Cuatro

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Sus dientes perlados me sonreían, y unos centímetros más arriba, unos preciosos ojos color café brillaban, clavando su mirada en mí concretamente, arrugándose en una fina línea cuando copié su gesto, embelesado por el ángel que tenía frente a mí. Masajeó mi pelo con delicadeza, tragándose mis ojos, bañándose en ellos como un buceador en el océano y yo le dejé, sediento de su esencia, de su rostro y dándole las gracias a lo que sea que hubiera allí arriba por dejarme disfrutar de ese precioso ser, ese que ahora mismo juntaba su frente contra la mía.

- Aún no me creo esto... -dije mirando sus labios.

- A veces, hasta los más imposibles sueños se hacen realidad.

Y mi ángel, mi única oración, estrelló sus labios con los míos de un solo tirón y con una sonrisa aún pegada a su boca. Y sentí vivir. Volví a respirar mientras acunaba su rostro entre mis manos, sediento de sus alas. Sonreí contra él con el corazón palpitando en un puño. Un latido desenfrenado. Uno que cuando nuestro labios se enredaron más profundos, haciendo bailar nuestras lenguas en la boca del contrario, quise regalárselo a ciegas. Sin importar que lo pisoteara cuando esos labios se separasen de los míos.

Pero no podía, ni quería hacerlo. No cuando mi ángel acariciaba mi cabello con ternura, con más amor del que he sentido en toda mi absurda y pequeña vida, no cuando...


- MIRA POR DÓNDE VAS IMBÉCIL - gritó un conductor presionando la bocina sin parar.

- ¿Acaso quieres que me baje del coche payaso? 

Me incorporé sobresaltado, pensando en ese par de inútiles que habían hecho que mi paz desapareciese, despertándome de mi sueño y deseando que algún rayo les partiera en algún momento, a ellos y a sus estúpidos Mercedes Clase A.

Miré a mi alrededor, confuso por un momento y pensé en el viaje que había hecho esa noche mientras dormía. Porque sí, rozar los labios de mi ángel fue el viaje más emocionante que podía haber hecho, uno del cual no quería billete de vuelta y que me dejó en una estación abandonada, sin más recuerdos que el del hormigueo de sus labios. Joder, parecía tan real, parecía tan humano.

Parecía tan posible.

Tanto, que resoplé hundiéndome en mis cartones, fijando la vista en cualquier cosa a mi alrededor que pudiera devolverme a la mierda del mundo real en la que estaba envuelto, estrellando mis ojos con cualquier poste de luz que me dijera buenos días, frenando los saltos que aún daba mi estúpido corazón.

A mis pies, unos que llevaban unas deportivas que podrían irse solitas a la basura en cualquier momento encontré una fiambrera de metal con una notita en el reverso.


*Eres muy valiente, te dije que lo haría, que pases un día muy feliz*


Abrí el envase y encontré varios compartimentos con montones de comida que pensaba que no volvería a ver en mi vida. Caí enseguida, la ancianita de ayer era la culpable de que ahora mi estómago rugiera emocionado, deseando llenarse hasta arriba de cualquiera de los alimentos que ya yacían sobre mi costado.

Sí lo sé, la pregunta del millón ¿Y si estuviera envenenado? ¿Y si alguien me quería hacer algo malo?

Y la respuesta es sencilla, una que balbuceé mientras me metía el primer bocado de fideos fríos en la boca.

- Si me muero, que sea comiendo.

Y vaya si seguí pensando lo mismo a cada bocado. Cada sabor en mi boca era un recuerdo que galopaba en mi cabeza, uno borroso, incoloro, uno que quizá no quería recordar pero no paraba de venir a mi mente como un huracán. Yo siendo un niño, después de correr por los enormes jardines de mi casa con mi conjunto de la mejor marca de moda infantil, sentándome a la gran mesa de mármol y comiendo como un animal (en eso no había cambiado nada) para pasarme la tarde entre notas y acordes.

Invisible  *YOONMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora