Sempiterno.

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Juliana había llorado las últimas tres noches.

Sus lamentos podían escucharse a través de la puerta de su habitación, también una que otra queja.

Anna se encargaba de llevarle el desayuno, la comida y por ende la cena. La pelinegra se rehusaba a comer en el comedor con Valentina, no después de todo lo que le había soltado.

Aún no se lo creía, le atemorizaba estar con personas que parecían servir fielmente al mismo demonio, era espantoso.

Se encargaba de hacer una oración al despertar y antes de dormir, pedía por su vida, pedía perdón por si había hecho algo mal o por si su fe había caído. También pidió perdón por las almas de la aparente mansión dónde ahora estaba.

Incluso antes de comer hacia la oración por los mismos alimentos, pidiendo que estos no estuvieran contaminados y que no fuesen mortales para su vida.

Juliana se negaba a salir de la habitación, se mantenía encerrada todo el día.

Anna intentaba hablar un poco con ella, pero la menor le daba respuestas tajantes que la mujer solo podía guardar silencio.

Ahora ni siquiera le dirigía mirada alguna.

Valentina tampoco se había aparecido por ahí, había ido a su habitación dos veces y Juliana le rechazó las dos veces, negándose a siquiera verle en pintura.

Los pensamientos de la morena estaban estancados. Ciertamente era tratada bien, no le hacía falta ni ropa ni comida, contaba con una buena cama para ella solita y no se le obligaba a hacer nada, ni siquiera le castigaban o le pegaban como tanto temía.

Claro estaba que Juliana había sido criada así, había vivido en una familia cristiana y por más buena que fuera tenían pensamientos que rechazaban cualquier contacto mundano o que no fuera devoto a Dios.

Su padre le decía que las almas que caían en la tentación sufrirían eternamente, sin alcanzar la paz o el descanso eterno.

A la pequeña Juliana le contaban demasiadas cosas.

Cómo que las almas que iban al infierno eran azotadas y tiradas a ríos y lagos de fuego, que tenían una condena que cumplir y que ahí, morían lentamente por segunda vez.

Las personas que iban ahí eran malas, que habían caído en la drogadicción, que habían prostituido sus cuerpos, que habían cometido adulterio o que habían mentido.

Ahí iban los no creyentes.

Y para una pequeña a la que le enseñaron tales cosas era horroso. Teniendo que refugiarse en los brazos de su madre, orando hasta caer dormida.

No era culpa de Juliana.

Y a Valentina le costaría llegar hasta la morena, calar dentro de ella y hacerle ver que todo estaría bien, que en realidad todo era parte de un plan mayor.

Que desde pequeña había anhelado sus caricias, que había soñado con ella y preguntado hasta cuándo le podría conocer.

Y que ahora que la conocía se quería enterrar en ella, en sus delgados brazos e inhalar el perfume de su cuello.

Juliana escuchó la puerta de la habitación ser abierta, no volteó a ver pues sabía que era Anna llevándole la comida de la tarde.

Los rayos cálidos del sol entraban por el gran ventanal, el cielo anaranjado se podía ver siendo cubierto por las nubes rosadas.

A menudo pasaban algunos pajarillos cerca de la ventana, el pitar de los automóviles apenas y era percibido tras el ventanal.

La ciudad de movía con rapidez, aunque Juliana se preguntaba si en realidad era la ciudad o las personas que se movían.

Born For Evil |JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora