las llaves del departamento. Le dí un sorbo al café y descendí los doce pisos en el ascensor hasta llegar al mundo exterior. La temperatura era agradable, estábamos entrando en la primavera y los días ya eran más extensos por lo que el sol se dejaba ver en el horizonte.

Paré un taxi y me dirigí a clase.

La mañana transcurrió de lo más normal, clases, recreos intermedios, café con mis compañeros, más clases y cuando quise acordar, me encontraba en la mesa de un bonito bistró frente a Ron que examinaba la carta como si no hubiésemos comido en aquel lugar una docena de veces ya.

-¿Todavía no sabes que vas a ordenar? Venimos a este restaurante casi dos veces a la semana- comenté risueña.

-Bueno, es que justamente quisiera probar algo diferente ¿No te aburre siempre pedir lo mismo?

-No, soy muy adepta a mis rutinas. Los martes y jueves me gusta comer pastas rellenas a la carbonara, y es lo que voy a pedir.

Ron se sonrió para sí y meneó la cabeza. Siempre me andaba diciendo que tenía que intentar cosas fuera de lo normal, pero yo me considero una persona muy estructurada y así es como me siento cómoda. 

-Eres un caso perdido.

Acotó entre risas y alzó la mano para llamar a la mesera. Pidió por ambos y esperó a que la chica se fuera para mirarme de forma un poco peculiar.

-¿Qué?

Pregunté.

-Oh nada... solo que me parece que hay algo debajo de tu servilleta que deberías ver.

La ForasteraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora