II: La Caída

26 4 11
                                    

Todos estuvieron muy felices cuando nací. Me estuvieron esperando durante mucho tiempo, hasta que al fin, abrí los ojos a este mundo.

La princesa  de Phisalya; la gran y hermosa Phisalya. Era una ciudad bajo el agua, habitada por criaturas marinas de todo tipo. Una verdadera maravilla de las profundidades, protegida por su deidad: El señor Dragón del Océano. Aed Alus.

Majestuoso e impresionante a la vista, siempre permanecía en custodia de su ciudad. El cuerpo de Aed Alus era hermoso; era lo que muchos humanos conocen como una enorme serpiente marina.

Compuesto por placas extremadamente duras y a la vez, flexibles. De un azul cristalino que reflejaba los destellos de las profundidades; y, cuando subía a la superficie, era casi invisible. Este, según las leyendas de mi pueblo, nunca había sido sometido por el imperio Al-Miraj.

En mi ciudad, todos se sentían seguros. Vivían felices, a pesar de los constantes ataques del imperio. Pero realmente nunca fuimos derrotados así que; un día, enviaron una delegación diplomática. Venían en paz; eso fue los que dijeron al entrar en la ciudad.

Fueron recibidos por mi padre, el rey Brigenir. Pero toda paz se desvaneció cuando hicieron su propuesta y mi padre se negó. Aquellos diplomáticos estaban dispuestos a todo para que mi ciudad cayera. Llevaban algo dentro de ellos; y ante la negativa de mi padre, se sacrificaron. Terminaron sus vidas, y se llevaron a mi padre con ellos. Explotaron, y en la explosión también destruyeron toda nuestra defensa.


Entonces nos sentimos perdidos, Aed Alus estaba enlazado con la vida de aquel que se hacía llamar rey. Comenzaron a atacar por todos lados. Destruían todo, mataban a todos los que se les oponían.  El imperio Al Miraj no deseaba dejar rastro alguno de aquella ciudad que se le había opuesto durante tanto tiempo.

Mi madre y yo tuvimos tiempo de escapar de la sala del trono antes de lo sucedido. A toda prisa fuimos a mis aposentos solo para recoger estos pendientes que ahora uso constantemente. Después fuimos a los de ella.

Allí se preparó para una fuga a toda prisa. Se puso su armadura, se armó con su espada y  escudo. A pesar de ser una huida, mi madre parecía toda una diosa de la guerra.

Pudimos salir del palacio sin muchos obstáculos, varios soldados del imperio fueron despachados por mi madre rápidamente. Era muy rápida y precisa.  Al llegar afuera, fuimos testigos de la enorme ira a la que era sometida nuestra ciudad.

Los monumentos habían sido destruidos, muchos de sus habitantes habían muerto defendiendo a su familia. Las casas, los edificios; todo se caía a pedazos entre explosiones.

Nuestras aguas; antes cristalinas, se habían tornado rojas y negras.
Debíamos alejarnos a toda prisa.

Quedaban pocos de nosotros que también estaban en desbandada.
Mi madre me sostenía de la mano, aprovechaba cada espacio oculto para movernos sin ser vistas. Pero cuando más alejadas estuvimos, se percató que habíamos sido descubiertas. Ya no había forma de huir.

Mi madre se dispuso a la batalla pero antes me puso los pendientes que recogimos en mi habitación.

—Después entenderás— dijo

Entonces me ordenó que fuera hasta el arrecife donde siempre jugamos a las escondidas. Lo conocía muy bien, un magnifico lugar donde ocultarnos. Ella cubría mi retirada.

Luego de haber nadado lo suficientemente lejos, voltee para ver si me seguía. Pero no, se había quedado y estaba rodeada de enemigos. Otro grupo se acercaba hasta donde yo estaba, con claras órdenes de asesinarme.

Mi madre era una verdadera guerrera, había despachado a todos, y en un abrir y cerrar de ojos, alcanzó a aquellos que venían tras de mí. Desplazando una gran cantidad de agua, los había aturdido. Así pudo dar fin a todos ellos sin muchas dificultades.

Otro grupo más se acercaba, pero estaban aún lejos. Así que pudimos escapar; o al menos eso pensaba.
Al llegar al arrecife, el espectáculo fue desolador. Allí también estaba el imperio, allí también estaba gran parte de su ejército.

Entonces mi madre hizo algo que nadie esperaba, entonces comprendí la importancia de los pendientes.  Luchó como nunca antes la había visto, entabló un combate atroz contra un enemigo monstruosamente superior en números. Ella sola contra todo un ejército. 

Yo solo podía limitarme a observar y desear que saliera victoriosa.
En un momento estaba en un lugar; perforaba cuerpos, cortaba extremidades, evitaba golpes y explosiones. En otro momento se encontraba en el extremo opuesto; dividia cuerpos, cercenaba cabezas, y al terminar se dirigía hasta otros extremos con igual resultado para sus oponentes.

Solo entonces el rey Bihamut; el rey del imperio Al Miraj se mostró ante ella.

—Su rey se ha negado a nuestro tratado— dijo mientras agitaba su lanza— ahora no tienen nada ni nadie que pueda protegerlos.

—En eso te equivocas— respondió madre— Mientras mi hija siga viva, siempre existirá una esperanza. Phisalya podrá levantarse de nuevo.

—Entonces este será el fin de ambas— respondió Bihamut y arremetió contra madre.

«Huye hija»

Sentí una voz en mi cabeza. La voz de mi madre angustiada  que imploraba por mi vida.
En contra de mi voluntad, me alejé lo más que pude…

Respiró profundo; entonces se dirigió directamente a sus hijos que la escuchaban atentamente.

Casi a la orilla de la playa, alrededor de una fogata se hallaban todos escuchando aquella historia.

— ¿Saben cuál es una de las ventajas de vivir bajo el agua hijos míos?— preguntó Karen a sus hijos

August la abrazaba, la brisa marina sopló en ese instante y pudieron ver el leve destello de varias gotas cayendo de sus ojos.

Relatos del Hadalid: Océano LegendarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora