Prólogo

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-- Yuna, cariño, necesito decirte algo.

La señora Shin tenía las manos juntas con una expresión de desasosiego pintada en su rostro. El sentimiento se transmitió a la más pequeña de los Shin, quien bajaba las escaleras sosteniéndose por el barandal con el pecho apretado.

-- ¿Qué pasa, mamá? --preguntó Yuna, una vez estando frente a su progenitora.

-- Mira, cariño, sé que la semana que viene entrarás a un nuevo año escolar. Lamento decirte que el carro se averió, y el mecánico me advierte que no tiene arreglo. Tendrás que tomar el bus hasta que ahorre lo suficiente para comprar otro vehículo.

El ceño de Yuna se desarrugó. Soltó un suspiro profundo en su mente, aliviándose de que nada horrible había pasado. El transporte era lo de menos: eso le daba más ventaja ahora. Podía dormir durante unos minutos más sin tener que levantarse tempranísimo para que su madre no llegase tarde al trabajo.

« Al menos ya no abriré la escuela » pensó sarcásticamente la pelinegra.

-- ¡No te preocupes, mami! No importa. Tómate tu tiempo, ya era hora de usar la tarjeta del bus, debe estar pudriéndose en algún rincón de la casa.

Su madre dibujó una sonrisa en su rostro gracias a la reacción de su pequeña, y negó la cabeza con gracia tras el comentario. -- Me alegra eso. Aunque no me gusta que de un día a otro tengas que usar el bus, no quiero que te moleste.

Yuna sonrió e hizo un ademán despreocupado. -- ¿Qué va, qué me va a molestar?

Eran las 11.30 PM y aún tenía eso en la cabeza. Que no, no le molestaba para nada. Su mamá trata de darle todo lo que ella necesita y un poco más, su posición como buena hija era esperar con paciencia y sin desesperarse, pero, ¡por Dios! Nunca había tomado un bus. ¿Y si no sabía donde pararse? ¿Y si olvidó el camino al instituto? Yuna rodó en su cama con la culpa en su pecho. Santo cielo, tengo diecisiete años en la tierra y me pongo nerviosa por tomar un bus. ¿Tan inmadura soy?

La cuestión no era tomarlo. Pensaba demasiado en lo que podía pasar ahí, que si no encontraba asientos, que si los demás notaban que una persona tan grande como ella estaba nerviosa por un hecho tan simple como ese- tomó una bocanada de aire y cerró los ojos.

« Eh, no pasa nada. Es por tu madre. No eres inmadura por eso, tranquila. Así puedes conocer a más personas. »

Yuna infló sus mejillas y asintió estando de acuerdo con su propio pensamiento. Su mamá le enseñó esa técnica en caso de que estuviese ansiosa por pensar demasiado las cosas. Se sentó en su cama, arregló un poco su cabello y fue a arreglar su mochila para que nada le faltase en ella una vez que el sol vuelva a salir.

Cuadernos, cartuchera, audífonos, toallas sanitarias, pastillas, toallitas húmedas, crema... La voz de su mejor amigo, Jake, pasó por su cabeza. Señora, usted trae un boutique ahí. Soltó una risita.

Cerró la mochila, acomodó la ropa que va a ponerse para mañana y se tiró en su suave cama, adaptándose a la comodidad de su colcha de felpa. No pasaron ni cinco minutos y ya el cuerpo de la adolescente yacía rendido.

El amanecer llegó, y Yuna se levantó con prisa. Buscó su celular con la mano derecha por toda la cama, agarró el aparato y se fijó en la hora.

6.30 AM.

La alarma sonaba en 10 minutos.

Chasqueó la lengua con tristeza. La costumbre de los primeros días no le permitió disfrutar mucho de su sueño. El silencio de la casa, interrumpido únicamente por el zumbido de las conexiones eléctricas de su alrededor bofeteada sus oídos. Ya esa hora, seguramente su madre se dirigía con unas amigas al trabajo, así que se encontraba sola.

La pelinegra puso sus descalzos pies en el suelo e hizo todos sus huesos tronar al estirarse, antes de meterse al baño. Eso la despertó completamente por primera vez: la segunda fue cuando el agua fría tocó su piel empezando a recorrer las gotas en esta. Olvidaba el agua mañanera.

Se vistió, y al terminar, revisó su mochila. Se puso su perfume de vainilla, y revisó su mochila. Apagó las luces de su habitación, bajó las escaleras con saltitos divertidos, y revisó su mochila. Alzó la vista a su habitación, viendo que nada le faltaba, y se dirigió a la cocina para desayunar lo que su madre le guardó.

Y revisó su mochila. Definitivamente estaba ansiosa por volver a ver sus amigos, y el tiempo pasaba rápido. Se dio cuenta de ello cuando pasó de devorar su delicioso desayuno (pancakes sin azúcar con mermelada de frambuesa) pisar sus tenis con el concreto de la calle. El ambiente frígido acaricia su cara con cada paso que da, y ni hablar de ese olor botánico del rocío de los árboles que la dejó encantada, calmada y segura. Hoy sería un buen primer día.

Vio la parada del bus, la cual estaba ocupada con dos personas. Dedujo que eran estudiantes por las prendas de vestir, pero de un grado diferente al suyo. Al llegar, saludó con un "buenos días" que fue correspondido educadamente. Puso sus manos en los bolsillos del abrigo para darle calidez a estas y esperó por la llegada del transporte.

El colectivo verde ya empezó a asomarse en la vista de la pelinegra a una velocidad bastante lenta para ella. Frunció su nariz, ¡de verdad parecía una tortuga para ella! Era verdad eso de que si esperas por algo, el tiempo pasa a ser como una tortuga. Pasó su mochila para buscar los audífonos y colocárselos: simplemente los puso en cada oreja y se fijó que ambos prendieran una lucecita azul, los conectó con su celular y fue a su playlist segura. Cuando subió la vista, el bus ya estaba frente a ella. Miró a sus acompañantes y tragó seco. Allá vamos, nueva modalidad.

Subió, y notó que habían muchos asientos vacíos. Eso la sorprendió. La mayoría de los ocupantes tenían más o menos su edad: grados mayores, seguramente. Pasó su tarjeta, esperó por el " beep " de pago, y al sonar, fue al asiento que tenía en mente desde que se despertó, al fondito, no tan al fondito, mano derecha. Junto a la ventana.

Colocó su mochila en su regazo y sacó el celular para comunicarse con su grupo de amigos.

Colocó su mochila en su regazo y sacó el celular para comunicarse con su grupo de amigos

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Todo iba bien, hasta que Yuna notó algo.

Su audífono izquierdo no reproducía la canción.

La sangre bajó de su cara, y un sentimiento de irresponsabilidad la empezó calcomer.

¿En serio, justamente hoy?

Su madre le compró esos audífonos en su cumpleaños no. 17 con todo el esfuerzo del mundo. La pelinegra hizo un puchero y trató de concentrarse en la música para evitar llorar de la culpa. No podía decirle que ya un auricular no funcionaba a su madre ahora. No en tiempos de ahorro.

Miró por la ventana para distraerse y soltó un suspiro. Eso no debía desanimarla. Igual, el transporte no tenía mucho bullicio, estaba bien con un solo auricular, ¿no?

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