Capítulo 2

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Ella es.

Cuando la conocí...

Estaba enojado, trataba mal a todo el que se atravesaba en mi camino, totalmente estresado; hasta que la vi. Era una mujer con cabello negro, ojos verde aceituna, cuerpo esbelto y una sonrisa muy especial. Quedé sorprendido, y aún no olvido aquella mirada, cuando nuestros ojos entrelazados hacían una sublime conexión. Me puse un poco nervioso porque se acercaba más a mí, cuando escuché su voz...

— Buen día, señor San Román. Mi nombre es, María. Vengo por el puesto de secretaria, me encontré este volante hace unos días y... —Ella hablaba, pero mis ojos estaban perdidos en su delicado rostro. —Entonces, ¿qué dice? Puedo hacer una prueba para que vea que aprendo muy rápido.

— Ah, sí. —No podía parar de observarla, Dios—.

— ¿Eso quiere decir que si me quedo con el puesto? —Preguntaba ansiosa—.

— Sí, María, tienes el puesto. Le diré a Leonel que te enseñe lo básico y tu iras aprendiendo con los días. —Hablaba un poco lento y bajo—.

— Gracias señor. —Me regaló una pequeña sonrisa—.

— No me trates de usted. Puedes llamarme Esteban. —Le estiré la mano—.

— No. No acostumbro a titubear a mis jefes. —Dijo seria. —Disculpe, pero, ¿cuándo empiezo?

... — Atiné a decirle que podía comenzar ese mismo día. Qué increíble carácter el de ella. Era diferente, sí, sin duda lo era.

— Bueno, con permiso. —Daba la vuelta para explorar el lugar—.

— No, espera. —La detuve y alcancé a tocar su mano—.

No puedo explicar con palabras lo que sentí. Al tocar su mano y sentirla contra la mía, sentí paz, me sentí feliz. Una extraña sensación recorría mi cuerpo. Su mirada era confusa, tal vez había sentido lo mismo que yo, llegué a pensar.

Ella se alejó, y yo... Yo quedé allí, inmóvil, por un momento el estar cerca de ella me hizo olvidar mis problemas, mi enojo y todo lo demás.

— María, María... —Solo en eso pensaba—.

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Las semanas empezaban a pasar y no encontraba cómo acercarme, porque ella solo permitía una relación profesional; solo se concentraba en su trabajo. Hasta que un día, la escuché en mi oficina, llorando.

— María. —La escuché sollozar frente a mi escritorio y me acerqué.— ¿Por qué lloras? —Me senté a su lado y le tomé la mano—. Vaya, la misma sensación otra vez.

— Esteban. —Se limpiaba las lágrimas.— Disculpe, señor San Román... —Se veía angustiada—.

— No te preocupes, te he dicho muchas veces que me llames de tú. Además tampoco llevamos mucha diferencia de edad. —Bromeaba un poco, porque el ambiente se tornaba tenso—.

— Esteban... —Me abrazó y rompió en llanto. Yo la estreché contra mi pecho. Quería consolarla y decirle muchas cosas. Le di un beso en la cabeza y agarré su mentón para secar las lágrimas que bajaban por sus mejillas. Nuevamente, nuestros ojos se hacían cómplices—.

— ¿Por qué lloras?

— Me siento mal, me siento enojada, me siento frustrada.

— No me gusta verte así. —Tocaba suavemente su mejilla.— ¿Qué te parece si vamos a tomarnos un café y platicamos?

— ¿Y el trabajo?

— No falta mucho para la hora de comer. ¿Vamos?

— Vamos.
Salimos de la oficina, tomados de la mano, algo un poco extraño porque no lo planeamos, solo sucedió.

Ya en la cafetería platicamos. Me contó todo lo que sucedía y el por qué lloraba. Se sentía sola, sus padres habían muerto y muchas veces eso venía a su mente, pues su única manera de desahogarse era llorar. Y eso, está permitido para todos los seres vivos.

Luego de risas y una conversación bastante profunda, la convencí de que me aceptara una invitación a cenar cuando saliéramos del trabajo. Sin duda, en ese momento, hizo que me enamorara más, mucho más, de ella.

Ahora que lo recuerdo, veinte años después, sé por qué la amo. Esa mujer ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida.

Mi eterno amor, se llama María.






Hola, chic@s. Esperamos que les esté gustando esta nueva historia. Gracias por leernos ♡.
_Mariaaar

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