1

66 1 9
                                    


No puedo seguir en la cama. En estos días empieza a cambiar la estación y las madrugadas son más frías. Normalmente el frío no es nada para mí; pero este año el cambio llega mientras él está fuera.

Como era de esperarse, he intentado encontrar una compañía adecuada durante su ausencia; pero nadie consigue llenar el espacio que él deja en mi cama – nuestra cama – cada vez que sale en uno de sus viajes. Hace unas décadas, habría sido yo quien estuviera al otro lado de las montañas; sin embargo, en los últimos años mi presencia aquí se ha hecho casi indispensable para mantener el trabajo fluyendo. Está bien: yo nací con el genio y la fuerza del creador; él nació con la habilidad y la energía de un protector. Somos dos mitades de uno.

Pero entender sus obligaciones como líder de los guerreros no cambia la realidad de que mi cama está demasiado fría en esta madrugada.

Falta bastante para que el día comience y solo me cruzo con una patrulla mientras me dirijo a la forja. Es lo único que puedo hacer para no pensar. Trabajar.

El mismo día que él se fue inicié el diseño de un nuevo guantelete para su brazo izquierdo. Ahora está casi terminado y quiero tenerlo listo para su aniversario. Le gustará. Como le gusta todo lo que le hace más eficaz en sus tareas. Como le gusta todo lo que hago para él. Desde siempre.

El diseño es un poco más complejo que los anteriores que he hecho para él. El mecanismo permitirá que con solo flexionar los dedos se despliegue un abanico de acero que actúe como escudo; otra flexión de los dedos... y el abanico se cierra para convertirse en una cuchilla. Hasta ahora he hecho ballestas, garras, puñales, garfios... una amplia variedad de objetos con que suplir la habilidad de su mano izquierda.

Hubo un tiempo en que lo único que diseñaba para cubrir su piel eran joyas.

Éramos tan jóvenes entonces. Ingenuos no. Quienes nacimos bajo el Velo no hemos sido nunca ingenuos o inocentes; pero éramos jóvenes. Todavía recuerdo que éramos 'Puros' la primera vez que nos unimos.

Mis joyas eran el único metal que había tocado su cuerpo cuando vino a mí en la forja. No fue esta forja, por supuesto: aquella – como la fortaleza en que ambos nacimos cientos de años atrás – fue destruida cuando el Cerco cayó y tuvimos que retirarnos.

Recuerdo esa noche como si hubiese sucedido ayer. La Fiesta de las Flores había reunido a toda nuestra gente en la plaza; pero yo estaba trabajando. Hacía solo unos días que había nacido mi primogénito y no me apetecía tener otro hijo tan pronto. Lo sentí incluso antes de que atravesara la puerta.

Él apenas había salido de la adolescencia y cuando me volteé a mirarlo, supe que había atravesado el pueblo solo cubriendo su cuerpo con el manto de su cabello suelto. También supe que nadie lo había mirado: no se hubieran atrevido; ya todos sabían que me pertenecía aunque aún no lo hubiese reclamado. Nuestras madres lo sabían, llegando a rechazar la mano de la princesa medio espíritu para él. Padre lo sabía desde que él era un niño y yo un adolescente tropezándome con mis propios pies.

Cada vez que miro la forja, recuerdo su cuerpo blanco, inmaculado, extendido ante mí como una ofrenda, los muslos abiertos, el cabello derramado cual un manto... y sus ojos azules inundados de estrellas fijos en mí. Saboreé cada centímetro de su piel. Mordí y marqué. Lamí y bebí de él. ¿Cuántas veces después de esa noche ha cabalgado en mis caderas, arqueándose hacia atrás, gritando mi nombre cuando el éxtasis rompe su cuerpo? ¿Cuántas veces después de esa noche me he retorcido bajo su peso, suplicando más de él en mi interior?

Me doy cuenta de que la fragua está casi extinta y que llevo más de una hora perdido en las memorias de nuestra primera vez. Es ridículo cuánto le echo de menos. No somos precisamente la más armoniosa de las parejas y, si bien hemos conseguido equilibrar nuestros puntos de vista al dirigir a nuestra gente, hubo un momento en que estuvimos uno a la garganta del otro.

Fue después de la muerte de padre. Con nuestras madres retirándose al Templo para compartir la viudez como compartieran el matrimonio, mis hermanos y yo quedamos al frente de los Noldor. Yo quería venganza, ansiaba cargar contra la Fortaleza de Hierro y hundir mi espada en el corazón del Dios Oscuro. Él, como siempre, fue más ecuánime. No lo escuché. Cruzamos palabras que aun hoy pesan entre nosotros. La consecuencia de mi temeridad fue que durante casi tres décadas permanecí entre este mundo y el de los muertos, mi cuerpo casi destrozado por los demonios de fuego y sombra. Él guió a nuestra gente y me trajo de vuelta. Fue él quien sugirió que arreglara mi cuerpo con el metal que tan bien conocía. Pero durante cuatrocientos años permanecimos distantes. Hasta que sus hijos trajeron su cuerpo destrozado después de que se enfrentara en duelo al Dios Oscuro en persona.

No quiero saber a qué grado de desesperación había llegado para desafiar a nuestro enemigo en una pelea que no podía ganar. Desde ese día, él también dejó de ser 'Puro'.

Con un suspiro, apago la forja y regreso a mis aposentos. Hoy no terminaré el guantelete. Quiero tenerlo aquí, comprobar que está vivo, que está conmigo; sentir bajo mis manos el latido de su corazón y enredar los dedos en su pelo. Hace demasiado frío esta mañana.

Dreams of Iron and GoldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora