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🧭 ⋆ YEARS AGO, SHELLS TOWN.
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El sol de la tarde se colaba con desgana entre los edificios destartalados de Shells Town, pintando un panorama sombrío sobre el rostro de Stella, una joven de doce años con el cabello blanco como la nieve y ojos azules que brillaban como dos zafiros. Su vestido deshilachado, un recordatorio constante de su pobreza, se balanceaba con cada paso mientras recorría las calles polvorientas. El estómago le rugía con un hambre que no podía calmar, pero no era el hambre de comida, sino el hambre de libertad.
Había sido así desde que su padre, el famoso Lobo de Mar, había sido capturado por la Marina. La muerte de su madre, una bailarina que había cautivado a los marineros con sus bailes sensuales, se había convertido en una herida abierta que no cicatrizaba. Stella recordaba la noche del accidente, cómo los gritos de su madre habían resonado en su mente, cómo el miedo la había paralizado mientras la veían llevándosela a la fuerza, cómo los vecinos, en lugar de ayudarla, se habían alejado, susurrando palabras de condena sobre su familia.
"Mira, es la hija del Lobo de Mar y la ramera", susurraba una mujer, apartando a su hijo con desdén.
"No te acercas a ella, está llena de las malas artes de su padre", advertía un pescador a su nieto.
Stella recordaba con rabia cómo nadie se había atrevido a defenderla, todos la habían dejado sola, expuesta al desprecio del pueblo. Su madre, una mujer que brillaba en el escenario, se había convertido en un recuerdo opaco y doloroso, una sombra que la perseguía.
Stella conocía la canción de la condena, la melodía del desprecio.
La habían convertido en una paria, una niña a la que nadie quería cerca.
Con el estómago retorciéndose de hambre, Stella se atrevió a entrar en la panadería de la señora Amelia, una mujer corpulenta y de mirada penetrante con cabellos encrespados. Stella sabía que no debía hacerlo, que no tenía dinero para comprar un solo pan, pero el hambre era un tirano despiadado.
Se deslizó hacia atrás, buscando un pan pequeño, pero una sombra se posó sobre ella. Era la señora Amelia, sus ojos oscuros la miraban con dureza haciéndola tragar con fuerza.
