Uno de los varios grupos de exploradores llegaron al castillo del reino de Al Miraj. Antes de llegar; habían sostenido una discusión sobre quien daría el reporte al rey, pues ninguno de ellos deseaba exponerse a su mal humor habitual. Desde la pérdida de la princesa de Phisalya, siempre estallaba en cólera cada vez que le daban ese reporte.
Al final, el más joven de ellos fue el desafortunado que debería enfrentarse a dicha situación. Ante las puertas del gran salón del trono, aun dudaba si entrar o no. Los demás estaban detrás de él; pues como es costumbre, debían entrar todos.
Tomó un largo y profundo respiro antes de que le anunciasen y las puertas de la sala del trono se abrieron de par en par. Entraron todos y se arrodillaron ante el rey; en el centro mismo del gran salón. El explorador, entonces habló:
-Aún no se ha encontrado a la princesa, mi señor.
La ira del rey no se hizo esperar, dando un potente golpe en el apoyabrazos del trono; estalló en furia ante la mirada aterrada de los presentes.
- ¿Cómo, por todos los infiernos, no se puede encontrar a una niña que nunca ha salido del océano?- vociferó enfurecido el rey del imperio Al-Miraj.
En el gran salón todos guardaron silencio. Concejales y generales de guerra conocían muy bien cómo podía terminar todo, cuando el rey se enfurecía, y ya la búsqueda duraba años.
Luego del ataque a Phisalya, toda la ciudad, todos los rincones de ese reino habían quedado totalmente sellados junto con todas sus riquezas. Pero no era ese el único motivo de su ira.
-Lárguense de mi maldita vista, regresen a la búsqueda. No se detengan, no dejen de buscar jamás. No mientras yo esté vivo. - ordenó con voz potente y sin dejar espacio a ningún reclamo por los demás presentes.
Los soldados asintieron haciendo un gesto con la cabeza y se retiraron del lugar a toda prisa. La sala del trono a pesar de estar toda sumergida bajo las aguas, poseía una gran riqueza en todo su interior. Pues había sido el segundo lugar más poderoso de todo el Océano, superado solo por el reino que habían vencido años atrás.
Dos filas de ocho columnas muy blancas que terminaban en forma de arco al llegar al techo. Cada una, tenía hermosos tallados de oro en cada una de sus esquinas, y sus lámparas llevaban piedras de luz azul. Estas también se encontraban en el techo de la habitación, pero a diferencia de las que estaban en las columnas; sus piedras, emitían una luz blanca muy brillante que llenaba toda la estancia.
Todo ese contraste de colores resaltaba las baldosas del suelo. Blancas como la nieve, pulidas como grandes espejos, capaces de reflejar a todos los presentes aunque no en su totalidad ni tan nítidamente. El gran castillo del reino; realmente una construcción imponente y recordatorio a los demás reinos marinos de quien es el más poderoso.
Ya una vez calmado, el rey se dirigió a los demás presentes. Como todos los reyes, debía escuchar los asuntos pertinentes de los ciudadanos, y algún que otro problema de estado, del cual no era necesario mantener el secreto.
- ¿Algún otro tema que deseen tratar?- preguntó de nuevo el rey.
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Relatos del Hadalid: Océano Legendario
Fantasíacontinuación de Relatos del Hadalid: Bosque Olvidado.