La tristeza contagia

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La tristeza contagia

Grito tu nombre desde la lejanía, desearía que me escuches. Me desgarro la garganta intentando que percibas mi voz, pero no lo haces, tu mente parece estar sumergida en tus propios pensamientos, en tus propios problemas.

Tu falsa tranquilidad me incómoda, así que intento llegar a vos a toda costa. Me tropiezo, me caigo, sangro, me levanto. Reprimo las lágrimas para seguir mi camino hacia vos.

El viento me lleva, pero no en la dirección correcta, estoy lejos de vos. Como si fuera el día más caluroso del año, el viento cesa, arrojandome al césped. Me arrastro con todas mis fuerzas, porque cada vez estás más lejos.

Mis rodillas están completamente raspadas, el sudor está presente en mi cara, mis brazos sangran. Pero todo vale la pena si al menos puedo verte.

Siento un frío helado, la nieve no tarda en caer. Creo que voy a sobrevivir, pero la nieve es tanta que ni siquiera veo por donde camino, cierro los ojos, tratando de proteger mi visión. Y entonces estoy en una laguna, me congelo, pero mi amor por vos se mantiene.

Salgo lo más rápido posible y corro, mis piernas flojean, pero no me rindo, nunca me rendiría respecto a vos. Te das la vuelta, caigo de rodillas en frente tuyo.

Me miras, estoy a punto de hablar, pero te me adelantas –No me sigas otra vez, por favor—. Y te vas.

Y yo me quedo acá, de rodillas, ensangrentada, temblando del frío, sudando del cansancio, llorando por tu falta de empática. ¿Hice todo esto por nada?

Abriendo mi puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora