Caso Cuarto: Domadora de Perros
Nombre: Regina Garcell
Edad: 22 años
Tamaño: 1,65m
Peso: 51kg
Me encantan los perros. Siempre me han gustado más que los humanos y es que su irracionalidad es sabia. Es fácil saber en lo que un can está pensando con sólo mirar sus ojos brillantes y acuosos. No son hipócritas, ni son ambiciosos, ni desleales, más bien su mundo de ingenuidad natural los convierte en seres tiernos y a la vez fascinantes. Es por eso que los amo. Mis padres, empresarios prestigiosos ambos, siempre están de viaje, es por ello que desde pequeña tuve a estos animales como compañía. Tengo dos actualmente: un hermoso pastor alemán llamado Rufus y un pitbull llamado Theon. Siempre los consiento. Los que más aman es la carne humana, y yo no tengo problemas en dársela. La primera vez me pareció algo incómoda: los gritos de aquel indigente se elevaban al cielo cuando mis bestias quebraban sus huesos y le descuartizaban lentamente el cuerpo.
Ahora mismo estoy en una cacería. Dos parejas de mi universidad han venido aquí, a mi apartado bosque, a acampar. No tengo problemas con que lo hagan aquí pero...mis niños están muy hambrientos y hace mucho que no les doy un gustito. También vengo a cazar yo. Llevo una escopeta calibre doce, de corredera, una edición militar. Su dispersión es increible.
Ya los diviso. Rufus y Theon están inquietos pero no pueden arruinar el factor sorpresa; ninguno puede escapar con vida. Pego la culata del arma en mi hombro y apunto. No me han notado entre la maleza. Están conversando. Por supuesto, no puedo gastar una oportunidad así en las inútiles de Marissa y Clara, sería perder una munición en un par de presumidas. La decisión más sabia está en la cabeza de John: estudiante de traslado, atleta fornido, bueno en las peleas. Si no le disparase a el podría salir corriendo o tratar de enfrentarme cuerpo a cuerpo. Una vez tomada mi decisión mi sangre se enfría como noche de nevada. Mis ojos se adaptan a la mira. Ajusto un disparo milimétrico y aprieto el gatillo. Los perdigones del cartucho salen disparados, entrando por la nuca del joven y moliéndole los sesos en el acto, los cuales bañan a las chicas.
Mis canes salen a cazar a sus presas. Y mientras Rufus carcome desquiciado la espalda de John mientras Theon olfatea las huellas aglomeradas de nuestras indefensas presas. ¡Amo esa sensación de depredación! Los humanos indefensos, los sientes sudar, sofocarse, ahogarse, se vuelven torpes y sólo hacen aumentar su debilidad. El miedo se les mezcla en la sangre conformando una espesa disolución evidente al olfato de un depredador entrenado. Seguimos a Marissa. Estácorriendo ya din fuerzas. Y así esa inútil de pechos perfectos me hacía bullying, ¡No sabe lo feliz que me encuentro! Me mira. Amo su rostro consumido por la fatiga y su expresión de ¿Eras tú todo el tiempo? Nada más placentero. Sólo tengo que mirar a Rufus para que se lance sobre ella, derribándola y mordiendo sus perfectos pechos, mientras Theon, quien no ha podido saciar su sed se posiciona sobre su cabeza introduciéndola parcialmente en su boca y, con su enorme mandíbula la aplasta de una mordida. El cráneo cruje y se hace pedazos, mientras mi pequeño mastica lo que quedó dentro de su boca e hilillos de saliva y sangre se le desprenden de la boca. La fiesta continúa. Corrí con mis amigos, pisando las hojas secas con tanta cautela que mis pasos eran inaudibles. Conocía el bosque como la palma de mi mano, estaban muertos desde que entraron a él. Allí está Pedro, corre rápido, he de admitirlo, pero no lo suficiente. Mis hijos lo alcanzan y lo hacen caer. Lo pongo de rodillas para darle un acomodado disparo que genere un agujero por donde quepa mi cabeza, pero recibo una pedrada que me aturde. Pedro intenta arrebatarme el arma, pero mis leales mascotas le caen encima destrozándolo cual expertos carnicero. Me volteo y la no muy inteligente clara se abalanza contra mi con una pica improvisada en mano para intentar empalarme, pero las distancias no juegan en su favor, pues me da tiempo a descargar mi cartucho en su abdomen, dividiendo su cuerpo a la mitad, sus tripas despedazadas caen al suelo esparciéndose sobre el manto de hojas secas. Mis chicos van y las devoran mientras acaricio sus cabezas ¡Cómo no he de consentirlos! Buen provecho.
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Las Historias No Siempre Las Cuentan Los Buenos
Horor¿Nunca se han preguntado como ven los asesinos un crimen? ¿ Nunca han visto una película, o leído un libro sobre asesinos seriales y se han sentido incompletos al no experimentar los completamente inexplorados sentimientos del monstruo? Si estas in...