Las Historias No Siempre Las Cuentan los Buenos

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Caso Quinto: La Biblioteca del Silencio
Nombre: Esther Ballester
Edad: 57 años
Tamaño: 1,76m
Peso: 59kg

Mis incontables canas son la cuantía de los años que he invertido en mi profesión. Amo ser bibliotecaria porque puedo disfrutar de los mundos de la literatura, el arte y el conocimiento en la santa calma. Son inescrutables los títulos que acompañan mi largo catálogo de lecturas: desde grandes volúmenes enciclopédicos hasta ilustres obras literarias ¡Nada se escapa de mi aguda visión!
Sin embargo, como toda planta, crece fértil hasta que una plaga la consume. Esos niños...invaden la biblioteca, son ruidosos, indisciplinados, indolentes, inescrupulosos. Hace un mes me enviaron a una clínica a tratar los problemas nerviosos que sembraron en mi. Arrancaban las páginas de los libros para fumar estupefacientes, los tiraban al suelo, fornicaban, todo dentro de mi sagrado laberinto de tesoros de papel. Fue tal la profanación que cometían contra mi templo de conocimientos amontonados que mi mente me indujo en un trance de shock para frenar el trauma. Pero ya estoy perfecta, lista para aplacar la maldad de la plaga con la severidad requerida.
Los puedo escuchar ¡Hablan más alto que mis pensamientos!¡ Las voces de mi cabeza me gritan que los mate! Sus risas, sus gemidos. Están lejos y aún así los escucho. Camino hacia su localización. Tomo lo que de algún modo guardaba para asesinarlos. He de ser creativa, me sobra con un lapicero y una grapadora. Están en la estantería en el pasillo contiguo. Soy silenciosa, puedo escucharlos al otro lado alimentándose de lo corrupto. El peso de la estantería es alto ¿ Me pregunto que pasaría si les cayese encima? Empujo la pesada estantería sobre sus cuerpos. La pareja que se entregaba a la lujuria fue aplastada. El contundente peso bastó para que sus cuerpos quedaran verdaderamente unidos. Sus entrañas reventaron y sus vértebras colapsaron ante la dura presión.
Los cuatro adictos restantes intentaron huir, pero no dejaría que fueran absolvidos por la fuga, no podían ser prófugos de mi voluntad. Tome a uno por la espalda y clavé el lapicero entre sus costillas. Hundo bien el artefacto en su delgada carne y lo destapo, drenando la sangre de su cuerpo. Los otros tres hullen despavoridos, pero su estado de extravío mental y la compleja disposición laberíntica de esta biblioteca constituye su ruina. Encuentro a uno, pobre imbécil, desvaría debajo de una mesa ahogado en el terror. Lo tomo por el cabello y sus ojos ruedan dentro de sus cuencas. ¿Qué será lo que observa? Debe verme como un demonio o una bestia contemporánea surgida en el internet. No me importa ¡Cáyense! Asquerosas voces que gritan mientras pienso. Se lo que debo hacer no deben ordenarme. Bien, te voy a hacer recibir el verdadero peso de la sabiduría. Tomo una pesada enciclopedia y la descargo una y otra vez sobre su cabeza. Empezó a desfigurarse, su rostro se llena de grietas de sangre y la piel se destruye. Ha muerto ya. Aún me quedan dos. Los puedo sentir haciendo insoportables ruidos con su respiración. Uno está desmayado en el suelo, quizá por la fatiga. No vale mucho la pena así que le pisoteo el cuello, aplastando su tráquea y asesinándolo. El otro está en frente, es el más lúcido, me suplica. Tomo la grapadora, indignada, y le descargo las grapas en el ojo. El humor vítreo del ojo se desparrama roto. El chico grita muy fuerte. Esto es divertido, lo admito. Luego descargo las restantes en su cuello, busco el punto exacto que me permita abrirle la carótida. Ahora todo está en silencio. Ese silencio es el que debo mantener.

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⏰ Última actualización: Jan 29, 2022 ⏰

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